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Sentirse un privilegiado suele generar confusiones. Pensarse como alguien que “merece” tal o cual “gracia” social, provoca la inmediata percepción de “los otros” como inferiores, como parte de una clase que no puede reconocerse como digna de tener y ser lo que uno tiene o es. Así se van conformando las subjetividades propias de quienes se transforman en “aspirantes” a oligarcas, aún cuando ese acceso no les sea concedido nunca por los herederos de los pretendidos “nobles” de una sociedad profundamente desigual.