Hace algunos años a Héctor Magnetto no se le
conocía siquiera el rostro. Fue un fotógrafo del diario que por entonces
dirigía Jorge Lanata quien expuso ante la sociedad sus ojos saltones,
bestiales, como los de una pantera adentro de un moisés, y cuyo recuerdo
no le deja dormir el sueño en paz a Lidia Papaleo. Aún hoy el conductor
de PPT le estará pidiendo perdón al CEO del grupo para el que trabaja
por aquella imprudencia. Como Moyano, que vive arrepintiéndose de sus ex
convicciones, siempre a gusto de su entrevistador.
Lanata ya no investiga los desaguisados de Clarín y La Nación en Papel
Prensa. Alguna vez fundó un diario para explotar comercialmente la
inexistencia de una voz mediática que confrontara como él creía
necesario (y rentable) con el kirchnerismo. Hoy, ni eso. Su ego le ganó a
su creatividad. Suma su vocecita paga a corporaciones mediáticas de
vieja data, cuya capacidad de seguir desestabilizando gobiernos tiene
fecha de vencimiento: escribe en Clarín, se lo escucha en Radio Mitre, y
quien quiera despejarse de un mal resultado en los partidos del domingo
puede reírse un rato viéndolo en El Trece, a la hora en que ya no pasan
más Fútbol de Primera.
Que Magnetto haya tenido que salir a hablar públicamente es indicativo
de lo temeroso que se encuentra el holding ante el avance inexorable del
calendario. Y de las resoluciones judiciales, claro. “¿Qué te pasa,
estás nervioso?”, se preguntaría uno que yo sé. El 7 de diciembre se
acerca sin remedio, y son los generales mediáticos quienes, al fin,
salen a jugar sus últimas cartas. Cuando la democracia honra la noble
palabra que la nombra suceden estas cosas. La honestidad brutal de una
puja de intereses que va a fondo.
Nótese que la derecha ya no descarga su prejuicio descalificando de
“periodistas militantes” a quienes no piensan como ella. Ahora los
“periodistas militantes” son los de los medios hegemónicos. En La Plata,
el diario Hoy, experto en operetas, obsequia a sus lectores un póster
coleccionable en el que se convoca a decir “Basta” el 8 de noviembre.
Sin maquillaje ni pudor alguno. Mañana, no obstante, quizás hasta
afirmen que fue una movilización “espontánea”.
El cacerolazo será el fuego de artificio de una contienda que no es tal.
Clarín imputa al gobierno estar disputando una “guerra”, pero en verdad
es el grupo multimediático quien la libra. En democracia, bajo el pleno
imperio de la ley y de un proyecto político que se propuso
institucionalizar los cambios que promovió, las guerras únicamente las
declaran quienes se saben al margen de aquella. Contra ellos, la
Constitución.
Hace unos días un diario opositor mostró las fotos de la fortaleza que
los gerentes de Cablevisión montaron en las puertas del ingreso a la
planta, para “resistir” el 7-D y burlar a los oficiales de justicia.
Guardias de seguridad privada, un corralito con vallas custodiado
celosamente por agentes de anteojos oscuros, cámaras y un riguroso
control de ingresos y egresos de personal dan cuerpo a la temible
hipótesis de conflicto del Grupo Magnetto: las resoluciones del AFSCA,
los fallos de la Corte, las cédulas de notificación judicial.
Resulta llamativo que ante este nivel de beligerancia por parte de un
emporio económico que desafía sistemáticamente la ley y los poderes del
Estado, la oposición se rasgue las vestiduras por el simple discurso de
un diputado. Lo que Andrés Larroque dijo en el Congreso debiera merecer
otro discurso de similar voltaje que le responda, y punto. La democracia
y sus juegos institucionales lo permiten, y hasta lo estimulan cuando,
como ahora, en sus disputas se definen a suerte y verdad espesos
intereses materiales. No pudo ser.
Dicen que entre quienes abandonaron la sesión había legisladores
dispuestos a votar por la afirmativa. ¿Será que fue más fuerte el enojo
que su convicción, acaso? ¿Pudo más la obvia especulación que la
voluntad de votar una ley que extiende derechos a jóvenes? ¿Tan frágil
podrá ser el compromiso democrático de esos diputados? A propósito, yo
me sentiría más cómodo en las barricadas de Larroque, y menos entre las
sombras del Apocalipsis que profetiza Carrió, propias de un sérpico
despechado. No es sólo cuestión de estilo.
Paradojas de nuestra democracia: denunciadores seriales de ataques a la
libertad de expresión pretenden que un diputado del oficialismo no se
exprese con igual libertad. ¿O acaso hay que ser opositor para ejercer
ese sagrado derecho? ¿Qué no habrían dicho de Cristina si uno de sus
funcionarios estuviera procesado ante las sospechas de sus vínculos con
el narcotráfico y la trata de personas? Si hasta editorializaron sobre
el uso político de la muerte de Néstor Kirchner por su viuda, cuando el
cuerpo del ex presidente todavía estaba tibio. Vamos.
En la Argentina de los últimos años, la hipocresía política podrá tener
las patas incluso menos cortas que la mentira y hasta gozar de amparo
cautelar en tribunales inferiores de justicia, pero eso sí: está
absolutamente desnuda. Todos saben quiénes apelan recurrentemente a
ella. Se la conoce por vieja y por mañosa. Sus maniobras resultan, a
esta altura, obvias. Su entramado, evidente. Es un mérito de la
democracia que logramos alcanzar los argentinos y del que ya no
volveremos atrás.
Por lo demás, si la derecha sale a la calle es porque no le queda otra.
Hacer de cuenta que ataca es, hoy, su último gesto defensivo. La
capacidad de articular política e institucionalidad le es adversa, como
nunca antes. A quienes supieron gobernar el país con mano de hierro o
guante de seda durante los 27 años anteriores al 25 de mayo de 2003, les
debe resultar complejo recurrir a la acción directa. Por más masivas
que sean sus muestras callejeras, les resultará difícil soportar el peso
institucional de una democracia que, 29 años después de ser
reconquistada, se pone, al fin, los pantalones largos. Es en la
política, la gestión del Estado, la extensión de derechos, la creciente
inclusión social, la profundización en la mejora de todos los
indicadores socioeconómicos y culturales que la derecha pierde por
escándalo.
El 8-N es, apenas, la expresión de una carencia. La formulación de una
incapacidad. Romney, Capriles, Bullrich Luro Pueyrredón. Hasta los
dirigentes que invitan a movilizar juran que no saldrán a la calle. Un
dolor en el juanete presumiendo saber el futuro político. Un malestar
como de quien no pasó bien la noche creyéndose categoría sociohistórica.
El pasado proyectándose mañana. La nada misma. Cuidado.
*Publicado en Tiempo Argentino
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