domingo, 23 de diciembre de 2012

SIN FRAUDES NI PROSCRIPCIONES

Las cuentas pendientes de la democracia y el proceso de recuperación de la última década

Imagen de igooh.com
Por Carlos Raimundi*

El aniversario número 29 del 10 de diciembre de 1983 me llevó a formular algunas reflexiones, más allá de la celebración. Todas ellas alrededor de un concepto que puede aparecer polémico: no se trata de veintinueve años de democracia, sino de continuidad de gobiernos elegidos por el voto, sin fraude ni proscripciones. Veintinueve años en que se han sorteado graves crisis –que antes desencadenaban golpes de Estado– siguiendo los pasos institucionales indicados en la Constitución Nacional. Al menos, no de una democracia integral. 
No quiero que se interprete esto como un cambio menor. Baste mencionar que, a partir del 10 de diciembre de 1983, el Estado cesó de ser un instrumento represivo para pasar a ser garante de derechos civiles y políticos. En una realidad como la nuestra, es nada menos que la diferencia entre el debido proceso y el arrojar al río los cuerpos de los disidentes. Y ese es un prerrequisito fundamental de la democracia, pero no es toda la democracia, no es la democracia integral. Me resisto a reducir la democracia a la sola ausencia de dictadura, porque sería un desmedro de su contenido social.
Lo que quiero poner en cuestión, vista la perspectiva histórica, es una idea con la cual nos formamos en plena transición entre la dictadura y la institucionalidad. Es la que indicaba que cada golpe de Estado, es decir, cada período de totalitarismo, traía consigo un profundo debilitamiento de lo social; habíamos vivido tantas interrupciones institucionales con sus consecuencias tremendas para los sectores populares y más vulnerables, que la premisa era recobrar la estabilidad institucional, y con ella vendría el bienvivir. Por lo tanto, había que asegurar lo procesal, para garantizar el logro de los contenidos sociales de una democracia cabal. Es lo que Alfonsín había sintetizado en su frase: "Con la democracia, se come, se educa y se cura." 
Cuando atravesamos esta fecha, se suele hablar de "las asignaturas pendientes de la democracia". Y, en ese sentido, en lo primero que pensamos es, por ejemplo, en la pobreza, o en la calidad educativa. Pero lo cierto es, que, durante los primeros veinte años posteriores al 10 de diciembre de 1983, no sólo no se resolvieron esos y otros problemas sociales, sino que los mismos se multiplicaron y se profundizaron. Eso no es ya una asignatura pendiente, sino un claro retroceso. Es decir, en pleno cumplimiento de los pasos procesales de la democracia, su dimensión social se deterioró profundamente.
Tomemos, por caso, tres grandes fundamentos que determinaron la desestructuración de nuestra sociedad.
1. Entre 1983 y 2003, y no obstante la desarticulación de nuestro sistema productivo durante la dictadura, la Argentina pasó de ser una sociedad de pleno empleo a tener el 50% de la población económicamente activa con problemas de trabajo, y un 25 % de desocupación lisa y llana.
2. Cuadruplicó los 45 mil millones de dólares que arrastraba de deuda externa en 1983, tomando números muy gruesos.
3. Multiplicó exponencialmente los indicadores de pobreza, pasando de bolsones parciales al empobrecimiento estructural de franjas cada vez más anchas de nuestro pueblo. Podríamos hablar, también, en términos similares, de nuestro desempeño en materia de salud y educación.
Estos botones de muestra, señalan a las claras que no se trató simplemente de "no cumplir asignaturas pendientes", sino del debilitamiento estructural del sujeto democrático. Y todo, bajo el estricto cumplimiento de los pasos procesales previstos por la Constitución Nacional. Es decir, la realidad desmintió con toda intensidad aquella idea de que la estabilidad institucional acarrearía la prosperidad social.
Fue recién a partir de 2003, cuando algunas de las dimensiones estructurales de lo que podemos definir como una democracia "integral" comenzaron a ser revertidas con políticas de inclusión, interrumpiendo claramente aquellas tendencias descendentes que la democracia procedimental no había logrado detener. Es a partir de 2003 que se inicia un proceso de trabajosa conjunción entre las normas constitucionales que consagran las libertades civiles y políticas, con aquellas que determinan el umbral de derechos sociales. No hace 29 años, sino recién diez años, que avanzamos en una etapa ascendente de reconstrucción de la dimensión social de la democracia, es decir, hacia un concepto integral, y no meramente parcial o electoral, de la democracia.
Diez años, desde que instituciones fundamentales como la libertad de expresión, de reunión y de asociación, y el sufragio sin fraudes ni proscripciones, se entremezclan con otras instituciones de –como mínimo– tanta "calidad institucional" como la Asignación Universal, las negociaciones colectivas, el desendeudamiento, la integración regional libre de tutelajes, la economía social y solidaria, la soberanía energética, la recuperación del Banco Central para el sistema productivo, la sustitución de importaciones, el control de la fuga de divisas, la enorme masa de ciudadanos humildes que hoy concurren a la universidad pública. En definitiva, la recuperación del Estado como facilitador social y equiparador de desigualdades, en lugar de aquel Estado cooptado durante décadas por los grandes conglomerados económico-financieros. Con la honrosa excepción de los primeros años posteriores a 1983, cuando aquella primera etapa del gobierno del doctor Alfonsín intentó una digna, pero tenue resistencia.
En definitiva, está demostrado que con el solo cumplimiento de las pautas procesales de la democracia no se come, ni se educa, ni se cura. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. Para completar el ciclo democrático se requiere, además, combinar un fuerte liderazgo político con la férrea voluntad de transformación de un pueblo politizado, movilizado, capaz de conflictuar los preconceptos liberales, que, bajo un pseudo consensualismo teórico, en la práctica nos habían llevado a perder muchas de nuestras conquistas históricas, aún, bajo gobiernos elegidos por el voto.

*Publicado en Tiempo Argentino

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