Por Alejandro Naclerio *
La desindustrialización iniciada en la última dictadura y
consolidada durante el menemismo se propagó con las políticas
pro-mercado. La apertura, la desregulación y las privatizaciones
apuntalaron la especulación, el endeudamiento externo y una mayor
presión estructural sobre la balanza de pagos. La ortodoxia, que condujo
el país hasta 2003, promovió incansablemente un modelo económico en
que, supuestamente, el financiamiento externo cubre las necesidades y
favorece el crecimiento de los sectores “competitivos”.
Este argumento presentado como ley autoevidente por el mainstream
constituye una falacia circunstancial. En efecto, el crecimiento
depende, según esta visión, de la circunstancia de las ventajas
comparativas en recursos naturales, lo que lleva a especializarse en
sectores que hoy ofrecen una mayor rentabilidad relativa, dejando de
lado actividades de alto valor agregado, que son las que otros países
son capaces de producir mejor y vendernos. ¿Para qué producir máquinas,
si los alemanes o los italianos siempre las van a hacer mejor que
nosotros? Esta falacia deriva en que la especialización es inamovible y
por ende resultará fútil la planificación que permita la
industrialización. Pues bien, la evidencia empírica indica lo contrario.
Los países desarrollados son aquellos que han construido sistemas
industriales gracias a la vinculación de la producción con sus sistemas
científicos y a la renovación continua de sus aplicaciones tecnológicas.
Estados Unidos, Japón y Europa, por ejemplo, tuvieron un Estado
intervencionista y planificador en sus diversas fases de desarrollo y,
ergo, un apartamiento de las leyes “naturales” y “eficientes” del
mercado.
En nuestro caso, la intervención y la planificación sirven para
promover sectores (estáticamente no competitivos) pero con
potencialidades dinámicas capaces, a su vez, de traccionar al resto de
la economía. Verbigracia, la estatización de YPF abre la posibilidad a
un entramado de proveedores locales que fortalece el conjunto de la
industria nacional y sustituye importaciones por capacidades domésticas.
Obviamente, éste es un proceso incipiente que deberá sostenerse en el
largo plazo.
Pero, más allá de este caso sustancial, es preciso tener en cuenta
algunas cuestiones medulares: al desagregar la balanza comercial, los
saldos positivos se deben exclusivamente a los sectores basados en
recursos naturales. El saldo externo resultante de suma de los bienes de
baja, media y alta tecnología es negativo en más de 31.500 millones de
dólares para el año 2011. Este déficit ha venido creciendo junto con el
PIB. El mismo resultado, para 2010, había sido de 23.000 millones de
dólares. En el interior de estas cifras es dable destacar dos sectores.
En primer término, en el agrupamiento tecnología media el más dinámico
es el sector automotor. Sin embargo, es el sector que al crecer genera
mayor déficit comercial. Esto se debe a que al menos un 75 por ciento de
las partes de un auto producido en el país son importadas y, sobre
todo, a que los diseños y los eslabones claves de la cadena están en
manos de las casas matrices de las firmas multinacionales, las cuales
bloquean la transferencia de conocimiento y el proceso de innovación en
el entramado de firmas domésticas. Las corporaciones multinacionales
saben que la fuente de su ganancia son los saberes tecnológicos que
ellos detentan y, por ende, nunca los transfieren. En segundo término,
en el grupo de alta tecnología el sector más dinámico es el farmacéutico
y también explica el más alto déficit de esta categoría. Aquí,
igualmente, las multinacionales ejercen su dominio influyendo sobre las
legislaciones de propiedad industrial e intelectual para bloquear la
transferencia de tecnología. En suma, varios de los sectores más
dinámicos están dominados por tecnologías externas y tienen alta
propensión a generar déficit comercial cuando el producto crece.
El desafío consiste, entonces, en seguir recuperando la política
industrial y comercial coordinando instrumentos del Estado para
estimular una sostenible densidad productiva. La sintonía fina debe
apuntalar a los actores locales claves capaces de generar derrame de
conocimientos y capacidades tecnológicas para seguir por el sendero de
la transformación de un sistema neoliberal basado en la renta
agropecuaria y financiera en otro fundado en un Sistema Industrial
Nacional.
* Doctor en Economía Universidad Paris 13.
Publicado en Página12
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