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Por
Roberto Marra
Existe
un lugar en el Mundo donde se cocinan las recetas más espeluznantes,
donde se crean las pócimas más venenosas, donde se elaboran los
platos más indigestos. En esa “caldera del diablo” se preparan
los alimentos destinados a millones y millones de obnubilados a
quienes se los adiestra previamente para aceptar con extraño placer
esos bocados horrendos y mortales. Desde ese sitio que huele a azufre
y muerte, se comandan los “delívery” que desparraman sus
monstruosas prescripciones por el Planeta, para intoxicar las
conciencias y matar sin piedad alguna a quienes no acepten tragar sus
ponzoñosas viandas del horror.
Después,
los ricos locales harán la labor indispensable de provocar la gula
de los destinados al hambre por consumir las recetas diabólicas que
les presentan con adornos y oropeles que nunca serán suyos. La
actitud prebendaria de gran parte de quienes debieran ser los
custodios de las fronteras ideológicas que aseguren soberanamente
los panes propios, permite el acceso irrestricto de tanta mugre
alimenticia a los hogares de los futuros muertos.
La
ingenuidad de los gobiernos populares, convencidos de poderes del que
no tienen más que el préstamo de un pequeño porcentaje, hace
posible que se les escape de entre sus dedos la voluntad mayoritaria,
presa de deseos inventados y prioridades que son el reflejo oscuro de
las que precisan los “cocineros” de la caldera mayor para
asegurarse la clientela de su “restaurante” mundial.
La
conformación de una especie de “aristocracia popular”, imitadora
a ultranza de modismos culturales ajenos y sentidos comunes
fabricados para sus adhesiones incondicionales a estilos de vida que
nunca alcanzarán de verdad, hacen el resto para que las malditas
comidas del horror lleguen y se desparramen entre los pobreríos
hambrientos y desvalidos de conciencias de las inequidades de las que
son víctimas.
Arando
en el agua, los gobiernos populares tratan de crear, con sus más y
sus menos, las bases de mejores sociedades, donde esas palabras
mágicas, “justicia social”, termina siendo la pala para el
entierro de ese sueño mil veces derrumbado con la fuerza asesina de
los dueños de la “caldera” diabólica donde se cocinan los
destinos de la humanidad. Y serán incluso los mismos beneficiarios
de tanto humanismo solidario, los enterradores de sus felicidades en
ciernes.
La
imaginación de políticas de desarrollos inclusivos, de introducción
al mundo del trabajo a quienes se creían destinados a las eternas
limosnas miserables, de la provisión de la base educacional a las
nuevas generaciones, del acceso a sistemas sanitarios desconocidos
por las mayorías, serán solo atribuídos, por efecto de los
narcotizantes brebajes preparados por los poderosos y sus “che
pibe”, a la voluntad meritocrática de los beneficiarios.
Por
ese mismo camino panicoso de la verdad revertida, serán señalados
como culpables de cuantas tropelías se les ocurran a los dueños de
los medios, los líderes que hicieron posible semejantes avances
sociales. Con esas mismas herramientas de la comunicación,
erróneamente dejadas en manos exclusivas del Poder y sus mendaces
locutores, serán destruídas sus honras y destituídos de sus cargos
por hordas salvajes de energúmenos sin neuronas sanas.
Las
experiencias felices serán arrastradas al fango de la oscuridad
asesina de la verdad y la eliminación física de sus auténticos
defensores. Las sonrisas de los niños serán borradas con el odio
derivado del color de piel. La alegría popular será aplastada con
el machete de la miseria profundizada, con el racismo a flor de
labios, con la muerte anticipada y el robo sistematizado de sus
sueños libertarios.
Quedará
ahora el recuerdo de lo que pudo ser y solo fue por tan escaso
espacio temporal. Quedarán en pié las estructuras físicas de sus
legados portentosos, pero serán otros los destinatarios de sus
beneficios. Se mantendrán las explotaciones de las riquezas
naturales, pero sus apropiadores serán, otra vez, los provocadores
de todos los males planetarios. Y serán derrumbadas las otras
estructuras, las sociales, las que intentaron llevar a todo un Pueblo
a un destino de grandeza al que muchos de su integrantes prefirieron
dejar de lado, para arrastrar sus pobres humanidades hacia el trágico
comedor donde les sirvan las ponzoñas preparadas en esa repugnante,
putrefacta y mortífera “caldera del diablo”.
Cuando
los pueblos aprendan de sus errores y los líderes de sus
ingenuidades, cuando las palabras adquieran la dimensión de sus
auténticos significados, cuando se pueda pensar sin director de
orquesta mental que nos guíe, cuando los caminos se unan para
arribar al destino que sepamos construir para salvar la humanidad de
su fatalidad imperialista, entonces recordaremos a quienes nos
legaron el impulso por obtener la verdad, a quienes nos señalaron
con anticipación el sentido de nuestras luchas, a quienes pusieron
sus vidas a nuestro servicio y, muchas veces, les negamos sus valores
y desvencijamos sus ofertas de futuros al alcance de nuestras manos.
Allí,
en la primera fila de esa nueva esperanza, junto a otros y otras
grandes de nuestra historia reciente, estará el enorme Evo, el
soñador de una nueva Bolivia, el heredero de Tupac Katari, el
descendiente de los libertarios de otros siglos. Y junto a él,
deberemos ser ahora capaces de apagar para siempre el fuego maldito
de la caldera donde se cocinan todas nuestras desgracias.
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