Por
Roberto Marra
El
edificio del Congreso de la Nación está en obras. Como consecuencia
de ello, la restauración de sus fachadas maltratadas por el tiempo
ha generado un hecho por demás de significativo, si se lo observa
desde lo simbólico. Es que sus frentes han sido cubiertos por esas
inmensas telas plásticas que se utilizan en la construcción para
resguardar a los transeuntes mientras se llevan a cabo las tareas
reconstructivas, una alegoría perfecta de los últimos tiempos de
ese trascendente ámbito democrático, donde esto último parece
haberse dormido durante estos últimos años.
Tapados,
escondidos, asomándose cada tanto entre las rendijas de ese inmenso
“cortinado”, escrudiñan a las multitudes que se agolpan con
frecuencia ante sus puertas, siempre cerradas para el pobrerío,
siempre abiertas para los capitanes del hundimiento de este inmenso
“titanic” en que se ha convertido el País. Son el reflejo de la
estructura de poder elaborada desde hace dos siglos, con la cruel
medida de los ganadores de entonces y de ahora, para desatender los
reclamos de las mayorías desesperadas ante esa cultura de la mentira
y la desidia.
El
teatro legislativo abre sus telones muy de vez en cuando, para
observar las disputas vociferantes entre parlamentarios de
protagonismos excluyentes, “representantes” que solo evitan la
presencia auténtica de los supuestos representados. Después
realizarán conferencias de prensa donde se explicarán las razones,
tantas veces irracionales, de sus decisiones. Nunca faltarán,
entonces, los señalamientos de culpabilidades ajenas y voluntades
propias, para terminar con peroratas hirientes hacia sus enemigos
ideológicos, creyendo ver allí la salvaguarda de sus propias
responsabilidades.
El
más democrático de los poderes del Estado, se ha convertido en algo
tan pequeño como la capacidad de sus integrantes, con las lógicas y
plausibles excepciones. En sus pasillos pululan los arreglos y las
componendas en busca de salvar las posiciones enfrentadas con
términos medios que son, en realidad, mediocres. En sus despachos
habitan los secretos que explotan los “periodistas con llegada”,
que saben que preguntar y a quienes, para informar o desinformar,
según el caso y la moral de cada uno.
Ha
llegado el tiempo de subir el telón de ese “auditorio” que no
oye al que necesita ser escuchado. Es hora de sacudir la tela que lo
recubre para eliminar la mugre de sus amaños a espalda del Pueblo
que los votó. Es momento de comenzar a abrir las puertas y las
ventanas de sus despachos, para que diputados y senadores puedan ver
a sus representados, para que aprendan las razones de sus presencias
desesperadas, para que se atrevan a ejercer los mandatos de honores
perdidos detrás de las miserables razones de los poderosos. Y para
convertirse en artífices de una obra que represente, con fidelidad,
la imprescindible construcción de la felicidad popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario