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Había
una vez un hombre al que le salió un grano en la nariz. No era grande,
la nariz. El grano sí lo era. Era grande y de aspecto desagradable,
tenía el color de la enfermedad. El dueño de la nariz que tenía el
grano, y por lo tanto propietario del grano, se preguntó quién sería el
responsable de que él tuviera un horrendo grano en su simétrica nariz.
Del dueño del grano diremos que era un hombre guapo, de entre treinta y
cuarenta años, con la cabellera intacta, de un metro ochenta e idóneo en
todos los deportes que había practicado y practicaba.
En el momento en que le salió el grano en la nariz ese hombre iba
dos veces por semana al gimnasio y jugaba tenis cada domingo. Por lo
tanto el grano no podía ser producto de mala circulación sanguínea. Así
como eliminó la circulación sanguínea como la probable causa de su
grano, eliminó las relaciones personales. Se llevaba bien con padres,
hermanas, ex esposa y sus dos hijos de trece y quince, que lo visitaban
fin de semana por medio y todos los miércoles. Ellos lo adoraban, él los
adoraba a ellos.
El grano en la nariz le apareció la madrugada del 8 de noviembre de
2012. El famoso 8N. Poca importancia tenía para el dueño del grano que
ese día fuera famoso. Podía ser un anodino martes de junio o un jueves
de febrero y el malestar sería igual. Para el hombre del grano importaba
la molestia del grano, fuera el día que fuera. Ese día madrugó más que
cualquier otro día. Le dolía la nariz. Y le dolía el orgullo. De pensar
que tendría que ir a trabajar con ese grano en la nariz le dolía el
orgullo. Porque el hombre del grano tenía trabajo. Un buen trabajo. Era
gerente de compras de una cadena de supermercados. Ganaba bien, aunque
trabajaba mucho. Tenía libres los domingos y un sábado por medio.
El hombre del grano también tenía auto. No último modelo. Era del
año anterior, con treinta mil kilómetros y un pequeño abollón en la
puerta. Pero era un buen auto, que no pensaba cambiar hasta el año
siguiente. Es decir, estamos frente a un hombre con trabajo y auto, una
familia y un futuro por delante. Sí, porque en el supermercado ya le
habían dicho que a fin de año le iban a aumentar el sueldo y que a
partir del año siguiente le corresponderían dos días libres por semana. Y
tres semanas de vacaciones pagas. Porque hasta entonces el hombre del
grano apenas se tomaba dos semanas de vacaciones al año, que dividía una
semana para sus hijos, otra para su novia. Porque el hombre del grano
tenía una linda novia.
El hombre del grano en la nariz no pensaba cacerolear ese 8N. No
tenía motivos. Tenía trabajo (no olvidaba que su padre había muerto de
tristeza en los '90, luego de perder el trabajo en la fábrica a la que
le había dedicado toda su vida adulta). Tampoco olvidaba que su hermano
había perdido su casa en el 2001, cuando el corralito lo dejó en bolas y
a los gritos de "que se vayan todos". Y el hombre del grano, además de
trabajo, tenía casa propia, mejor dicho, un departamento que daba a la
avenida donde mucha gente iba a cacerolear esa noche.
Lo que iba a suceder esa noche le daba más bien curiosidad. Al
hombre del grano en la nariz no le interesaba la política. No tenía
motivos. Estaba bien así, con su trabajo, sus amigos, sus posesiones y
su futuro. Un motivo menos para cacerolear tenía si pensaba que era un
hombre libre. Sí, porque además de todo lo que poseía, tenía un blog
donde escribía sus pensamientos, reflexiones sobre el trabajo o chistes
dirigidos a los amigos. El blog no era interesante porque el hombre del
grano en la nariz había leído cinco libros en su vida y ojeaba los
diarios solamente en algún café. Pero si bien no le interesaba la
política, era perfectamente consciente de que el padre de su amigo Tito
había desaparecido por decir lo que pensaba. Y el hombre del grano decía
lo que pensaba en su blog sin temor ni censura.
Pero el grano, ¿por qué le habría salido? Viajó hasta el
supermercado con la ventanilla abierta pero el grano no desapareció. Fue
un día horrible. La gente le hablaba mientras le miraba el grano. Al
fin de la jornada se sentía furioso. Furioso y deprimido. Frustrado.
Resentido. Resentido es la palabra exacta. Para colmo, al salir del
trabajo encontró el auto con una goma pinchada y en el camino de regreso
se topó con dos embotellamientos. Para saber si había un camino
alternativo a su casa sacó el cd de Arjona y encendió la radio.
En media hora se puso al día: la fragata (ni sabía bien lo que era)
demorada en el culo del mundo, la firma de Sábato (nunca lo había leído)
que le habían borrado a la reedición del "Nunca Más", las tropelías de
un tal Moreno (al que creía erróneamente ministro), los inconvenientes
para comprar dólares (que no necesitaba porque siempre vacacionaba en el
sur, donde tenía amigos con casa), etc. Para colmo pasó frente a la
escuela donde iban sus hijos (escuela privada), que vio tomada por los
alumnos (entre ellos sus hijos) porque reclamaban mejoras en la calidad
educativa.
Llegó a su casa hecho una furia. El grano en la cara le latía como
si estuviera a punto de explotar. Pero, ¿por qué le habría salido el
grano? Al entrar a la casa la encontró desordenada. Como nunca antes. Es
que dos meses atrás su empleada doméstica lo había abandonado por un
trabajo en la fábrica de cabinas de camiones donde trabajaba el marido. Y
el hombre del grano en la nariz no tenía tiempo de limpiar el
departamento. No tenía tiempo ni ganas. Las ganas se las dedicaba a su
trabajo y el tiempo en encontrarle reemplazo a su empleada doméstica,
reemplazo que no aparecía.
Serían las 20 horas del 8N cuando entró a su departamento, que
estaba hecho un asco. Se sacó el traje y se puso un jean y una remera
mientras escuchaba los mensajes telefónicos. Los amigos lo invitaban a
la marcha, amigos como él, que tenían trabajo, hijos en escuelas
privadas, vacacionaban y jugaban tenis los domingos. El último de los
mensajes coincidió con el momento en que el hombre abría la heladera
para entender por qué le había salido el grano en la nariz: la manteca
que había desayunado esa semana estaba vencida. Y todo por la conchuda
de la empleada doméstica que lo había abandonado sin haber, ¡por lo
menos!, hecho las compras antes.
Pero no era culpa de la empleada doméstica; sí, lo era, pero la
culpa no es del chancho sino del que le da de comer. Pero la que le daba
de comer a él era la empleada doméstica. Se hizo un lío. Ya no sabía lo
que pensaba ni lo que creía. Pero sí sabía que nadie tenía derecho a
quitarle la empleada doméstica. El grano en la nariz latía frente a sus
ojos como el tic tac de una bomba que amenazaba destruir su paz
construida a pura indiferencia. Era hora de dejar la indiferencia de
lado. Tiró la manteca a la basura. Escribió malamente un cartel que
decía: "Basta de manteca vencida", blandió una olla y la probó a golpes
de espumadera. Se sintió un hombre dispuesto a pelear por sus derechos.
Se anudó un pañuelo a la cabeza y bajó a la calle. Ahora sabía que la
culpable de que le saliera un grano en la nariz era CFK.
*Publicado en Rosario12
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