Por Roberto Marra
La vida de un pobre no vale nada. Nada de verdad, absolutamente. Lo que le pase como consecuencia de las actividades que desarrolle para la sobrevivencia cotidiana, importa demasiado poco en el devenir de la sociedad. Tampoco importan los que no participan de esos trabajos, las familias en general y los niños en particular. No hay disculpa válida ante esta realidad palpable, a la vista de quien conserve un poquito de consciencia de la pertenencia a un colectivo social. Y no existe razón alguna en las perversas declaraciones de quienes detentan el poder para darle continuidad casi infinita a este oscuro estado de cosas.