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Hay demasiado en juego. La civilización tal como la conocemos. Las
emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera deben reducirse
considerablemente.
¿Por qué no se dedica Barack Obama a la batalla contra el cambio
climático con la misma intensidad con la que se dedica a la guerra? ¿Por
qué no trata de castigar a los banqueros y corredores de bolsa
responsables de la calamidad financiera del mismo modo que trata de
castigar a Julian Assange y Bradley Manning?
En ambos casos coloca los intereses del mundo corporativo sobre todo
lo demás. Ninguna cantidad de multas o castigos inducirá a los
dirigentes corporativos a modificar su conducta. Solo el paso por un
período duro en una prisión llevará a que les crezca la parte faltante,
esa parte que tiene la forma de conciencia social.
Solo el enjuiciamiento de George W. Bush, Dick Cheney y sus socios en
bombardeos y torturas desalentará a futuros amantes de la guerra
estadounidenses de seguir sus sangrientas huellas.
El resultado de la última elección solo puede envalentonar a Obama.
Probablemente lo interpretó como una afirmación de sus políticas, aunque
en realidad solo un 29,3% de las personas con derecho a voto ha votado
por él. Y una cantidad desconocida, pero ciertamente significativa, de
los que lo hicieron se taparon las narices mientras votaban por el
supuesto mal menor. Difícilmente una señal de apoyo apasionado a sus
políticas.
La semana pasada, se celebró la Cumbre del Clima de las Naciones
Unidas en Doha, Catar. Los comentarios de muchos activistas (a
diferencia de varios funcionarios gubernamentales) fueron apocalípticos…
“El tiempo se acaba… el tiempo ya se acabó… el clima ya ha cambiado… el
Huracán Sandy, crecientes niveles del mar, lo peor está por venir”. El
protocolo de Kioto sigue siendo el único tratado internacional que
estipula reducciones en las emisiones de gases invernadero. Es un punto
de partida para muchos ecologistas. Pero nunca ha sido ratificado por
EE.UU. En las anteriores conferencias de Copenhague y Durban, EE.UU.
bloqueó una importante acción global y no cumplió vitales promesas
anteriores.
En la conferencia de Doha, EE.UU. fue enérgicamente criticado por no
tomar la iniciativa en la protección del planeta, especialmente a la luz
de su condición de mayor contribuyente histórico a los actuales niveles
de gases invernadero en la atmósfera. (“El más contumaz bravucón de la
sala”, declaró la ecologista india Sunita Narain).
Lo que motiva a los representantes de EE.UU., ahora como antes, como
siempre, es su preocupación por los beneficios corporativos. La
reducción de las emisiones de gases invernadero puede afectar los
resultados finales en los balances. Un epitafio adecuado para la lápida
sepulcral de la tierra. Shamus Cooke, escribiendo en ZSpace, lo resume
bien: “Por lo tanto, si la energía renovable no es tan lucrativa como el
petróleo –y no lo es– la mayor parte de la inversión capitalista
seguirá siendo destinada a la destrucción del planeta. Es realmente así
de simple. Incluso los capitalistas mejor intencionados no derrochan su
dinero en inversiones que no conducen al crecimiento”.
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