Los dos países económicamente más poderosos
de la tierra ya eligieron a la cúpula que habrá de gobernarlos en los
próximos años. En el caso de EE UU hasta 2017; en China hasta 2023.
Entre uno y otro año, el país asiático se convertirá en la primera
potencia económica, lo que plantea la posibilidad de que también lo
intente en el plano militar, con lo que se produciría más temprano que
tarde eso que muchos analistas temen: un choque de dos trenes de alta
velocidad cargados de material inflamable.
China fue eje del debate presidencial en Estados Unidos entre el
demócrata Barack Obama y el republicano Mitt Romney. Para la percepción
popular, la producción industrial que antes se hacía dentro de las
fronteras ahora, mediante maniobras oscuras y perniciosas, se trasladó a
Asia con el consiguiente perjuicio para los trabajadores nativos. Pero
gran parte de las colosales ganancias de las multinacionales radicadas
en paraísos fiscales o en territorio estadounidense se justifica por esa
producción en China. Algo que Romney no ignora porque una de las firmas
que administraba su fondo de inversiones tomó ese rumbo para ganar más
dinero.
Es que el "problema chino" es y será cada vez más una variable
determinante en el marco de las políticas imperiales estadounidenses.
No es casual que el año pasado el factótum del acercamiento entre China y
Estados Unidos que llevó a cabo el presidente Richard Nixon en 1971,
Henry Kissinger, hubiera publicado un extenso volumen, On China, donde
trata de mostrar las características de esa cultura tan extraña para los
occidentales. El ex secretario de Estado de EE UU –estratega, por lo
demás, de los golpes de estado en Latinoamérica en los ‘70- hace un
esfuerzo importante para tratar de mostrar a sus lectores el modo de
abordar la relación que desde hace 40 años fue pacífica y hasta se diría
que cooperativa y que, según teme, podría desmadrar hacia
enfrentamientos letales en los que Estados Unidos llevaría las de
perder.
Kissinger --que participó en todos los encuentros previos a la cumbre
ente Nixon y Mao, negoció la letra chica de los acuerdos y fue desde
entonces hombre de consulta para empresas y dirigentes políticos
estadounidenses– es también el artífice de los acuerdos de paz que
pusieron fin a la guerra de Vietnam, con el beneplácito innegable del
gobierno comunista chino. Y si bien su posición sobre la historia de la
cultura china levantó críticas de sinólogos con sobrados antecedentes
académicos, no es menos cierto que su visión de las cosas tiene
relevancia para entender qué puede ocurrir entre las dos potencias.
Otros expertos, como el argentino Jorge Malena en su libro La
construcción de un país grande, coinciden con el ex hombre fuerte de la
política estadounidense en que para entender a China es necesario
comprender que se trata de una cultura con 4 mil años de historia sin
interrupciones. Una cultura que durante gran parte de ese período fue la
más avanzada y rica de la humanidad y que además, lo sabía y se lo
hacía entender al resto de los países de un modo convincente.
Por empezar, el nombre con que los chinos designan a su país,
'zhongguo', significa literalmente Nación Central. (, donde el primer
caracter es fácil de reconocerse como algo atravesado al medio con un
eje, mientras que el segundo representa al poder imperial encerrado en
un marco, que sería la frontera).
Fue común escuchar estos días que Estados Unidos no nació para ser
segundo (esto explica por qué cada estadounidense considera que su
patria debe estar a la cabeza del mundo), lo que prima facie podría
terminar en el temido choque. Sin embargo, los analistas suelen marcar
algunas diferencias entre ambas concepciones del mundo. Tal vez
Kissinger llegó más lejos cuando asimiló los juegos-ciencia más
difundidos en Oriente y en Occidente a una forma de ser. Y encontró que
en el ajedrez la estrategia consiste en aplicar toda la fuerza en
derrotar al rey contrario. Eliminarlo o lograr que renuncie, en cierto
modo, pone fin al juego y señala a un ganador.
En cambio, en el wei qi, más conocido por su nombre japonés, go, se
trata de rodear al adversario, dejarlo sin aire, hasta que no se pueda
mover. Eliminarlo quitaría la posibilidad de seguir el juego, que
eventualmente puede durar días. Y donde por la dificultad en establecer
ventajas territoriales, muchas veces no es sencillo declarar un ganador.
Esta tesis no encuentra tantos adeptos en las academias como las que
indican que la China actual abreva en tres influencias poderosas: la de
Confucio, la de Sun Tzu y la del maoísmo, la versión china del marxismo
leninismo.
