martes, 7 de mayo de 2019

MUCHO MÁS QUE SALUD

Por Roberto Marra
Cuando se pronuncia la palabra “salud”, inmediatamente aparece la subsecuente terminología médica, donde todo se reduce a analizar las características de las estructuras que sirven para los tratamientos de enfermedades, los aspectos hospitalarios, los temas relacionados con las distintas especialidades, las posibilidades de acceso de la población a esos ámbitos de diagnóstico y tratamiento, los presupuestos directamente involucrados en las áreas gubernamentales dedicadas a cada uno de los ítems que participan de ese subsistema que, erróneamente, se denomina “de salud”.
Se trata de una posición prácticamente uniforme de los profesionales de la medicina, que se sienten parte de un proceso que actúa sobre los males fisicos y psíquicos que aquejan a los individuos, que lo puede hacer mejor o peor, con mayor o menor grado de involucramiento del Estado, pero que no deja de ser la etapa final donde se desarrolla todo un sistema mayor que la contiene.
Esa contención se manifiesta a través de mayores o menores montos presupuestarios que, además, se distribuyen más o menos eficientemente entre los rubros que abarca la medicina, de acuerdo a las decisiones que tomen las autoridades, siempre dependientes de sus formaciones ideológicas y sus posturas ante el Poder Real, el que, en definitiva, es quien marca el camino final a seguir, si es que quienes pretenden gobernar, así lo permiten.
Pero el presupuesto para el ámbito médico de la salud, es solo una pequeña parte del que debiera ser considerado por quienes pretendan modificar (para bien) los aspectos sanitarios del territorio que les toque administrar. La sanidad es, más que un estado de situación individual o social, una forma de enfrentar la totalidad de los aspectos que hacen al “buen vivir” de la ciudadanía, una totalización de las tareas de todos los ámbitos gubernamentales, la congruencia de las políticas de los distintos sectores administrativos de un Estado que hacen a la consecución del logro de la meta fundamental de cualquier sistema de salud, que es, justamente, dar los pasos necesarios para obtener una sociedad libre del yugo de las condiciones que generan divergencias tan pronunciadas entre los sectores socio-económicos que la constituyen.
Está claro que la atención médica debe ser la mejor posible, abarcar todos los aspectos y áreas que la integran, asegurar la calidad de los diagnósticos y los tratamientos, generar estructuras edilicias para sus desarrollos acordes con las necesidades reales, posibilitando el acceso irrestricto de toda la población, eliminando trabas burocráticas y generando la descentralización imprescindible para la prontitud en el auxilio a quienes lo necesiten. Pero eso es solo el aspecto médico-sanitario del asunto.
Es mucho antes que comienza el proceso que involucra a los habitantes con la sanidad real. Está atravesado por decenas de condiciones que resonarán sobre cada uno de distintas formas, que provocarán mayores o menores afectaciones, de acuerdo a las decisiones que se tomen en todas las áreas de gobierno.
¿De qué sanidad se puede hablar en barrios donde las “viviendas” son verdaderas cobachas, donde las aguas servidas corren libres entre los pies descalzos de los niños, donde el frío y el calor extremo provocan daños físicos que encontrarán escasas respuestas posibles en los “efectores de salud”, grandilocuente nombre para esos ámbitos donde solo parece haber analgésicos y buena voluntad de los esforzados profesionales que los atienden?
¿Cómo se puede hablar de “salud” cuando no se tiene acceso al agua potable, cuando las cloacas brillan por sus ausencias, cuando se vive en zonas inundables y se padecen decenas de veces los afloramientos de las materias fecales de los pozos negros?
¿De qué “salud” hablamos cuando no se provee de las mínimas cantidades de calorías y valores proteicos a los niños menores de seis años, cuando la leche es un artículo de lujo, cuando la carne es poco menos que un “eldorado”, cuando grandes y chicos se acuestan con menos de un matecocido en las noches del desconsuelo martirizante de la miseria?
¿Cuál es la sanidad que se puede proveer a la población, cuando las políticas públicas relacionadas al aspecto médico dependen de las voluntades de los jerarcas propietarios de la medicina privada, verdaderos dueños de la vida o la muerte de los ciudadanos, auténticos reservorios de las injusticias sanitarias que padecen millones de ciudadanos, monopolio insultante de la razón misma del lúmen de la Justicia Social?
