Por
Roberto Marra
Empapados
de odio, los levantiscos bolivianos arremeten contra el gobierno que
los hizo personas. Embisten como bestias recién desatadas sobre los
lugares emblemáticos de las instituciones que le otorgaron el
reconocimiento como ciudadanos, negado desde siempre por los mismos
que ahora les proveyeron de la base brutal de ideologías basadas en
el desprecio a sus iguales. Atropellan con fervor religioso el sitio
que ¡un indio! les sustrajo democráticamente a las élites que hoy
vuelven a apoderarse de la totalidad del poder fáctico.
A un
lado, heredero de los incas que dominaran medio continente sobre el
Pacífico, sumido en las corruptelas de ineptos gobernantes,
ponderado por los poderosos que solo ven crecimiento cuando se elevan
sus fortunas, a pesar de la miseria circundante, el país de la
bandera rojiblanca creada por San Martín se retuerce en medio de las
voces cansadas de un Pueblo abandonado a su suerte, que no encuentra
todavía salida a sus impostergables necesidades aplastadas con
mentiras y robadas con la sangría de sus inmensas riquezas mineras.
Hacia
el norte, en aquel sitio donde el planeta se divide en dos mitades
exactas, un incalificable personaje sobre ruedas, siniestro
depositante de confianzas traicionadas, avanza con la entrega de todo
lo recuperado por quien fuera el talentoso y patriótico presidente
que revolucionó económica y socialmente esa porción pequeña, pero
significativa, del continente, aplastando las rebeliones desesperadas
de los marginados, siempre los de rasgos originarios, los de las
pieles oscuras, los sometidos de cinco siglos.
Limitando
con esa tierra ecuatorial, otra nación hermana se debate en un
ambiente de muertes cotidianas de campesinos y dirigentes sociales,
del robo sistemático de sus tierras, del martirio de la pobreza
extrema y la acción denigrante de fuerzas armadas corruptas y
prebendarias del crímen del narcotráfico, en medio de un “acuerdo
de paz” que nunca comenzó a aplicarse, con un gobierno mucho más
preocupado en derrocar al de su nación vecina, que en solucionar
alguna de las inmensas deudas de justicia que dejan las décadas de
infamias empobrecedoras y guerras fraticidas.
A un
costado de esa fábrica de muertes con forma de polvo blanco, otro
país, el del Bolivar que todo lo liberó, el del mestizo que lo
trajo a aquel nuevamente del olvido programado de la historia, el
constructor de una revolución protagonizada con pasión por sus
compatriotas más humildes y sometidos, es abrumado por el imperio y
sus cómplices continentales para derrocar su decisión de ser libre
y soberana, mediante el feroz aislamiento económico y financiero, al
que resisten con valor inconmensurable el pueblo heredero del gran
Chávez.
En
la hermana mayor de esta Patria Grande tan deseada por el enemigo de
la humanidad, un ridículo psicópata arrastra a ese Pueblo al
regreso a la miseria de la que un grande de la historia sudamericana
la había sacado con su gestión justiciera. Con la vulgaridad de los
necios engreídos de poderes que solo pueden tener con un arma en la
mano, el negacionista de la realidad estalla en mil berrinches por
ver a su archienemigo liberado y dispuesto a dar batalla y esperanza
para el fin de su dictadura disfrazada con formas leguleyas.
En
la patria de López y Francia, en esa tierra humedecida todavía con
la sangre derramada por los gobiernos vecinos de entonces, aplastada
y destinada al oscuro papel que le reservara el imperio de turno por
haberse atrevido a ser soberana, atravesada todavía por la resaca de
la dictadura de un personaje oscuro que se mantuvo cuarenta años en
el poder, un mar de soja y corrupciones ocultan la miseria de los
campesinos sometidos, mientras la mentira se renueva en cada período
para acabar renovando mandatos que nunca responden a los intereses de
sus votantes.
En
la puerta del Plata, en la tierra de quien fuera el primer
constructor de una Patria Grande que nunca fue, en esas costas donde
resuenan las palabras de Benedetti y Galeano, donde se escuchan las
voces encantadas de Viglietti, Zitarrosa y las murgas carnavalescas,
se aproxima el desenlace de una contienda electoral que podría
derivar en el regreso de los peores signos de retroceso, en la
reaparición de los cómplices de la dictadura que participaron del
“festín” del Plan Cóndor y sus horrores asesinos.
Pero
aquí, en nuestra tierra, en esta Patria desvencijada y sometida al
escarnio neoliberal por cuatro años, en esta porción enorme del
continente tan deseado por el imperio desde siempre, la esperanza
popular ha logrado vencer al enemigo y se prepara para retomar, por
enésima vez, el camino de la reconstrucción de los sueños
interrumpidos. Se acerca el momento donde todo quedará en nuestras
manos, en las de un Pueblo que deberá protagonizar cada segundo del
trayecto hacia la justicia perdida, regresando al punto de partida
abandonado, pero mejores y más sabios. Se viene el tiempo de la
revancha, pero de la buena, de la que construye con lo solidario, de
la que no especula con los iguales, de la que no retrocede ante las
zancadillas que nos intentarán poner a cada paso los eternos
abonados al odio.
Este
es el duro tiempo de nuestro Continente, envuelto en mil conflictos,
acechado por siniestros personajes sostenidos por el imperio dueño
de todas nuestras desgracias, atacado por propios y extraños,
desvalijado mil veces y reconstruído otras tantas, asesinado y
renacido, revoloteado por buitres carroñeros de riquezas que nos
costaron demasiada sangre para ser entregadas sin luchar.
Pero
esta es la hora de redoblar el paso, de apurar las unidades
fraternales, de traspasar los límites nacionales y abonar el
nacimiento de lo que fuera el sueño primigenio de nuestros
libertadores, para acabar en un solo grito soberano, para arriar las
banderas del sometimiento y levantar las que hagan sonar el
escarmiento a los traidores y los hunda en el olvido de una historia
que ahora deberá ser, toda nuestra.
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