viernes, 27 de septiembre de 2019

LA MALA LECHE

Imagen de "Guia Infantil"
Por Roberto Marra
Argentina ha sido un País donde el consumo de leche de vaca adquirió un volúmen extraordinario, gracias a la expansión de la producción pero, sobre todo, a la posibilidad fáctica de adquisición de las personas de ese alimento esencial. Ha habido un largo camino desde aquella imagen de nuestros abuelos que recibían al “lechero” con una vaca a la que ordeñaba en la puerta del comprador. Después la leche en tarros que se volcaba en los recipientes que cada familia disponía, hasta llegar a los tiempos de la pasteurización y la actual, que ha generado una industrialización intensiva de tal magnitud, que produce decenas de subproductos hiper-elaborados a partir de aquel primigenio líquido blanquecino.
El consumo masivo y en cantidades importantes de leche, además de la carne, trae consigo el crecimiento físico e intelectual de la personas, lo que genera una superior capacidad cognitiva en los seres humanos, razón que hizo de nuestro País una fuente de desarrollo notable comparativamente con otros que no contaban con este tipo de alimento. Esa “buena leche” formó parte de la distribución de las riquezas de modo más equitativo.
Sin embargo, la llegada de los gobiernos de tipo ultra-neoliberales, reproductores de sistemas económicos retractivos del desarrollo, destructores de los virtuosos procesos industrialistas e inclusivos de las mayorías populares al consumo, fue produciendo una degradación progresiva de la alimentación de las personas de menores recursos, hasta convertir a la leche, nada menos, en un bien casi suntuario.
Semejante desvarío economicista, perverso por donde se lo mire, ha logrado tal envilecimiento social que ha producido lo que nunca se podría haber dado en un territorio donde pululan las vacas por donde se quiera, donde la industria lactea está en condiciones de producir con holgura lo que se necesita para nuestra población. Aunque, también es necesario decirlo, es una industria cuya práctica monopolización ha ido generando las condiciones para imponer precios absolutamente inaccesibles para los argentinos que dependen de salarios cada vez más miserables.
Con ese “cóctel” de gobiernos insensibles y empresarios de fines exclusivamente rentísticos, se ha logrado que la mala nutrición y el hambre reaparecieran con extrema crudeza, cuando todo estaba dado para que ello nunca sucediese. Nada de ello les importa a quienes solo observan sus cuentas bancarias y sus fugas al exterior de las ganancias. Solo se trata de los “daños colaterales” de sus guerras sucias contra la población inerme de un País desvencijado y al borde de la miseria generalizada.
Los comedores escolares y los barriales, se han multiplicado como hongos después de una lluvia, una que ha sido muy ácida para los bolsillos y los estómagos de los que nunca se consideran a la hora de elaborar los falsificados informes al Fondo Monetario, donde se muestran insultantes números que solo pueden provocar asco y desolación.
Han regresado esos programas televisivos destinados a juntar las dádivas de los sensibles ciudadanos para contener el “tsunami” de una pobreza que avanza a pasos agigantados, arrasando con los últimos vestigios de dignidad que les quedan a las familias destrozadas por los padecimientos impuestos para acabar con los supuestos males del “populismo”.
La hora de esta “mala leche” tiene que llegar a su fin. El tiempo de la alimentación sana y generalizada a cada uno de los argentinos es impostergable. Y los medios para lograrlo deberán ser extraídos de quienes provocaron esta crisis alimentaria pavorosa, a través de la malversación de nuestras riquezas, apoderándose de lo que nunca debió estar a cargo de semejantes enfermos de codicia. Deberá comenzar una etapa política donde la Justicia Social deje de ser solo una retahila de algunos mensajeros de porvenires que nunca llegan, para convertirse en el factor de desarrollo popular que necesita nuestra Nación.
Pero tiene que aparecer también la otra Justicia, la que haga pagar con toda su fuerza la falta de alimentos para las más inocentes de las víctimas de esta parodia inhumana y cruel que convirtió a la Patria en un botín de su repugnante guerra contra los pobres. Deberá asegurarse que las sanciones se correspondan con los daños provocados, con las muertes escondidas por los medios cómplices, que también deberán hacerse cargo de tanta muerte despreciada, de tanto dolor anestesiado con las falacias que ahora explotan con el hambre anunciado el primer día de la oscura gestión de los ineptos “capitanes” del horror. Entonces, y solo entonces, podrán acabar los tiempos de la mala leche.

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