Por
Roberto Marra
Amado
y odiado. Maldecido y vivado. Exaltado y vilipendiado. Abrazado y
abandonado. No hubo término medio para este Dios de la pasión y el
desparpajo. No tuvo descanso de los ataques arteros y los amores
infinitos. Este indispensable hacedor de felicidades sencillas,
promotor de sonrisas y sueños de copas levantadas, constructor de
alegrías impensadas en los desarrapados de toda la vida, se las
arreglaba para extender su mano y ayudarnos a convertir el gol de la esperanza. Removía en el interior de cada uno, los sentimientos más
honestos hacia una Patria que encendía con sus fintas, hasta
convertir el sol en una pelota que conducía con sus pies enamorados
de la gramilla hacia el arco del triunfo popular. Recorrió un camino
repleto de sueños y caídas, de zancadillas de su historia de eterno
fugado de la vida pobre en la que creció su ilusión de selecciones
y mundiales. Salido del barro nunca negado, levantó el imperio de su
belleza y maestria futbolera hasta convertirnos a todos en absortos
apasionados de esa bola de cuero que hacia bailar el ballet de la
gloria permanente. Enfrentaba a reyes y papas, se rebelaba por las
mismas injusticias que sublevan a cada ser humano con razón y
corazón, se encendía ante los especuladores mediáticos que
intentaban alejarlo de su Pueblo, evocaba a los mártires populares y
aseguraba su pertenencia a las mejores pasiones soberanas. Se apoyó
en los grandes de la historia contemporánea de Nuestra América,
alzando su voz contra sus enemigos, desatando la ira de los
pretendidos dueños de la pelota y de su vida. Nos arropó con sus
palabras sencillas y transparentes, haciendo de la nada un Mundo
nuevo de sueños compartidos, dejando una estela de sentidos siempre
auténtico, un camino trazado sobre el simple suelo del potrero de la
vida.