Por
Roberto Marra
Cuando
se pronuncia la palabra “salud”, inmediatamente aparece la
subsecuente terminología médica, donde todo se reduce a analizar
las características de las estructuras que sirven para los
tratamientos de enfermedades, los aspectos hospitalarios, los temas
relacionados con las distintas especialidades, las posibilidades de
acceso de la población a esos ámbitos de diagnóstico y
tratamiento, los presupuestos directamente involucrados en las áreas
gubernamentales dedicadas a cada uno de los ítems que participan de
ese subsistema que, erróneamente, se denomina “de salud”.
Esa
contención se manifiesta a través de mayores o menores montos
presupuestarios que, además, se distribuyen más o menos
eficientemente entre los rubros que abarca la medicina, de acuerdo a
las decisiones que tomen las autoridades, siempre dependientes de sus
formaciones ideológicas y sus posturas ante el Poder Real, el que,
en definitiva, es quien marca el camino final a seguir, si es que
quienes pretenden gobernar, así lo permiten.
Pero
el presupuesto para el ámbito médico de la salud, es solo una
pequeña parte del que debiera ser considerado por quienes pretendan
modificar (para bien) los aspectos sanitarios del territorio que les
toque administrar. La sanidad es, más que un estado de situación
individual o social, una forma de enfrentar la totalidad de los
aspectos que hacen al “buen vivir” de la ciudadanía, una
totalización de las tareas de todos los ámbitos gubernamentales, la
congruencia de las políticas de los distintos sectores
administrativos de un Estado que hacen a la consecución del logro de
la meta fundamental de cualquier sistema de salud, que es,
justamente, dar los pasos necesarios para obtener una sociedad libre
del yugo de las condiciones que generan divergencias tan pronunciadas
entre los sectores socio-económicos que la constituyen.
Está
claro que la atención médica debe ser la mejor posible, abarcar
todos los aspectos y áreas que la integran, asegurar la calidad de
los diagnósticos y los tratamientos, generar estructuras edilicias
para sus desarrollos acordes con las necesidades reales,
posibilitando el acceso irrestricto de toda la población, eliminando
trabas burocráticas y generando la descentralización imprescindible
para la prontitud en el auxilio a quienes lo necesiten. Pero eso es
solo el aspecto médico-sanitario del asunto.
Es
mucho antes que comienza el proceso que involucra a los habitantes
con la sanidad real. Está atravesado por decenas de condiciones que
resonarán sobre cada uno de distintas formas, que provocarán
mayores o menores afectaciones, de acuerdo a las decisiones que se
tomen en todas las áreas de gobierno.
¿De
qué sanidad se puede hablar en barrios donde las “viviendas” son
verdaderas cobachas, donde las aguas servidas corren libres entre los
pies descalzos de los niños, donde el frío y el calor extremo
provocan daños físicos que encontrarán escasas respuestas posibles
en los “efectores de salud”, grandilocuente nombre para esos
ámbitos donde solo parece haber analgésicos y buena voluntad de los
esforzados profesionales que los atienden?
¿Cómo
se puede hablar de “salud” cuando no se tiene acceso al agua
potable, cuando las cloacas brillan por sus ausencias, cuando se vive
en zonas inundables y se padecen decenas de veces los afloramientos
de las materias fecales de los pozos negros?
¿De
qué “salud” hablamos cuando no se provee de las mínimas
cantidades de calorías y valores proteicos a los niños menores de
seis años, cuando la leche es un artículo de lujo, cuando la carne
es poco menos que un “eldorado”, cuando grandes y chicos se
acuestan con menos de un matecocido en las noches del desconsuelo
martirizante de la miseria?
¿Cuál
es la sanidad que se puede proveer a la población, cuando las
políticas públicas relacionadas al aspecto médico dependen de las
voluntades de los jerarcas propietarios de la medicina privada,
verdaderos dueños de la vida o la muerte de los ciudadanos,
auténticos reservorios de las injusticias sanitarias que padecen
millones de ciudadanos, monopolio insultante de la razón misma del
lúmen de la Justicia Social?
¿Qué
pasa con la permisividad estúpida para el sometimiento a los
sistemas productivos agrarios que degradan la salud del suelo, del
agua, del aire y, por lógica, de la vida humana? ¿Qué imbecilidad
puede ser mayor que la de alimentarse con venenos (a sabiendas) y no
hacer nada al respecto? ¿Qué parte no se entiende del significado
de “agroecología”, básica expresión de una intencionalidad
superadora de semejante descalabro sanitario y ambiental, siempre
atacada por los proveedores de agroquimicos y semillas transgénicas
que impiden la que debiera ser la meta máxima de cualquier gobierno
decente, como la “soberanía alimentaria”?
¿De
qué “sanidad” se puede hablar cuando los más pobres no pueden
pagar el valor de un pasaje en colectivo hasta un hospital, porque
quien gobierna aduce la “imposibilidad” de cubrir con subsidios
este elemental derecho al transporte? ¿Dónde está el valor de eso
que llaman “el mejor sistema de salud del País”, cuando solo
sirve para quienes poseen los medios económicos para solventar su
traslado?
¿Qué
puede ser más degradante que saberse inmerso en un ámbito donde la
vida no vale nada, envuelta en las relaciones de poder de mafiosos
del narcotráfico, que balean sin tapujos los inermes cuerpos de los
habitantes de cualquier rincón de las ciudades, donde la institución
policial se rige por las decisiones cómplices de sus jefes
corruptos? ¿No es acaso ese un aspecto de la salud mental a cubrir?
¿Cómo
se pretende estar hablando de “salud”, al tiempo que se olvidan
los padecimientos de quienes pierden sus trabajos por culpa del
sometimiento a rajatabla a metodologías economicistas contrarias a
la naturaleza humana, donde el valor de la vida se reduce a lo que
pueda producir para alimentar las arcas de los poderosos que desechan
personas como residuos sociales? ¿Cuántas afecciones mentales
surgirán de esos procesos que involucran a decenas de miles de
familias, a grandes y chicos, con las consecuentes repercusiones
somáticas que todos saben que suceden en estos casos?
¿De
qué educación y avance en la inserción tecnológica de los niños
se puede hablar, cuando las escuelas se convierten en simples
comedores, reproduciendo en ese subsistema los males de toda la
sociedad, alimentando (paradójicamente) las inequidades sociales
aceptadas por quienes siguen hablando de “salud”, cuando el
sufrimiento psíquico y físico de alumnos, maestros y padres se
amplía cada día, producto de la desigualdad generada de ex-profeso
por el sistema económico imperante?
¿Es
posible denominar “sistema de salud” a semejante rejunte de
padecimientos ignorados por los ejecutores de las políticas públicas
que, al contrario, las profundizan? ¿Es posible seguir el mismo
camino haciendo solo algunas “correciones” o “agregados” a
esta acumulación de insoportables soberbias gubernamentales? ¿Hay
que reconocer algún valor en lo hecho hasta el momento, cuando solo
se ha recurrido a una corporización edilicia de grandilocuentes
formas y escasas posibilidades de utilización racional?
Hay
muchos otros aspectos que involucran a la “salud” como concepto,
a la “sanidad” como base para la construcción de una sociedad
mejor. La accidentología vial, los tratamientos de los residuos
urbanos domiciliarios e industriales, el tratamiento de los líquidos
cloacales que se vierten en los cursos de agua, la urbanización de
las villas miseria, los sistemas de generación y abastecimiento de
energía, el acceso al deporte y las expresiones culturales, y tantas
otras categorías que están presentes en cada rubro, de cada
presupuesto, de cada ministerio, de una Provincia tan grande como
Santa Fe.
Es
hora de hacer realidad el verdadero concepto del término “salud”.
Ha llegado el tiempo de dejar de lado las miserias intelectuales, los
egocentrismos y las soberbias de los líderes y sus adláteres, para
pasar a construir, desde las bases, escuchando al Pueblo y a los
profesionales especializados en cada tema o área involucrada, con la
necesaria amplitud de criterios, con la elaboración de nuevos planes
y presupuestos conjuntos y congruentes, que hagan realidad un cambio
en la orientación, los objetivos y las metas en la búsqueda de esa
ansiada “sanidad popular”, que no es otra cosa que el logro del
sueño de la “centenaria” Evita: la verdadera, la auténtica, la
imprescindible Justicia Social.
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