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Supongamos
que usted fue abandonado por sus progenitores al nacer. Supongamos
que alguien lo recoge, lo alimenta, atiende su salud, lo educa. Más
tarde le brinda la posibilidad de trabajar, de formar una familia
propia, asegurando también los mismos beneficios que le fueron
otorgados a usted, pero mejorados. Además, le otorga el acceso a
créditos para comprar su vivienda y su auto, lo premia con
vacaciones anuales y le asegura un camino hacia una jubilación
digna. Entonces, como extraña recompensa hacia semejantes actos de
solidaridad para sacarlo de su abandono originario, a usted no se le
ocurre otra cosa que pedir ¡la cárcel! para su benefactor.