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Por
Roberto Marra
Hace
mucho tiempo, fue instalado el concepto de que existe un “primer
mundo”, ese que integran los (también) llamados “países
centrales”, que no es otra cosa que una manera de manifestar el
poder que ejercen sobre el resto de la humanidad desde el “sentido
común”, creado desde lo cultural, para el autoconvencimiento de la
mayoría de los habitantes planetarios sobre sus supuestas
incapacidades para el desarrollo ante la pre-supuesta y arrogante
“superioridad” europea y norteamericana.
Sin
embargo, la realidad actual y la historia devenida desde sus
creaciones, dejan ver cosas muy distintas a esas maniqueas maneras de
presentar los hechos que poseen esas instituciones, terminando, hoy
día, en simples oficinas del poder imperial, como la OEA, o en
ámbito de estériles discusiones que terminan, invariablemente, con
los vetos de los países que se piensan con inamovibles
superioridades en la ONU.
Como
detenidos en el tiempo de la “guerra fría”, continúan
utilizando la semántica que les permitió mantener de rodillas a
casi toda la humanidad durante décadas, envuelta en el miedo
permanente por sus amenazas atómicas. Así continúan ahora, con ese
ridículo lenguaje amanerado y descalificante de lo alternativo a sus
posturas ideológicas, siempre basadas en la enajenación de las
riquezas de las naciones empobrecidas, con el espurio objetivo de
aplastar sus desarrollos autónomos y, con ello, la liberación de
las fuerzas productivas y culturales propias de cada Nación.
Al
contrario de lo que suele suceder en nuestras naciones, los
imperialistas no descansan nunca en la búsqueda de opciones para el
mantenimiento de sus dominaciones. Sus “tanques de pensamiento”
elaboran todo el tiempo formas de asegurar su poderío e impedir el
desarrollo de nuestras propias decisiones. De ahí, al hundimiento de
los procesos de cambios producidos por los gobiernos de Nuestra
América en estos últimos tiempos, solo les resta el paso del
convencimiento mediático-cultural de la población mayoritaria,
momento desde el cual ya podrán ejercer, más o menos violentamente,
todo su poderío golpista, sin demasiada reacción inmediata.
Es
ese “detalle” mediático y cultural, el que les ha permitido
permanecer por tantos años incólumes a pesar de tanta historia
sangrienta y miserabilizante. Es a través de ese poderoso
instrumento de masas que se han apoderado de las conciencias primero,
y de las voluntades después, para terminar siendo aceptadas por los
sojuzgados las cadenas que los atan a un destino de pobreza del que
resulta muy difícil emerger.
Cuando
se lo hace, cuando se logran desatar esos nudos ignominiosos, la
destrucción resulta de tal magnitud, que todo se reducirá a
levantar del suelo los restos del botín que se han llevado, sacar de
la indigencia a los perdedores de siempre y reconstruir la
infraestructura derruída o atrasada por efecto de la expoliación
salvaje acontecida.
Pero
las vueltas de los tiempos políticos le brindan siempre a los
Pueblos de nuestros países otra oportunidad para encarar un nuevo
intento liberador de sus fuerzas productivas. Cuando el horizonte se
amplíe ante la expectante mirada de los postergados, cuando se
revean los malos pasos dados y se atiendan los consejos de la
historia, llegará la hora ineludible de no repetir el abandono del
fundamento cultural que todo acto renovador o revolucionario debe
poseer y el trabajo de pensar se hará costumbre cotidiana para
asegurar el futuro que se pretenda alcanzar.
Solo
así podrá comenzar un verdadero tiempo nuevo, poblado de certezas
elaboradas desde nuestras propias miradas ancestrales, olvidando los
dictámenes de los engreídos de ese “primer mundo” alienante y
oscuro, dejando de lado las despreciables “recomendaciones” de
esos contaminados organismos internacionales, que solo buscarán
trabar nuestras esperanzas, como lo hicieron siempre para reducirlas
al fracaso que no debemos permitirnos nunca más.
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