Confucio, un filósofo que vivió en el siglo V antes de Cristo, sentó la
idea de que un gobernante debe inspirar respeto más que recurrir a la
fuerza bruta para ejercer su liderazgo. Y ese respeto se logra con la
virtud, a la que en forma bastante difusa se detalla bajo tres aspectos:
uno de ellos es el Li, algo así como las normas de conducta, los ritos
que hacen que cada uno sepa lo que debe hacer para estar en su sitio y
lograr las manifestaciones de respeto que le corresponden. Otra
condición es el Yi, que consiste en procurar a cada uno lo que le
corresponde, como un acto de justicia. Pero el más importante es el Ren,
que suele traducirse como benevolencia o magnanimidad, el deseo de
querer bien al resto de la humanidad. El equivalente al "no hagas a los
demás lo que no quisieras que te hagan a tí".
La otra gran influencia es el estratega Sun Tzu, conocido por su libro
El Arte de la Guerra, que suele recomendarse en estos lares incluso para
clases de marketing. Y que tiene como uno de sus pilares la frase "el
mejor general es el que gana una guerra sin disputar ninguna batalla".
Para los académicos la historia china es otra fuente donde desentrañar
la lógica que aplican sus líderes y entender sobre qué bases
reaccionarían en situaciones límite.
Y en tal sentido señalan que a lo largo de su extensa historia -que se
inicia con la dinastía Xia en 2017 a de C.- el territorio chino fue
invadido por extranjeros en dos oportunidades, y en las dos dejaron una
familia imperial a cargo de los destinos del país. Los mongoles Yuan
dominaron entre 1279 y 1378. Los manchú colocaron a la dinastía Qing en
1644 que culminó en 1911, con la República. Lo interesante es que
podrían definirse como dirigencias que tomaron el poder pero no tuvieron
más remedio que, en un país tan extenso y tan poblado, dejar el manejo
del estado a la burocracia local, que mantenía el legado confuciano y
obedecía a la cultura tradicional. El resultado fue que ambas dinastías
extranjeras terminaron "chinificadas", absorbidas por la cultura china,
al punto que hoy día Manchuria y una parte importante de Mongolia
integran el territorio chino.
La famosa muralla fue una muestra del modo en que combatían a los
pueblos bárbaros. Con artilugios defensivos y no de ataque bélico. El
dato no es menor si se tiene en cuenta que, como marca Malena, el uso de
fuerza militar siempre fue un último recurso cuando no funcionaba la
política de seducción o de enfrentar a bárbaros con bárbaros –la vieja
técnica de dividir para reinar-, y en cuatro milenos de existencia no se
computan más que 46 intervenciones armadas fuera de las fronteras.
Estados Unidos –que a su manera se defiende de los bárbaros del sur del
Río Bravo con una muralla en su frontera con México- en los 236 años de
su historia independiente hizo al menos 52 incursiones armadas en
América Latina y otras 40 en el resto del mundo, incluyendo dos guerras
mundiales, los golpes de estado amañados en su patio trasero y la
ocupación más reciente de territorios que rodean a China y también a
Rusia en el continente asiático.
Ahora que ganó la reelección, Obama viajará a Tailandia, Camboya y
Myanmar, los bordes naturales de China. Y enfrenta un soberano escándalo
entre los más altos cargos militares en Afganistán. Un aquelarre con
ribetes adolescentes que involucra a mujeres acosadas por mails y
misterios de alcoba mezclados con secretos de estado. No tanto si se
piensa que tropas de EE UU se ven envueltas regularmente en brutales
violaciones a los Derechos Humanos. Lo que lleva a pensar en las
virtudes que pueden mostrar estos líderes para llevar adelante los
valores de la civilización.
Cuando ayer se anunció oficialmente la designación de Xi Jiping –algo
que estaba decidido desde hace meses– el nuevo líder chino dijo que va a
luchar por "el deseo de la gente a una vida mejor". En la línea de la
sociedad "modestamente acomodada" que pretendía Deng Xiaoping cuando
inició la Apertura, hace 32 años, Xi también recordó que el PCCh
"enfrenta muchos desafíos"; entre ellos el de la lucha contra la
corrupción, algo ya señalado por Hu Jintao.
Es que en China también se cuecen habas que no le gustarían a Confucio.
*Publicado en Tiempo Argentino
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