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Durante muchos años las fuerzas avanzadas del país postularon el “no
pago de la deuda externa”. Lecciones prácticas obtenidas en los momentos más
dramáticos de la historia nacional –el empréstito de la Casa Baring Brothers–
llevaron a muchos hacia una idea soberanista de cuño jacobino que cautivó a una
parte importante de las fuerzas políticas, sobre todo del nacionalismo de
izquierda y del socialismo latinoamericanista. Sucesora de la idea de esquivar
la deuda denominada ilegítima fueron las propuestas, apenas un poco más
moderadas, de distinguir por un lado entre débitos que eran deudas reales y,
por otro lado, compromisos con quienes nada prestaron y sólo compraron papeles
devaluados a la espera de dar un tóxico aguijonazo. Con un grano aún mayor de
moderación, se ensayó la denominada reestructuración de la deuda, obligaciones
tomadas en épocas anteriores del país –como la del Club de París–, con la que
la época actual demostró la continuidad del Estado argentino, al retomar
compromisos contraídos con mucha anterioridad, en períodos históricos a los que
este gobierno les destinó duras críticas en el balance de la historia, aunque
sin romper la idea de constituirse en sucesor responsable de esos gravámenes
generados por otros estilos gubernativos y bajo otras condiciones de conciencia
cívica en torno del endeudamiento financiero externo.