martes, 24 de septiembre de 2019

EL FIN DEL OLOR A AZUFRE

Por Roberto Marra
 
En las relaciones internacionales priman los buenos modales, las formalidades respetuosas y las sonrisas impostadas. Detrás de todo ese arsenal de simulaciones para mostrar lo que no se es ni se piensa, un mar de deshonestidades se adivinan con solo mirar la realidad cotidiana, atravesada por conflictos de intereses las más de las veces solucionados “a los tiros”, con violencias que se derraman, casi exclusivamente, sobre los más pobres, sobre los eternos desamparados de todas las sociedades.
Para el tiempo en que se reune la Asamblea de las Naciones Unidas cada año, se multiplican los “llamados al diálogo”, los conciliábulos entre delegaciones cercanas ideológicamente para derrotar las posturas de sus oponentes y las asociaciones de países entregados a la voluntad imperial para ayudar a su amo a acabar con los enemigos que inventa cada día para derramar las maldades de las que viven sus aparatos económicos y financieros.
Con esa base sucede esa teatralización de las relaciones entre las naciones, con reglas establecidas para un funcionamiento siempre estricto, armado en cada ocasión por una burocracia que no parece tener otro objetivo que cumplir con el reloj, aparentemente alejada de cualquier ideología, salvo la de sus propios intereses individuales. En ese escenario se mueven las piezas del oscuro ajedrez mundial, con muchos movimientos especulativos y poca disposición a estudiar cada partida, que casi siempre es ganada por los mismos, para beneplácito de los dueños del Planeta, que nunca pisan el lugar, pero que manejan los hilos de sus marionetas geopolíticas.
Muy de vez en cuando aparece alguna figura que desentona con su discurso con lo que pareciera establecido como inamovible. Sacude las telarañas de un Poder que se pretende omnímodo e inamovible, penetra en las conciencias marchitas de los delegados y genera un temblor en los cimientos de esa estructura anquilosada, para terror de los conductores planetarios y esperanza de los millones de desprovistos de derechos.
Y es desde Nuestra América que suelen suceder, las más de la veces, semejantes desafíos. Es desde las entrañas mismas de este continente sometido por siglos al arbitrio de los imperios de turno, que se han desatado esas oleadas de futuros distintos, se han sentido los aromas de nuevas vidas, de justicia y solidaridad, se han vislumbrado tiempos de libertades y de cadenas destrozadas. Es desde aquí que han salido esas voces claras y contundentes, que proclaman otras épocas, que avanzan mucho más allá de “lo establecido”.
Mujeres y hombres distintos elevan sus ideas renovadoras, limpian el aire de perversiones guerreristas, multiplican los panes de la solidaridad entre los pueblos y desarman los odios enquistados por las maquinarias mediáticas dominantes. Valientes, sostenidos por verdades de a puño, se expresan con la calidad de quienes están seguros de sus palabras, cada una de las cuales representa a sus compatriotas, a sus dolores y sus deseos de saltar por encima de las vallas que se les intentan imponer solo para dar continuidad a la malversación de sus riquezas, en nombre de supuestas “democracias”, que son nada más que cáscaras vacías de los gobiernos inútiles que los precedieron.
Por ese proscenio se han sucedido, muy de tanto en tanto, personajes que han marcado la historia de la humanidad. Todavía resuenan entre sus inmensas paredes esas vibrantes palabras llamando a construir un Mundo diferente, un ámbito de convivencias reales, sin falsas sonrisas ni manos temblorosas al estrechar las de sus adversarios ideológicos. Pero también todavía se siente el “olor a azufre” que nombrara el bolivariano eterno, todavía permanece el pestilente aroma a muerte con la que ensucia cada año esta contienda verbal, el imperio y sus máximos representantes.
En medio de las peores condiciones internacionales, atravesados por miles de muertes que alimentan solo a los mercaderes de las desgracias populares, se hace imprescindible la aparición de otras voces, las nuestras, las de los Pueblos postergados, las de nuestros líderes ensuciados por las desvergüenzas mediáticas, las de los atacados por pretender acabar con la injusticia social, las de quienes no se rinden ante los enemigos obcecados en derrotar nuestros futuros con la violencia y el hambre.
Será para parir otro Mundo, el soñado y bendecido tantas veces por los pueblos enamorados de destinos coartados siempre por los misiles de la derrota. Habrá que abrir la puerta a un nuevo cielo, limpio de los humos de las metrallas de las palabras huecas que corrompen las inteligencias y derraman odios sin sentido. Desde ese momento solo se habrá de avanzar, como una inmensa infantería planetaria capaz de aplastar, con el arma de la conciencia, limpia de miserias y cobardías, a los oscuros y falsos personajes, representantes de las perversiones de un Poder al que no se le deberá dar tregua. Nunca más.

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