lunes, 28 de diciembre de 2020

PRIVILEGIOS

Imagen de "Palabras contra el muro"
Por Roberto Marra

Sentirse un privilegiado suele generar confusiones. Pensarse como alguien que “merece” tal o cual “gracia” social, provoca la inmediata percepción de “los otros” como inferiores, como parte de una clase que no puede reconocerse como digna de tener y ser lo que uno tiene o es. Así se van conformando las subjetividades propias de quienes se transforman en “aspirantes” a oligarcas, aún cuando ese acceso no les sea concedido nunca por los herederos de los pretendidos “nobles” de una sociedad profundamente desigual.

La inmoralidad del hambre ajeno rebota en la invisible pero dura pared del desprecio y la estigmatización. La desocupación de tantos y tantas es percibida como el resultado de sus supuestas características de holgazanes propias de la “clase inferior” a la que pertenecen. La entrega de subsidios alimentarios a quienes no poseen medios de subsistencia, es mirado como “demagogias populistas” que sólo buscan acarrear masas de votantes a las urnas a las que, según esa pretendida “gente bien”, no debieran tener acceso.

Quien se autopercibe como privilegiado y goza con su aparente “superioridad” social frente a los “nadies”, se transforma en la “infantería” de los auténticos dueños de un Poder que no le prestan a nadie, sólo muestran como zanahoria cazabobos que permita la intoxicación moral de quienes se miran sin ver su propia realidad de peleles. Asumida su “elevada categoría” de reproductor de las malas costumbres de los poderosos, hacen las veces de muros de contención de las lógicas rebeliones de la parte más postergada de la sociedad, retrasando los inevitables tiempos de la Justicia Social.

La construcción de semejante nivel de irracionalidad se fue potenciando con los avances tecnológicos comunicacionales, lo que permitió generar una más rápida y masiva adopción de esas taras clasistas. La hegemonía mediática juega un papel central en la elaboración de semejante idiosincracia envenenadora de las conciencias, dando paso a un nivel de agresividad que los mismos despreciados asumen como “naturales”.

Los gobiernos populares, aun con sus buenas intenciones, no pueden modificar semejantes aberraciones sociales sólo con manifestar su voluntad unificadora de los esfuerzos para reconstruir lo que siempre deja tras de sí el paso de los gobiernos antinacionales. Más todavía, la expectativa de la “alternancia” entre uno y otro signo ideológico, esa pretensión de convertir a todos los actores políticos en una misma cosa con envolturas diferentes, hace que quienes juegan de “privilegiados” se empeñen en destruir cualquier avance en los derechos del “pobrerío”.

La hostilidad de estos grupos de pseudo-privilegiados es directamente proporcional a la mejora de la dignidad ajena, por lo cual no habrá política pública reparadora de las inequidades sociales que admitan, sin combatirlas. Si la cautela pasa a ser la impronta de los gobiernos, para no enfrentarse más aún con esa parte de la sociedad que no soporta la superación social de los postergados, todo puede llegar a derrumbarse y convertirse nada más que en parodia de lo necesario.

Sin embargo, para avanzar hay que deconstruir los privilegios. Los reales y los imaginados. Eso implica inevitables enfrentamientos, hasta imprescindibles, como método de “purificación” social, de antídoto contra el veneno mortal del odio y el desprecio clasista. Superar las inequidades es trabajo de valientes, es tarea de auténticos, es labor de inteligentes. Aplastar las miserabilidades de los poderosos y la resaca de las “borracheras” ideológicas del “mediopelo”, es un paso vital para lograr convertir a la sociedad en un ámbito donde las prerrogativas sólo sean para la dignidad humana. Y para los niños, esas nuevas generaciones que deberán hacer honor a las rebeldías de sus antecesores, para acabar con las injusticias de los pretendidos “privilegiados”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario