Por
Roberto Marra
El
salvajismo antipopular forma parte indisoluble del neoliberalismo que
asola nuestra sociedad. Se expresa en cada acción de los gobiernos
que adhieren a esa categoría del capitalismo exacerbado que vienen
destruyendo cuanta conquista social se les ocurra, todo para avanzar
como topadoras acumulando riquezas para los más ricos y aplastando a
los más pobres contra los paredones de los “fusilamientos” con
las armas del hambre y la miseria.
Es
el caso de uno de los más conspicuos representantes, en Rosario, de
ese método infalible para la dominación de un mercado específico,
como es la oligopolización o la monopolización. Es quien se ha
convertido en una especie de “zar” de la construcción, a quien,
paradójicamente, le llaman “desarrollador”. Es alguien que lo
único que ha desarrollado es su fortuna incalculable (y oculta),
siempre basándose en la connivencia con el poder político local,
fácil presa de los “vendehumos” que les prometen una ciudad
parecida a Nueva York, solo alcanzable (según ellos) con edificios
monstruosos por sus dimensiones, por los sitios donde se asientan y
por los daños a la estructura urbana y social que producen.
Ahora
surge a la luz un conflicto protagonizado por este personaje de las
“finanzas constructoras”, tratando de imponer su poderío sobre
un grupo de familias que habitan unas edificaciones que quiere
apropiarse para otro de sus monumentales negocios inmobiliarios,
siempre teñidos de alguna incoherencia con lo que debiera ser un
sensato desarrollo urbano controlado por el Estado, único garante
(es lo que debiera) del derecho a la Ciudad que nunca se aplica,
salvo para los que más tienen.
Personas
que habitan hace más de veinte años un edificio, debieran, según
el energúmeno en cuestión, ser desalojados de allí para que él
pueda ejercer su acción depredadora del derecho y elevar sus
ostentosos bloques de cemento y cristal, para regocijo de sus
bolsillos y llanto angustioso de sus víctimas. Con la prepotencia de
los que se sienten superiores solo por acumulación de dinero,
interpone acciones ante el Poder Judicial que, hasta ahora, ha
respondido con una cordura extraña para ese tan lábil sector del
Estado.
Pero
no es cuestión de pensar que abandonará sus pretensiones
apropiadoras este invasor de tierras ajenas. Como un topo, sabe
socavar los cimientos de la dignidad urbana mediante el ejercicio
extorsionante con el que suele asolar el Concejo Municipal, un lugar
donde se han concertado verdaderas lapidaciones al futuro de nuestra
Ciudad, con los levantamanos que siempre se ponen al servicio de los
dueños del poder real, antes que a la realidad miserable de los
habitantes que debieran ser sus representados.
El
privilegio suele ganar las partidas con sus cartas marcadas por el
abandono de las mayorías. Los gobernantes tienden a sostener a estos
falsos “desarrolladores” con la eterna disculpa del futuro
“derrame” de beneficios a los ciudadanos, mayoritariamente
perdedores, habitantes de una Ciudad construída para la imagen,
antes que para su libre uso.
La
urbe, la manifestación palpable de la cultura ciudadana, está
siendo arrasada, aplastada por edificios grotescos por sus tamaños y
obscenos por sus destinos inhabitados. Mientras abajo, bien abajo, en
los rincones más oscuros y olvidados, arrinconados por una pobreza
que lastima las consciencias de los bien nacidos, sobreviven los que
nunca sabrán de los lujos repugnantes conseguidos por este tipo de
nefastos personajes, auténticos destructores de la ilusión de ser,
de verdad, una gran Ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario