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¿Cuánta memoria resiste una
sociedad? ¿Es posible hacer la crítica destemplada del ciclo político que acaba
de cerrarse dirigiendo la mirada cargada de prejuicio y resentimiento hacia el
pasado reciente pero al precio del inmediato olvido de ese otro pasado, algo
más lejano, del cual es hijo el proyecto actual? ¿Es acaso el olvido un recurso
para seguir viviendo que nos alivia de nuestras pesadillas? ¿Puede el discurso
político dominante sostenerse en la interrelación de lo contingente y lo
acontecido o necesita abandonar, por inactual, cualquier referencia a lo que ha
quedado a nuestras espaldas, en especial a aquellas que remiten a prácticas de
gobierno socialmente terribles como las que definieron la economía del país
hasta el 2003? Preguntas que no puedo dejar de hacerme en estos complejos y
difíciles días argentinos en los que una maquinaria mediática implacable, y en
alianza con una restauración neoliberal encabezada por Macri, busca convertir
los años kirchneristas en un tiempo de corrupción y de fabulación impostora, a
la vez que trabaja para desvanecer los recuerdos traumáticos que dejaron su
marca en el final de los 90 y en el estallido del 2001.