Los
gobiernos populares se nutren de conceptos humanitarios, basan sus
políticas en actitudes democráticas, donde se trata de hacer
partícipes a los interesados en la construcción de la justicia
social, que resulta ser el eje de las acciones que se emprenden. Se
establecen alrededor de paradigmas sociales que aseguren equidad
distributiva y sostenibilidad del proceso mediante la inclusión en
el mundo productivo de cada vez mayor cantidad de ciudadanos. Los
derechos ampliamente atendidos y los deberes firmemente sostenidos,
terminan de cerrar el círculo virtuoso que delimita un ámbito de
dignidad social y progreso material, indispensables para generar un
auténtico desarrollo.
Para
lograr semejantes objetivos, los gobiernos populares deben saltar
miles de vallas que les interponen las corporaciones más poderosas,
centenares de demandas de quienes no quieren perder un milímetro de
sus ventajas económicas, decenas de trabas financieras y jurídicas
que apuran los dueños de las mayores riquezas concentradas. Solo por
intentar construir esa nueva esperanza popular, la furia de los
creídos dueños de la Nación se desatará sobre el proceso virtuoso
que se esté llevando adelante, con la ventaja de contar con la base
primordial de su dominación histórica sobre la sociedad: los medios
de comunicación.
El
desarrollo exponencial de los sistemas de información, es alimentado
por una parafernalia tecnológica cuya extensión alcanza ya a la
totalidad de la población, aún de quienes no tienen casi acceso a
la alimentación, pero sí al pequeño aparato que resulta el tótem
de la actualidad: el teléfono celular, que ya casi ni se utiliza
como tal, sino como receptor y emisor de infinitos mensajes, imágenes
y videos. Usado como juego o como vehículo de información y
formación de las nuevas generaciones crecidas bajo su influjo
permanente, esta arma disimulada bajo el paradigma de la comunicación
permanente, es la intermediaria en la cual se basa la nueva manera de
dominación de los sentidos.
Esas
creaciones tecnológicas terminan por establecer la diferencia que
hace a la superioridad que puedan tener los enemigos de los gobiernos
populares, los cuales, por la profusión y el carácter urgente de
las demandas sociales, suelen dejar para un futuro siempre postergado
el acercamiento al uso para sí de esa tecnología imprescindible
para evitar el fracaso de sus gestiones. Porque las comunicaciones
son el ámbito fundamental donde hoy desarrollan las guerras el
imperio, desatender semejante hecho palpable y sufrido a cada
instante, culmina en la pérdida de todos los esfuerzos realizados
por alcanzar las metas de desarrollo inclusivo que se hayan
propuesto.
Los
golpes de Estado “modernos” son llevados a cabo por medio de
estos sofisticados sistemas de comunicación, mediante los cuales se
anulan las capacidades racionales de la población, mayoritariamente
influenciadas por los mensajes estudiados por centenares de expertos
de esos “tanques de pensamientos” que dispone el imperio para
cooptar voluntades y anular la influencia de lo real, de lo palpable,
de lo realizado y lo visible, que se tira al rincón de los méritos
individuales, provocando el desprecio hacia los líderes de los
procesos de cambio virtuosos, a quienes se atosigarán con los mismos
métodos para convertirlos en los personajes más odiados de la
sociedad.
La
realidad yace tirada en el camino de la esperanza derrotada, los
imbecilizados gritan sus odios prefabricados y atacan con fervor
suicida a sus beneficiarios, mientras se friegan las manos los
poderosos y sonríen los fondos monetarios y los bancos mundiales.
Los organismos supra-nacionales son parte de esas fiestas de las
derrotas populares, acicateando la brutalidad de los cipayos de cada
nación que fungen de ejecutores de sus propios pueblos. Mientras el
tiempo, el implacable acompañante que nunca nos espera, apura el
final de otro sueño derribado, y nos anuncia a través de ese mágico
aparatito que parece contenerlo todo, que habrá que esperar otra
oportunidad, otra vuelta más en la calesita del horror y la miseria
eternizada.
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