Que
el origen de la Arquitectura fuera el cobijo es algo que nadie duda.
Encontrar un lugar en el que guarecerse de la intemperie, de las
inclemencias y los peligros, fue el primer paso de un largo camino. De
esta manera, se puede decir que una característica inherente a la
arquitectura entendida como hábitat, además de la funcionalidad, es el
fácil acceso a ella. El hecho de utilizar materiales cercanos, de fácil
acopio, y rápida construcción es, simplemente, de lógica. El germen de
toda construcción será buscar mecanismos sencillos para, con esos
materiales, cumplir un objetivo: ampararse.
Este concepto en principio tan básico hoy parece haberse olvidado por completo. La arquitectura convencional separa dramáticamente estructura y envolvente, interior de exterior, construcción de paisaje. Esto complejiza el proceso constructivo, lo encarece y lo aleja de sus objetivos básicos. La tendencia de estas edificaciones no es plantear soluciones para problemas (o mejor dicho, situaciones) existentes, sino plantear problemas a los que hay que buscarle solución.
Hasta
el desarrollo profundo de la técnica, la sabiduría generacional,
observación y experimentación, fueron la base de toda disciplina. Hoy
recae sobre ella una acepción despectiva, relegada a segmentos “poco
desarrollados” de la sociedad. En
el campo de la construcción, a la Arquitectura Popular o Tradicional se
le relaciona directamente con pobreza, escasez de recursos o atraso.
Incluso
hemos inventado conceptos ambiguos que están en boca de todos, más
acordes con una sociedad moderna y emprendedora; palabras como
“bioclimático”, “sostenibilidad”, o “bioarquitectura”… ¿qué son
exactamente? ¿acaso
no es esencia de la arquitectura el tener en cuenta las condiciones
climáticas?, ¿el aprovechar los recursos?, ¿el dotar de habitabilidad un
espacio?
Desde
los propios programas docentes de las Escuelas Técnicas, se elude la
Arquitectura Popular como ciencia, postergándola a la mera curiosidad, a
lo pintoresco. Por este motivo, se acaba sintetizando erróneamente al
término “arquitectura rural”.
La
legislación vigente tampoco lo pone fácil. Se regulan principalmente
construcciones de estructura metálica u hormigón pero ni la normativa
española ni la chilena tienen en cuenta las construcciones con ciertos
materiales que han formado parte de la arquitectura a lo largo de
siglos, como el barro (tierra cruda, tapial, bloque de tierra
comprimida, o cualquiera de sus formas), fibras vegetales, aquellas que
utilizan el propio terreno (construcciones excavadas) o incluso
materiales reutilizados o aprovechados. La
mayoría de ellos son respetuosos con el entorno, económicos y de fácil
explotación, que sin embargo no están contemplados en ninguna norma. Esto
reduce como si de un colador se tratara, la cantidad de propuestas que
los incluyen, al suponer un plus de responsabilidad para el arquitecto.
Es alentador que, a pesar de esto, son muchas personas interesadas en el diálogo “hombre-paisaje-arquitectura”,
desde los estudiantes universitarios hasta profesionales de distintas
disciplinas. Cada día se trabaja en proyectos teóricos que nunca ven la
luz y que han realizado una reinterpretación de alguna tipología popular
ampliamente experimentada. Se puede generar una arquitectura
completamente contemporánea que no sólo sea respetuosa con el medio en
cuestiones prácticas, sino que lo embellezca y pase a ser “paisaje”.
La
arquitectura tradicional se debe estudiar a nivel regional, pues nace
de circunstancias y condicionantes muy localizados, ligados no solo al
entorno natural, sino a un entorno cultural, histórico e incluso
religioso. Errores de la arquitectura bioclimática son, por ejemplo, aplicar soluciones generales a problemas particulares. Buscar
la pócima mágica aplicable a multitud de casos en mil puntos de la
geografía mundial, moviéndonos sólo en una escala variable. El estudio
regional implica una infinidad situacional, con tantas tipologías como
puntos caben en un mapa. Esto hace que se conciba quizás como algo
inabarcable y no como una sólida base sobre la que asentarse.
Entonces, ¿Cómo escalonar estas experiencias?. Es necesario llevar a cabo una sumatoria, trazar una red sólida que recoja todas las soluciones pasadas y presentes,
demostrar que no es una arquitectura marginal, que tampoco es una
arquitectura exclusiva de entornos rurales, y convertirla en una
disciplina seria.
Hace poco asistí a un Seminario de Agroecología y Cambio Climático. En él plantearon una cuestión interesante:
En
2003, más del 50% de la población mundial vive en ciudades. En
Sudamérica, en los últimos 40 años se ha triplicado la población urbana.
Esto acarrea una serie de problemas en cuanto a vulnerabilidad social y
natural. Si las ciudades son el centro de la población, ¿qué es la
sostenibilidad urbana? ¿es lógico y posible este concepto?
La
sociedad actual se encuentra en un punto límite. Las crisis económicas,
el cambio climático, la sobreexplotación de los recursos, nos han
llevado como todos sabemos a una situación de no retorno. Hay que
enfrentarse a un punto y seguido para el cual estas experiencias son
claves.
Nos
empeñamos en querer garantizar la sostenibilidad del medio ambiente,
cuando éste es sostenible de por sí. En lo que hay que centrarse es en
la sostenibilidad de los sistemas que actúan sobre él, y la Arquitectura
es uno de ellos.
Un
ecosistema se define como un medio que agrupa a todos los organismos
vivientes de un lugar, los componentes no vivos, los componentes físicos
del medio ambiente con el cual los organismos interactúan (aire, suelo,
agua, sol) y para cuyo funcionamiento se necesita una fuente de
energía, una energía que mantiene la vida.
Teniendo
en cuenta esto, ¿se puede generar un ecosistema ciudadano? Puede que la
supuesta arquitectura rural tenga mucho que decir. Que comience la
red.-
*Publicado en Plataforma Arquitectura
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