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Las luchas y debates en pos de la soberanía atraviesan toda nuestra
historia como nación. El control sobre el territorio –atributo
fundamental para el ejercicio del poder por parte del pueblo–, sobre esa
“realidad física producida socialmente”, resulta condición necesaria
para la acción plena de la soberanía política. Los años recientes han
revivido estos debates. Los conflictos en torno de la actividad minera,
la explotación hidrocarburífera y el avance de la frontera agropecuaria
son sólo algunas de sus expresiones. A partir de ellas, frecuentemente
se cuestiona al Estado sobre sus acciones, a las que se considera
parciales, equívocas y a mitad de camino hacia lo deseable. No obstante
el deseo, la realidad suele imponer otras condiciones.
Sería iluso pretender que cualquier proceso político, social y
democrático pudiera cambiar de la noche a la mañana, realidades tan
profundas como aquellas vinculadas con el ambiente y nuestros recursos,
arraigadas en nuestro acervo cultural y en algunos casos amañadas de una
institucionalidad reflejo de otros tiempos. La política exige más que
el mero ejercicio de la voluntad. Como bien enseña nuestra historia, los
procesos de cambio y transformación necesitan como condición modificar
la correlación de fuerzas que sostiene el esquema a cambiar. Acumular
políticamente en el sentido a impulsar. Esto genera resistencia de los
poderes fácticos beneficiados de la situación actual, pero también de un
conjunto más amplio y heterogéneo de nuestra población, el cual a veces
no se moviliza por un interés material directo, pero se ve influenciado
por otro que sí. La referencia en este sentido bien puede ser el
conflicto con las patronales agropecuarias en 2008.
Bien vale aquí una digresión al respecto: si la disputa por el
control de un pequeño margen de la renta extraordinaria del sector
agropecuario puso en jaque la gobernabilidad del país, ¿qué hubiera
sucedido si discutíamos con mayor profundidad el modelo productivo del
agro? ¿Quiénes hubieran acompañado al Estado en esa disputa?
El acuerdo entre YPF y Chevrón bien puede servir de ejemplo actual.
En el contexto de un país aún en reconstrucción, con problemas en el
sector externo para generar las divisas necesarias, sin acceso al
crédito internacional para conseguirlas, con desafíos para aumentar la
oferta energética, tomando en cuenta que al momento de la
nacionalización de YPF se tomó una empresa descapitalizada, con
producción declinante y nula inversión, resulta más que claro que
necesitamos “socios capitalistas” (tal vez no los “ideales” soñados sino
los reales posibles). Si agregamos a la ecuación el desarrollo
potencial de una técnica relativamente nueva en la producción,
necesitamos además un socio que sepa y tenga experiencia. Esto deja
fuera a la gran mayoría de las petroleras latinoamericanas, y a buena
parte del resto. La asociación contempla un “clúster” de sólo 20 km2
(expansible a 300 km2 en una segunda etapa, sobre los 30.000 km2 que
tiene aproximadamente la formación Vaca Muerta). El acuerdo es en partes
iguales entre ambas empresas, quedando el control operativo en manos de
YPF. ¿Puede aún sostenerse que el acuerdo YPF-Chevron es una entrega de
soberanía? ¿Cuán soberano puede ser un país periférico que no alcanza
el autoabastecimiento energético?
Sin embargo, aún quedan pendientes algunos interrogantes vinculados
con lo ambiental. Más allá del debate sobre el proceso de fractura
hidráulica y sus implicancias –lo cual excede los límites de este
artículo–, vale destacar que YPF debe esmerarse en mejorar la
performance de la actividad petrolera en el norte de la Patagonia, donde
aún existen reclamos por los impactos de explotaciones convencionales
pasadas, y disputas por el territorio aún no zanjadas con las
comunidades originarias. En el conflicto y las respuestas que provoca,
se juega la profundización de las transformaciones en curso.
La apuesta debe ser con el Estado y no contra él. En materia
ambiental, el Estado debe recuperar su rol como garante principal del
bien común, sabiendo que existen transformaciones pendientes para
desandar la trama neoliberal y tejer definitivamente una nueva sociedad,
un nuevo país y una nueva región.
La pregunta latente resuena sobre lo hecho y lo irresuelto en la
construcción de una política soberana sobre los recursos naturales de
cuño popular, que exprese los cambios, las transformaciones y las
tensiones de la Argentina reciente. Ampliar las fronteras de lo público,
profundizar la reforma y centralidad del Estado, ahondar las
transformaciones de nuestra matriz productiva en la búsqueda de mayor
valor agregado, redoblar esfuerzos en función de desterrar una
mentalidad colonial y colonizada que se resiste a darse por vencida en
estas latitudes bien pueden formar parte de la agenda presente y futura.
* Miembro del Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad y del Centro de Investigaciones Geográficas de la Universidad Nacional del Centro.
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