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Por
Roberto Marra
Paradojas
de la crisis: nos estamos hundiendo y Pelopincho no puede vender una
pileta. Todo un simbolo de la decadencia económica y la destrucción
social que padecemos, gracias a la “invalorable” acción
depredadora del “tren fantasma” macrista que atraviesa la Nación,
arrojando los restos de justicia y dignidad a los caranchos
fondomonetaristas, profundizando los desmanes que siempre provocaron
sus integrantes a lo largo de la historia, desandando el virtuosismo
de los años previos, anudando los entramados financieros de la
evasión y el vaciamiento del Banco Central, convertido solo en
receptáculo de la especulación bicicletera de los poderosos del
Mundo.
Miles
de quejosos recorren las calles, tras más de tres años de cumplidas
cada una de las advertencias. Miles se amontonan en las puertas de
las fábricas cerradas, suplicando trabajos que los poderosos no
quieren que existan, porque no los necesitan para embolsar los
millones de sus especulaciones financieras. Otros y otras se cobijan
como pueden bajo los puentes construídos solo para solventar
ganancias espúrias de los amigos y familiares del presidente. Muchos
más van hacia los comedores de la vergüenza nacional en un País de
tierras ubérrimas, para recibir la dádiva de la polenta o el guiso
sin carne, rodeados de pampas con millones de vacas.
En
medio de semejante implosión social, sabedores de estos y tantos
otros dramas padecidos por la mayoría de la población, los
prebendarios de siempre, los vulgares representantes de sí mismos,
los apestosos personajes de las peores comedias de enredos
politiqueros, los cómplices de los vendepatrias en el intento de
destruir de raíz al “populismo” que tanto odian, se lanzan a la
aventura de pretender dirigir este caos, pero no hacia la libertad ni
el desarrollo, no hacia la independencia de los “mercados”, sino
en busca de la consolidación del despojo, para asegurar la
profundización de la miseria y la entrega al imperio decadente,
“llave en mano”, de toda la Nación desvencijada.
Sueñan
con culminar su tarea más que centenaria, aquella vieja fascinación
de colonia proveedora de trigos y vacas, la paupérrima misión de no
ser nada más que furgón de cola de un Mundo “superior” y
absoluto. Ansían acabar con las pasiones populares, con destruir las
utopias libertarias, con sentenciar a muerte las ilusiones soberanas.
Predican horrores como métodos de escarmientos ya probados, asustan
con balas y palos contra los rebelados mas conscientes, vallan las
plazas de las protestas y reclamos con rejas cada vez más altas.
Nunca
entendieron la razón de la resistencia y la lucha de los
desesperados. Carecen de lo fundamental para hacerlo: perdieron hace
muchas décadas los últimos vestigios de humanidad en sus entrañas,
abandonaron los pocos atisbos de coherencias y renegaron de la
realidad, tapada por una lluvia permanente de falacias elaboradas por
sus cuadros mediáticos más conspicuos y vulgares.
Van
camino al escarmiento. Se dirigen hacia el cadalso de la verdad
rebelante. Están atravesando la nube de la desesperación y el
abandono del barco de sus especulantes y ocasionales aliados. Cavan
cada día más profundo la fosa para sus ilusiones de eternidad
gobernante. Pero intentarán evitar sus posibles caídas con las
peores armas, socavarán en lo que puedan las esperanzas de unidades
renovadas, dirigirán todo su arsenal contra el estigma que los
enciende, que los apabulla cuando habla y cuando calla, buscando con
sus oscuros jueces y fiscales encerrarla tras las rejas de la fábula
difundida hasta el hartazgo por su ejército de papanatas mediáticos.
Será
inútil. Porque más temprano que tarde, como dijo aquel gran
chileno, “se abrirán las grandes alamedas” para el paso de un
Pueblo necesitado e imparable, listo para levantar del suelo la
esperanza y echarla a volar por las conciencias, libres de globos y
falsías desalmadas. Y también para reabrir las fábricas cerradas y
volver a darse chapuzones de alegrías postergadas, en una enorme
Pelopincho, nacional y popular.
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