En esta segunda parte, no le daré la
centralidad –como sí lo hice en la primera– a esa oligarquía rancia, no
tanto referenciada en su abolengo –lo que sería un prejuicio– sino en
sus prácticas. Esa que se ha enriquecido haciendo trampas al país, la
que ascendió al precio de la ruina del Estado y de las mayorías
populares, la cómplice del saqueo, la de los grandes estudios jurídicos y
contables dedicados a legalizar la elusión de impuestos, la que humilló
y denigró históricamente a miles de trabajadoras y trabajadores.
En este trabajo me referiré a esos sectores medios que en muchos
aspectos cultivan la rectitud en sus comportamientos (aunque muchas
veces pacatos), que no roban, que han conseguido un buen pasar por
razones de herencia, de movilidad social ascendente o de mérito
personal, que pagan impuestos y tienen en blanco a su personal. Y que,
sin embargo, a la hora de analizar la coyuntura política, lo hacen desde
la perspectiva que le inculcan los medios dominantes. Sectores medios,
medios bajos y hasta pobres, dispuestos a plegarse a las cacerolas del
poder, en una especie de trasversalidad destituyente policlasista. En
definitiva, el discurso del amo, recitado como propio de boca del
esclavo.
La pregunta que surge a esta altura es: ¿podrían los procesos
totalitarios, de proscripción, de ajuste, haberse prolongado en el
tiempo por fuera del consentimiento de una parte muy importante de la
sociedad en cuyo seno esos procesos acaecen? Y, al decir "parte muy
importante de la sociedad", la expresión bien puede justificarse por su
condición mayoritaria en cuanto al número, o bien en términos
cualitativos, es decir, a partir de su capacidad para imprimirle a la
etapa su modo de interpretar y significar esos acontecimientos.
Mi planteo es que deberíamos edificar defensas para que esa historia no
se repita. No podemos regalar a esos sectores, sino que debemos asumir
como central el desafío de desplazarlos del campo de la anécdota al
amplio universo de la historia. El campo de la anécdota es el que
intenta circunscribir el rumbo de un proyecto político a la declaración
patrimonial de un funcionario –información la más de las veces
manipulada– en lugar de analizar las grandes tendencias del modelo y la
fuerza transformadora del sujeto que lo sustenta. Desde la perspectiva
de cierto discurso, y su potencia para penetrar en ciertos sectores
sociales permeables a ello, pareciera ser que una sentencia de primera
instancia o una columna periodística constituyen el centro de una etapa
histórica, y haberle dicho que no al ALCA en conjunto con América del
Sur, es un mero detalle. Haber recuperado los fondos previsionales es
menos importante que la reasignación de una partida menor del
presupuesto, y restituirle al país la soberanía sobre sus hidrocarburos
es insignificante si se lo compara con un rumor adverso impreso en el
zócalo de un programa periodístico o con la marca de una cartera.
Es precisamente en este terreno, el de bregar por la construcción de un
mensaje alternativo al de los poderes dominantes, donde el gobierno
popular y las organizaciones políticas y sociales en que se sustenta
debemos desplegar toda la batería de herramientas disponibles en pos de
ese objetivo. Reconocer las razones históricas que la clase media tiene
para no confiar en el peso como moneda de ahorro, pero al mismo tiempo
explicar las diferencias estructurales que hoy existen respecto de ese
pasado. Hoy estamos en presencia de un Estado, que, gracias al
desendeudamiento, ya no sufre el estrangulamiento del sector externo, y
merced al crecimiento con superávit, se ha convertido en tenedor
mayoritario de divisas. Y que es justamente esa cualidad de controlar
las principales variables macroeconómicas, lo que torna inviable que se
desmadre la evolución de los precios. Y esto, no obstante el aumento que
los mismos han tenido a consecuencia de la cartelización que rige la
formación de los mismos, y la puja distributiva que hizo que las
empresas trasladaran a los precios la recuperación salarial operada, de
modo de mantener su tasa histórica de ganancia. Y lo mismo cabe decir de
la necesidad de explicar las ventajas que apareja a los sectores medios
la protección de nuestras industrias por vía del modelo de sustitución
de importaciones. Y así también habría que explicar las ventajas de ir
reconvirtiendo a pesos el mercado inmobiliario y la importante tasa de
ahorro de la que hoy pueden gozar vastos sectores medios de nuestra
sociedad. En definitiva, por primera vez, en muchos años, estamos en
presencia de un gobierno que cuenta con algunas condiciones esenciales,
que son favorables a un proceso de profundos cambios de paradigmas. La
primera es el contexto latinoamericano, que cuenta con gobiernos
populares de una densidad y fortaleza sin precedentes. La segunda es la
férrea conducción política de la presidenta de la República. La tercera
es lo ya mencionado respecto al control político de las variables
macroeconómicas fundamentales. Y la cuarta es la gran capacidad de las
organizaciones políticas y sociales afines al gobierno, de ocupar la
calle y protagonizar el debate público.
A todo esto podría agregar una última conclusión. A corto plazo, hay que
trabajar sobre esa franja de sectores medios en disputa. Y conste, una
vez más, que no me refiero a la derecha oligárquica, de intereses
irreconciliables a vencer, sino a esa otra franja social en disputa. Aun
cuando se pueda ganar una elección sin ella, se trata de la ampliación
de un bloque social capaz de garantizar una gobernabilidad más pacífica,
y apoyar la profundización del proceso. Eso, a corto plazo.
Pero, a mediano plazo, esos sectores cada vez más vastos que se
incorporan al espacio democrático en términos políticos, económicos y
culturales por vía del plan Conectar Igualdad, de la educación
cooperativa, de las primeras generaciones de universitarios, y tantas
otras vías de inclusión, conformarán una nueva franja social ascendente,
con niveles de consumo propios de las capas medias tradicionales, pero
con otra estructura o matriz ideológica y cultural. Un nuevo paradigma
cultural, despojado del perverso mensaje impuesto sutil e
inteligentemente por el poder, aunque no menos perverso, durante las
cuatro décadas precedentes al corte que se inició en nuestro país, en
2003.
*Publicado en Tiempo Argentino
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