“Es
totalmente falso decir que la emisión genera inflación”, sentenció
Mercedes Marcó del Pont en la entrevista publicada en este diario el
domingo pasado. Agregó que “solamente en Argentina se mantiene esa idea
de que la expansión de la cantidad de dinero genera inflación”. Esta
declaración provocó alteración emocional en las filas monetaristas e
incomodidad en otros. La presidenta del Banco Central apuntó al corazón
de un principio sagrado del análisis económico doméstico colonizado por
décadas de predominio de ideas monetaristas, en especial en la
institución que los liberales consideran de su propiedad.
La presencia
de Marcó del Pont en la conducción del Central es un hecho político
notable, porque desafía ese nicho de poder y de negocios de la ortodoxia
asociada con la banca. Es una grieta, por lo conceptual y también por
género, que sorprende a representantes de bancos centrales de la región,
incluso a los de países puestos como ejemplos por diferentes vertientes
del progresismo y de la izquierda, que aún mantienen concepciones
conservadoras en esos espacios de poder. Además de ese indudable
componente político, con la nueva Carta Orgánica la reconstrucción de
una banca central involucrada en el desarrollo económico se propone en
base a una concepción teórica y práctica que interpela la experiencia
pasada, capturando sus virtudes y neutralizando sus errores, que es
consciente del fiasco de la ortodoxia, aquí en los noventa y ahora en
Europa, y que se reconoce en las ideas más modernas de regulación
prudencial y del pensamiento económico sobre política monetaria, como la
que expresa el poskeynesiano.
En esta misma columna de hace cuatro sábados se afirmó que
considerar que la emisión de dinero se traduce en aumentos de precios,
en cualquier circunstancia y contexto, es uno de los mayores éxitos de
la ortodoxia en cuanto a influencia en la sociedad sobre el abordaje de
temas económicos. Es una idea que está marcada a fuego, incluso en
miembros de la heterodoxia. Si aumenta el gasto público, es
inflacionario. Si se financia al Tesoro, es inflacionario. Si se
utilizan reservas para pagar deuda, es inflacionario. Para la ortodoxia,
toda intervención del Estado, en última instancia, es inflacionaria,
aunque con excepciones. Por ejemplo, cuando rescata al sistema
financiero o cuando financia, mediante líneas de créditos a tasas
subsidiadas o beneficios fiscales, a grupos empresarios. Se revela así
que la discusión no es teórica sobre la orientación de la política
monetaria, sino que es otra eminentemente política referida a qué tipo
de participación se pretende del Estado.
Miles de comentarios descalificadores en portales de medios
cuestionaron a Marcó del Pont a partir de esa frase. Un hashtag en
Twitter sobre el tema se mantuvo durante un día entre los más populares.
Hubo artículos en tono escandalizado y comentarios varios evaluando el
descuido de la titular del Central. Muchos de ellos siguen atrapados por
la memoria de desquicios monetarios y financieros del pasado que, vaya
paradoja, fueron provocados por quienes pretenden erigirse en guardianes
del orden monetario. En el largo período que predominó la ortodoxia en
el Banco Central fue cuando más descalabros se registraron en el sistema
monetario y bancario. Desde 1976, cuando la dictadura liberalizó el
mercado financiero y el Banco Central quedó en manos de los liberales,
se sucedieron crisis bancarias, estafas a ahorristas, estatización de la
deuda externa privada, estallidos inflacionarios, cambios de moneda.
Los protagonistas de esas debacles, como sus herederos de ahora, son
quienes encienden luces de alerta sobre los cambios operativos y
conceptuales en el Banco Central. Es una reacción de autopreservación
extraordinaria teniendo en cuenta el fracaso del monetarismo, naufragio
al que no es necesario apelar a la experiencia argentina para
corroborarlo, sino que basta con analizar el actual descalabro europeo.
