Imagen de "Compartir Palabra maestra" |
Por
Roberto Marra
Se
dice hasta el cansancio que el deporte más popular en Argentina es
el fútbol. Pero esto no es verdad. El preferido por las multitudes
es el de... opinar. Así lo demuestran en todo ámbito donde se
mencione un hecho cualquiera, lo que generará una andanada de
opiniones, la mayoría de ellas sin respaldo en conocimiento alguno,
ni del hecho, ni del tema involucrado. Y los asuntos judiciales son
los que mayor predicamento tienen, los que desatan las más
apasionadas consideraciones, manifestando sentires transformados en
sentencias, pareceres convertidos en dictámenes, tan falaces como
los supuestos conocimientos con los que tratan de avalar sus dichos.
Tratándose
de pobres baleados por la policía, todo resulta muy fácil para el
opinador. Seguro que robó, seguro que mató, seguro que vende droga,
seguro que violó, seguro que asaltó. La seguridad absoluta de quien
no fue testigo ni cercano al hecho debatido, es proverbial. Trabajo
facilitado para los miembros corruptos de las policías y también
para los fiscales y jueces que antes de tomar conocimiento real con
la causa, ya son entrevistados por la pata fundamental de la mentira
social organizada, la “prensa libre”.
Es
esta activa vocera de las inequidades puestas como virtudes ante los
ojos de las mayorías que las sufren, la que mejor introduce el don
de la aparente ubicuidad permanente de los opinadores y asegura la
culpabilidad de los más débiles eslabones de una sociedad
sectorizada por rangos de odios y desprecios.
No
faltan jamás los opinadores “profesionales”, supuestos expertos
cuyas sabidurías provienen vaya uno a saber de donde, pero que los
medios venden como de niveles de prodigio. Tomados de semejantes
expositores, el resto de los justicieros de papel y páginas web
obtienen su sucio respaldo para manifestar toda su “enjundiosa”
perorata sobre culpabilidades y responsabilidades que no conocen ni
les importa, salvo para ensuciar la honra de quien no conocen.
Tampoco
puede faltar la política entre los temas preferidos por estos
energúmenos parlanchines. Allí también elaborarán sus sentencias
sobre los actores de esa actividad, denostando sin saber o, lo que es
peor, sabiendo las falsedades que los respaldan. Vomitarán las
peores diatribas, gritarán sus más insultantes improperios y
destruirán a quienes los propios medios les afirman como culpables
de sus padecimientos, que también incluirán a los mismos partícipes
de sus odios clasistas, los “baleados por la dudas” por esa parte
de la policía que sirve de soporte fáctico para respaldar al poder
y sus atributos pemanentes.
Lejos
de reconocer sus errores al saberse la verdad de los hechos, redoblan
sus bestialidades con insultos a los jueces que se atreven a
sentenciar las inocencias de sus odiados. Multiplican sus
vociferaciones, ignoran pruebas y análisis de los verdaderos
expertos, desprecian tales conocimientos y sobrevaloran sus propias
aptitudes para intuir culpas y darnos sus veredictos abyectos, pero
inapelables. Al menos, para ellos y sus iguales.
Partícipes
eventuales de muchas trapisondas legales, promueven los peores
delitos si de terminar con sus enemigos ideológicos se trata. Nada
les parecerá mucho para acabar con la parte de la sociedad que
desprecian. Y seguros de estar “haciendo Patria”, publicarán su
siguiente opinión, avalando las balas que matan pobres y votando las
políticas que los generan.
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