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Por Edgardo Mocca*
Hace unas pocas semanas, Morales Solá explicaba, en su habitual columna
dominical de La Nación, que el tratamiento en la ONU de la necesidad de
construir una regla mundial para la práctica de las reestructuraciones de deuda
soberana no conduciría a nada. Y eso, sencillamente, porque la ONU no era el
lugar adecuado: había que llevar el tema al FMI o al Grupo de los Ocho.
Quisieron las casualidades de la vida que ese mismo fuera el argumento con que
la representación de Estados Unidos fundó su negativa a la propuesta argentina,
avalada por una muy grande mayoría de los Estados del mundo. No importa si la
razón de ese acuerdo estratégico es la obsecuencia, la empatía ideológica o
cualquier otra: la coincidencia está llamando la atención sobre el modo en que
se ha globalizado la construcción ideológica de una manera de pensar el mundo,
concretamente la que defienden y promueven los grandes beneficiarios políticos
y económicos de la reestructuración neoliberal a escala planetaria.
Curiosamente, los enemigos de la partidización del mundo intelectual y
cultural, quienes se desviven proclamando la caducidad de los relatos
generales, quienes presumen de ser conciencias independientes, liberadas de
cualquier ideología, terminan ejerciendo un nuevo tipo de militancia
partidaria; una forma que no tiene carnet de pertenencia ni estructuras
definidas, consiste en la participación activa en la elaboración, producción y
difusión del modo de pensar de un bloque social que es global y, a la vez,
intensamente local.