La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y el desafío
cultural, con sólido respaldo teórico y práctico, sobre la emisión de
dinero y la inflación, abre una nueva etapa, que en los hechos ya había
empezado y que ahora se ha institucionalizado. La cantidad de dinero de
una economía no tiene relación directa con la inflación. En la
definición de la magnitud de la masa monetaria de la economía
intervienen la tasa de interés, la tasa del crecimiento económico, el
grado de utilización de los factores de producción, el grado de
monetización, la velocidad de circulación de los medios de pagos. Las
bancas centrales no controlan la cantidad de circulante, sino que puede
intervenir en ese sentido manejando la tasa de interés o el tipo de
cambio. Las metas cuantitativas no son una herramienta para gestionar la
política monetaria.
Esta concepción se basa en renovadas ideas propuestas por
economistas enrolados en la escuela poskeynesiana. Entre sus aportes se
destaca que definir los niveles de tasas de interés por parte del Banco
Central es clave porque estiman que esa variable es relevante en la
distribución del ingreso por su efecto sobre el crecimiento y el empleo.
Afirman que los aumentos de precios dependen del resultado del
conflicto entre los trabajadores y las empresas por la distribución del
ingreso. En esa tensión la fuerza de los trabajadores está vinculada con
su grado de organización, y aumenta cuando es baja la tasa de
desempleo. En tanto, el poder de las empresas para compensar el alza del
salario nominal subiendo precios para mantener su tasa de ganancia
depende de la competencia en la economía (con más margen en mercados
oligopólicos o monopólicos), de la productividad y de la correlación de
fuerza con los sindicatos. Otra de las bases de la economía
poskeynesiana es que la demanda agregada (consumo e inversión) está muy
relacionada con la tasa de interés. Si ésta aumenta, baja esa otra
variable, y viceversa. A la vez, la tasa de desempleo depende
inversamente de la demanda agregada. Esto es, si aumenta el gasto
disminuye el desempleo. También la desocupación está relacionada
positivamente con la tasa de interés: a mayor tasa menor demanda, por lo
tanto, mayor desempleo.
Esta esquemática reseña sirve para exponer que la tarea principal de
la política monetaria del Banco Central es la intervención en el nivel
de la tasa de interés, y no en la expansión cuantitativa del dinero.
Existe divergencia entre miembros del poskeynesianismo sobre cómo
definir el nivel de la tasa de interés. Unos proponen que en términos
reales debe ser cero, o sea la tasa nominal igual a la inflación
esperada. Otros sugieren un nivel “justo”, en el cual la distribución
del ingreso sea neutral, en cuyo caso deber ser igual al promedio de la
productividad del trabajo. En una y en otra opción, ese marco de
política monetaria favorece un mayor grado de libertad de la política
fiscal y la política de ingresos. El poskeynesianismo considera que la
economía no tiene una tendencia natural al pleno empleo, entonces
propone la intervención estatal para alcanzar ese objetivo. Otro
postulado importante es que la producción se ajusta a la demanda y, por
ese motivo, el incremento del consumo (público y privado) es el
principal incentivo a la inversión. Es decir que a corto y largo plazo
la economía está dirigida por la demanda; no por las restricciones en la
oferta.
La escuela poskeynesiana no se plantea como un cuerpo de ideas de
verdades absolutas, sino que lo desarrolla en un marco que es definido
como de incertidumbre total, donde el futuro es imprevisible, puesto que
está estrechamente vinculado con el del tiempo histórico. Definición
que colisiona con los postulados tradicionales. En Teorías monetarias
poskeynesianas, los economistas Pierre Piégay y Luis-Philippe Rochon
afirman que “es necesario desconfiar de los que pretenden detentar la
exclusividad –y, por supuesto, la tenencia de la verdad– sobre teorías,
paradigmas, sistemas, sean cuales fueren. Es necesario desconfiar, sobre
todo, de los que pretenden poseer el verdadero sentido, derivado de una
hipótesis única”. Para concluir que la complejidad del sistema
económico actual invita a ser prudentes cuando se trata de sugerir un
análisis. Ambos destacan que su intención es más modesta: “Mostrar que
las teorías monetarias poskeynesianas son fieles a ciertos aspectos del
análisis de Keynes y cuáles de ellos constituyen importantes avances”.
Modestia de la que la ortodoxia carece pese a sus rotundos fracasos.
*Publicado en Pagina12
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