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Imagen prtarg.com.ar |
Por José Massoni *
El espectáculo mediático de
actos de corrupción que se pisan unos con otros oculta la corrupción
inmensamente más grande que domina la vida del mundo. Su causa principal es
consecuencia del capitalismo del siglo XXI, global, expoliador y depredador de
toda vida en el planeta. Es verdad que en cualquier sistema aparece corrupción.
El punto es otro. En el socialismo, comunismo, comunitarismo, cooperativismo,
populismo democrático o como se llame el acto corrupto atenta contra el interés
común y de cada individuo: la solidaridad, el cuidado del otro y de todos es el
centro vital social, es el sistema. En el capitalismo la corrupción es
inherente a su práctica: el meollo creador es la apropiación privada de la
producción colectiva, el mayor valor surge de la parte no pagada –apropiada–
del trabajo vivo de los asalariados de cualquier calidad o especie. Esta verdad
era tan cierta cuando se la desveló como hoy, cuando los patrones pugnan, con
eufemismo por bajar salarios, en “bajar costos”, para aumentar ganancias
particulares. Este origen cultiva egoísmo individualista, categorías morales
acordes y a partir de allí las variadas formas de corrupción en el literal
sentido de pervertido, vicioso, venal. Sin aquella fuente, con eje productivo
en el gregarismo humano, la paz, la solidaridad, el trabajo, el bien común, el
favorecimiento de las expresiones existenciales espirituales y el interés y
amor al prójimo, cualquier corrupción es fulminada por el sistema como anormal
e inaceptable. Pero además, es incapaz de engendrar una perversión de tamaño
universal como la dominante. No es lo mismo ser capitalista que no serlo.