En
el mundillo político, o más apropiadamente, politiquero, se suelen
dar muy frecuentemente los cambios bruscos de definiciones
ideológicas por parte de algunos encumbrados “dirigentes”, más
bien simples representantes de un sector acomodaticio que suele
abonar el camino a cualquiera que se erija circunstancialmente como
líder en cada momento histórico. Una simple manera de demostrar sus
pocas convicciones y sus muchas ambiciones personales, esta forma de
actuar les asegura siempre un lugar cercano al Poder, aún cuando
éste ni los considere más que como “perritos falderos” que
obedecen las órdenes de quien los alimenta.
Eternos
“buscavidas”, pero de la buena, sabrán acoyararse a otros que no
cambian nunca, porque ya han alcanzado el lugar donde ejercer su
poderío sin demasiada oposición de la sociedad, por la particular y
retrógrada manera de mirar al Poder que tienen la ciudadanía, con
esa colonizada mentalidad servilista que durante décadas se ha
inculcado desde las aulas y los medios de comunicación.
Es
así que estos “buenos para nada”, pero sí para impedir la
consolidación de cualquier proyecto popular, se hacen de un
“nombre”, adquieren cierta “fama”, para después derivar
hacia donde la corriente los lleve en su permanente devaneo entre una
y otra posición política. Sin vergüenza alguna, sabrán pararse
ante las cámaras para emitir sus sentencias negativas hacia quienes,
hasta hace un rato, venían adulando. Sin solución de continuidad,
se ubicarán del lado de donde sople el viento, dejándose arrastrar
por la suciedad de las mentiras necesarias para barrer con sus
anteriores definiciones, que disponen bajo la alfombra de la
indignidad que los sustenta.
En
Argentina tenemos muchos ejemplos, lejanos y recientes. Cada uno supo
ganarse el sarcástico rótulo de “panqueque” que les colocó esa
justicia popular que no suele equivocarse en las definiciones de sus
traidores. Pero también existen a nivel internacional figuras de
renombre que mudaron de opiniones rápidamente una vez asumido el
cargo que les otorgaran sus pueblos, para terminar diciendo y
haciendo lo contrario de las declamaciones pre-electorales.
Llama
la atención el particular caso de Michelle Bachelet, la
ex-presidenta de Chile por dos períodos, devenida ahora en “Alta
Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos”. Ya desde su cargo
presidencial comenzó su transformación, ejerciendo su mandato con
apabullante parecido a sus antecesores conservadores, siendo ella
perteneciente a un partido denominado “socialista”, aunque ya
sabemos como se ha tergiversado tal denominación por parte de cada
uno de los dirigentes de partidos similares en el Mundo.
Esta
señora, hija de un un militar que fuera torturado y asesinado por la
dictadura feroz de Pinochet, terminó siendo un maladado reflejo
oscuro de la digna figura paterna, aplicando brutales medidas
represivas contra estudiantes y trabajadores cada vez que salían a
la calle para ejercer un derecho humano básico en toda democracia
que se precie, como es el de peticionar ante las autoridades. Palos,
gases y agua, fueron las respuestas contundentes de aquella
presidenta, hoy convertida en supuesta defensora de esos derechos en
otros países, los mismos que ella conculcaba en el suyo.
Fue
partícipe y continuidad de esa “prosperidad” chilena con la que
se regodean los economistas de pocos estudios y demasiada cámara
televisiva, en realidad, la construcción de una sociedad
tajantemente dividida entre ricos y miserables, profundamente injusta
en la distribución de las ingentes riquezas que sí generan. Nadie
notó el cambio en el Mundo cada vez que dejó el mando a su sucesor,
el multimillonario Piñera, porque, como dijera Il Gatopardo, en
Chile todo cambia para que nada cambie.
Ahí
anda ahora, convertida en la vara que pretende medir la calidad de
los derechos humanos en nuestros países, la espada “leguleya” de
una organización de la ONU dedicada a perseguir a los gobiernos
populares, especialmente al de Venezuela, estigma máximo que por
estos días tiene el imperio. Falsa y engreída, se paseó por esa
Nación sin escuchar las voces populares, solo las de los enemigos
del gobierno, esos patéticos personajes que se creen líderes y
gobierno alternativo.
Denuncias
sin sustento real y denostaciones irrespetuosas de la voluntad
popular, son las armas inútiles para impulsar las patrañas
imperiales para las que ella ejerce su labor de zapa. Pero sabe, como
la camaleónica figura que es, emitir alguna pequeña queja por el
bloqueo imperialista, lista para voltearse en el aire nuevamente
cuando las circunstancias se lo demanden. “Panqueque” político
internacional, si los hay, sabrá cumplir siempre con su tarea
promiscua, para volver a empezar en cualquier otro rol que le
encargue el Poder, solo por mantener su desvencijada “honorabilidad”
en la buena consideración de quienes no la conocen de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario