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Por
Roberto Marra
Buscar
la salida de un laberinto, puede convertirse en una pesadilla. Idas y
vueltas, curvas y contracurvas, muros y puertas, se presentan ante
quienes pretenden recorrer esos recovecos sin destino seguro, que
pasarán de la ilusión al desánimo y, de ésta, a la desesperación.
Es un ejercicio donde el control mental y la sabiduría acumulada por
la experiencia juegan un papel preponderante, pero aún así no
aseguran el encuentro con la ansiada desembocadura de esa senda
enredada a propósito, construida con el único fin de demorar o
impedir que se descubra su final.
Así
han pasado estos años de macrismo explícito, descarnado y atroz,
buscando una salida del laberinto erigido para impedir que el pueblo
encontrara sus puertas a las felicidades prometidas en vano. Nada fue
hecho sin pensar. Poco ha sido producto de los errores, porque los
daños fueron los buscados desde su inicio, anunciados desde el mismo
momento en que se apoderaron del resorte institucional que les
faltaba.
El
laberinto neoliberal fue construido con ladrillos de mentiras y
revoques de fantasías, adornado por guirnaldas de globos amarillos
que se fueron pinchando uno a uno a nuestro paso. Fue techado con
ilusiones meritocráticas e iluminado con lucecitas de colores que
evocaban fiestas sin torta ni champagne, al menos para los millones
de transeúntes de esos túneles hacia la nada misma que, sin
embargo, caminaban hacia ese espejismo prometido, empujados por la
carroña mediática que les iba marcando falsas salidas para poder
continuar con sus saqueos.
Entonces,
cuando todo parecia destinado a seguir encerrados en esos oscurecidos
pasadizos hacia la muerte social, cuando ya se empezaban a ver las
rajaduras de los muros vergonzantes con que fuera levantado ese falso
castillo de anhelos postergados, cuando ya se acercaba el día en que
esa muchedumbe encerrada debía decidir si continúa o no con el
oprobio que los atrapó en ese camino sin salida, aparece la voz
templada y necesaria, rompe el silencio el paradigma de los odios que
introdujeron a millones de engañados y otros tantos desaprensivos,
en ese túnel intrincado de maldades y sufrimientos indecibles.
Sale
a la luz la palabra sabia, contundente. Sobreviene la justicia de sus
pensamientos, alcanza los oídos de los que no la escuchaban, separa
la vileza de las esperanzas y hace anidar en los corazones de las
buenas personas, otra ilusión, renovada, posible, desafiante. Atrapa
la atención de sus enemigos, desarma las ridículas trampas con las
que la persiguen desde siempre, desnuda la sinrazón de un Poder
enajenado ante su capacidad y su lealtad a las inmutables
convicciones que la impulsan a ser y hacer lo que nadie más puede.
Como
en esa bella poesía de Benedetti, táctica y estrategia desencadenan
las puertas de ese infernal pasadizo en el que nos demoraron la vida.
Los muros se desploman al paso de su voz pausada y audaz. Las
mentiras caen al piso de la indignidad que las creó y las puertas
hacia otras expectativas se van abriendo ante los ojos esperanzados
de quienes ya nada esperaban.
Otra
vez el aliento de su firmeza va generando el viento que arrasará la
miseria y la locura desatada por esta manada de paquidermos
oligárquicos. Nuevamente sopla el aire fresco de la vida renovada
con las utopías que creíamos muertas. Se desflecan las maniobras de
los falsos comunicadores, de los oscuros fantasmas de una justicia
atropellada por la corrupción y la cloacal intrepidez de sus
ejecutores, habitantes de un mundo atrapado entre un pasado que se
niega a morir y un futuro que los empuja hacia el abismo que ellos
mismos cavaron.
No
puede haber mayor grandeza que postergar lo que por derecho e
historia le pertenece. No puede pedirse sacrificio mayor que el acto
de suprema entrega de un tiempo que la señalaba como la única capaz
de atravesar con el suficiente valor y sobrada capacidad para
derrotar los desafíos que nos esperan para después de los horrores
macristas.
Cristina
es intelecto y corazón, coraje y pasión, esperanza y esfuerzo,
ternura y fortaleza. Es la portadora de una mirada de estadista de
nivel planetario. Es la intrépida mujer que supo seducir a millones
y enardecer a muchos embrutecidos a fuerza de tanta impiedad y
falsía. Y es la mejor representante de una doctrina y sus banderas
fundamentales, con la que ha sostenido siempre sus actos ante un
Pueblo que deberá, algún día, tomar verdadera dimensión de
semejante acto de nobleza y patriotismo, que nos abrió la puerta
final del inmoral, cruel y odioso laberinto de la indignidad.
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