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Por
Roberto Marra
La
palabra “Patria” está muy devaluada por estos tiempos de
adhesiones a designios ajenos y culturas importadas. Los sentimientos
hacia el lugar donde nacimos están atravesados por denuestos creados
al efecto por quienes nos necesitan adherentes a sus proyectos de
avasallamiento disimulado bajo el manto de la democracia, ese sistema
político que nos hace creer que elegimos nuestro destino, cuando
simplemente optamos por el mal menor (o el mayor) en cada tiempo.
Las
Malvinas son el sumun de la desvergüenza en ese latrocinio de
nuestra identidad, convertida solo en la “simple” tumba de
soldados valerosos, pero olvidados por las mayorías dependientes de
las palabras ordenadas por las pantallas de la obscenidad mediática.
Son el recurso discursivo de los patrioteros falaces en busca de
réditos electorales, o la mala narrativa de periodistas de medio
pelo, carroñeros de palabras y sentidos que no pueden sostener con
sus acciones depredantes de la verdad. Son el lejano recuerdo de algo
que nos pasó en tiempos donde todo podía pasar, menos sobrevivir,
pasado por la trituradora de sentimientos del capitalismo salvaje que
todo lo reduce al rédito.
Como
era de esperarse de los actuales aprendices de diablo instalados en
el gobierno, también vinieron por el fin del último reducto
territorial que, aunque solo en palabras, mantenía atado algo del
sentido patriótico a los corazones argentinos, aunque más no sea
con ese criterio de mundial de fútbol de himno bastardeado. Otro
negocio, otra prebendaria manera de elevar sus fortunas mal habidas,
otro acto de indignidad vendepatria, palabra que aquí expresa mucho
más que una simple forma de considerar sus pensamientos.
Efectivamente,
venden la Patria. La lotean y le ponen el cartelito de la oferta dos
por uno, con una bandera de remate con los colores de la “union
flag”, que se alza sin tapujos ante nuestra vista en la costas del
Mar Argentino, sostenida y abrazada con fervorosa pasión dineraria
por la horda de rapiñeros que manejan los destinos de nuestra
desvencijada Nación, con el único fin de saquear, reducir y
descuartizar nuestras riquezas, poniéndolas al servicio de sus amos
ideológicos.
Se
reúnen, además, con otros personajes de sus mismas layas, esos
gobernantes nacidos al calor de las peores corrupciones judiciales y
mediáticas, fruto de la aplicación de las estrategias
colonizadoras, que siempre comienzan por las conciencias ablandadas a
fuerza del machaque diario con palabras... o palos. Avanzan sobre los
derechos y los hacen añicos, martirizando el futuro que ya casi ni
se puede soñar, ocupados como estamos en sobrevivir en la batalla
cotidiana contra el hambre.
Nada
parecen importar los centenares de muertos enterrados en Malvinas.
Mucho menos los tantos que terminaron con sus vidas en medio de la
ignorancia y el menosprecio de los atontados por la parafernalia del
imperio, seducidos por las “campanitas” oligárquicas que les
llamaron a olvidar la pertenencia nacional y el sentido último de
las Islas, ahora en proceso de remate. Son los que caminan con
orgullo con remeras impresas con la bandera de quienes troncaron las
vidas de tantos patriotas de verdad y le hicieron un tajo a nuestra
historia, otra vez contada a medias, otra vez atada a un imperio que
no es más que un remedo maltrecho del que fuera.
Cabe
esperar otros tiempos, donde se retome el sentido en las almas
adormecidas de los habitantes de este territorio maltratado y
secuestrado por los viejos fabricantes de miserias, esos que nacieron
robando tierras ajenas para terminar rematándolas al mismo postor
que los sostuvo en sus comienzos. Resulta imperioso retomar el camino
olvidado detrás de los escarnios sufridos en nombre de riquezas
nunca obtenidas, para finalizar, por fin, con tanta venalidad y tanto
desatino, reconstruyendo los cimientos de los sueños libertarios,
para honrar, como se debe, a los mejores hijos de la Patria.
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