¿Qué pasa con la permisividad estúpida para el sometimiento a los sistemas productivos agrarios que degradan la salud del suelo, del agua, del aire y, por lógica, de la vida humana? ¿Qué imbecilidad puede ser mayor que la de alimentarse con venenos (a sabiendas) y no hacer nada al respecto? ¿Qué parte no se entiende del significado de “agroecología”, básica expresión de una intencionalidad superadora de semejante descalabro sanitario y ambiental, siempre atacada por los proveedores de agroquimicos y semillas transgénicas que impiden la que debiera ser la meta máxima de cualquier gobierno decente, como la “soberanía alimentaria”?
¿De qué “sanidad” se puede hablar cuando los más pobres no pueden pagar el valor de un pasaje en colectivo hasta un hospital, porque quien gobierna aduce la “imposibilidad” de cubrir con subsidios este elemental derecho al transporte? ¿Dónde está el valor de eso que llaman “el mejor sistema de salud del País”, cuando solo sirve para quienes poseen los medios económicos para solventar su traslado?
¿Qué puede ser más degradante que saberse inmerso en un ámbito donde la vida no vale nada, envuelta en las relaciones de poder de mafiosos del narcotráfico, que balean sin tapujos los inermes cuerpos de los habitantes de cualquier rincón de las ciudades, donde la institución policial se rige por las decisiones cómplices de sus jefes corruptos? ¿No es acaso ese un aspecto de la salud mental a cubrir?
¿Cómo se pretende estar hablando de “salud”, al tiempo que se olvidan los padecimientos de quienes pierden sus trabajos por culpa del sometimiento a rajatabla a metodologías economicistas contrarias a la naturaleza humana, donde el valor de la vida se reduce a lo que pueda producir para alimentar las arcas de los poderosos que desechan personas como residuos sociales? ¿Cuántas afecciones mentales surgirán de esos procesos que involucran a decenas de miles de familias, a grandes y chicos, con las consecuentes repercusiones somáticas que todos saben que suceden en estos casos?
¿De qué educación y avance en la inserción tecnológica de los niños se puede hablar, cuando las escuelas se convierten en simples comedores, reproduciendo en ese subsistema los males de toda la sociedad, alimentando (paradójicamente) las inequidades sociales aceptadas por quienes siguen hablando de “salud”, cuando el sufrimiento psíquico y físico de alumnos, maestros y padres se amplía cada día, producto de la desigualdad generada de ex-profeso por el sistema económico imperante?
¿Es posible denominar “sistema de salud” a semejante rejunte de padecimientos ignorados por los ejecutores de las políticas públicas que, al contrario, las profundizan? ¿Es posible seguir el mismo camino haciendo solo algunas “correciones” o “agregados” a esta acumulación de insoportables soberbias gubernamentales? ¿Hay que reconocer algún valor en lo hecho hasta el momento, cuando solo se ha recurrido a una corporización edilicia de grandilocuentes formas y escasas posibilidades de utilización racional?
Hay muchos otros aspectos que involucran a la “salud” como concepto, a la “sanidad” como base para la construcción de una sociedad mejor. La accidentología vial, los tratamientos de los residuos urbanos domiciliarios e industriales, el tratamiento de los líquidos cloacales que se vierten en los cursos de agua, la urbanización de las villas miseria, los sistemas de generación y abastecimiento de energía, el acceso al deporte y las expresiones culturales, y tantas otras categorías que están presentes en cada rubro, de cada presupuesto, de cada ministerio, de una Provincia tan grande como Santa Fe.
Es hora de hacer realidad el verdadero concepto del término “salud”. Ha llegado el tiempo de dejar de lado las miserias intelectuales, los egocentrismos y las soberbias de los líderes y sus adláteres, para pasar a construir, desde las bases, escuchando al Pueblo y a los profesionales especializados en cada tema o área involucrada, con la necesaria amplitud de criterios, con la elaboración de nuevos planes y presupuestos conjuntos y congruentes, que hagan realidad un cambio en la orientación, los objetivos y las metas en la búsqueda de esa ansiada “sanidad popular”, que no es otra cosa que el logro del sueño de la “centenaria” Evita: la verdadera, la auténtica, la imprescindible Justicia Social.

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