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El
kirchnerismo lo hizo. Al fin lograron que seamos un país de gente
infeliz. Todos somos infelices, desde el más pobre al más rico, desde el
lactante al geronte, hombres y mujeres, gordos y flacos, los argentinos
somos tremendamente infelices. No es casualidad que Argentina sea el
país de los psicólogos. Las universidades están ofreciendo: "Dos títulos
al precio de uno: estudie ingeniería o cualquier otra porquería, y
llévese también el título de psicólogo, que es el que lo va a salvar de
ser un ratón".
En eso, desgraciadamente no hay país que se nos parezca. Los
japoneses eran infelices cuando se suicidaban con el harakiri, que
consiste en abrirse en dos como una sandía. Lo solucionaron prohibiendo
los cuchillos y obligando a todos a comer con palitos. También los
escoceses eran infelices por sufrir de bolas paspadas por el frío y la
humedad. Hasta que un día decidieron ponerse polleras y, bolas al
viento, fueron felices y de pieles lozanas.
Pero los más infelices, sin duda, somos los argentinos. Ahí tenés a
un investigador argentino. Era feliz cuando este país le dio los
estudios gratuitos y luego le mostró generosamente el camino a Champs
Elysees o Times Square, donde están Chanel y Hermés. Luego de haber
disfrutado del placer de adaptarse a vivir en otro país, aprender su
lengua en cursos gratuitos que se dan a las cinco de la madrugada en
medio del río y trabajado codo a codo con africanos o parias semejantes,
viene el kirchnerismo a decirle que tiene que volver, crean un plan
para que lo haga ¡y le consigue trabajo! Y ese noble intelectual tiene
que dejar la paz de Bélgica, supongamos, donde la gente no se molesta en
hablar unos con otros y el frío te congela el upite pero mata las
bacterias, y volver al país, cerca de los primos (que son unos
pedigüeños), de los amigos de la infancia (que le recuerdan a uno que el
tiempo pasa). Infelices, cultos pero infelices.
Y la clase media es infeliz, porque los han dejado asomarse al
tapial de la prosperidad y ahora tienen que aprender a escalar y a
saltar del otro lado, donde reina la incertidumbre y posiblemente los
reciban a los tiros y les apliquen el derecho de pernada. Antes les
bastaba con mandar a los hijos a estudiar medicina y casar a las hijas
con uno que no sea muy vago. Pero ahora, para que la Chocha, que es la
vecina, se muera de envidia, tienen que viajar a Europa a cada rato,
cambiar el auto cada año, estudiar audioperceptiva para que la
caceroleada le salga con onda, y ¡hasta se van a ver obligados a elegir
algún candidato no tan zanguango (entre los posibles; cosa que no es
fácil) para que los gobierne desde el 2015! Pero si antes los elegían
los diarios y eran felices.
También los pobres son infelices. A los muertos de hambre de este
país la depresión no se les notaba porque nadie los miraba ni les
hablaba. Ahora resulta que se volvieron consumidores y ya andan entrando
en la depresión típica de la clase media (que también les aplicaría el
derecho de pernada si pudiera). Antes andaban descalzos, comiendo de los
tachos de basura y robando lo que encontraban, y eran felicísimos
bailando cumbia y meta brindar con tetrabrik; y ahora tienen que ir a la
escuela, ponerse las vacunas, aprender a manejar una computadora, y
algunos ya quieren ir al psicólogo, tener auto nuevo y viajar al
exterior. Eh, hasta cuándo.
Los pesimistas son infelices porque anuncian devaluaciones,
corralitos e invasiones alienígenas que no se cumplen y tiene miedo de
que se los tome por charlatanes. Los optimistas son infelices porque ya
no pueden mirar televisión ni escuchar radio sin sentirse salames de
equivocados que están. Los indiferentes son infelices porque no los
dejan hacerse los boludos en paz. Los ateos son infelices porque no
saben cómo putear al papa sin ser un traidor a la patria. Los creyentes
son infelices porque han llegado a la conclusión de que Dios no es
argentino (un Dios argentino no hubiera permitido que los kirchneristas
llegaran al poder). Los chicos son infelices porque quieren ir a la
rural a pasear en pony y los mandan a Tecnópolis ¡a jugar con las
matemáticas! Los qom son infelices porque la clase media bienpensante se
preocupa por ellos pero no los acepta en sus barrios ni aprobaría nunca
jamás que sus hijos se casen con un toba. Los golpistas son infelices
porque el gobierno no les reconoce que lograran promocionar el país
mandando a vivir al extranjero a tantos genios. Los demócratas son
infelices porque sienten culpa cada vez que sueñan que a los
kirchneristas los voltean los militares.
Los periodistas son infelices porque los culpan de todo, algo a lo
que ellos ya le habían encontrado explicación: la culpa de todo la
tenían siempre los políticos.
Los políticos, otra manga de infelices. ¿Cómo pueden ser felices, si
los peronistasperonistas están enojados con los
peronistaskirchneristas que a su vez le echan la culpa a los
kirchneristastransversales que dicen que la culpa la tienen los
radicalesradicales por haber dejado que los radicalesrenovadores
pusieran en el poder a De la Rúa lo que hizo que crecieran los
radicalesfapistas y ya nadie sabe si debe doblarse, quebrarse,
afiliarse, desafiliarse, o hacerse punk... ¿No llegó la hora de abolir
la política y volver a ser todos felices?
Por culpa del kirchnerismo los políticos se ven obligados a dejar de
jugar al "ring raje" por televisión y ponerse a laburar. Macri es
infeliz porque debe entender cómo se pasa de inflar globos y cantar
desafinado a ser presidente. Massa es infeliz porque entendió que no le
va a bastar con reír como un zonzo para ser presidente y va a tener que
meter los pies en las agitadas aguas de las ideas. Del Sel es infeliz
porque sabe que si lo siguen votando así va a terminar siendo gobernador
y va a tener que dejar de contar chistes boludos y ponerse a trabajar.
Binner es infeliz porque tiene que despertarse de la siesta y ponerse el
overol o morir en el intento. Hasta Carrió es infeliz, porque ya no
tiene más a quién hacer juicio por culpa de los kirchneristas. Dicen que
si Pino sigue poniendo esa cara de ganso mientras ella habla le va a
hacer un juicio también. Y a Bergoglio, porque desde que es papa, Dios
no le habla a ella sin la aprobación de él. Y menos mal que Dios no es
argentino, sino sería otro infeliz.
Hablando de los bienpensantes. Otros infelices. Esos hombres y
mujeres de bien, políticamente comprometidos, que no desean que Monsanto
ni Chevron le toquen el culo pero que no les importa que lo hagan
Clarín o la Sociedad Rural o Telefónica, son infelices. ¿Por qué el
kirchnerismo va a elegir quién los maltrata? ¿Acaso este gobierno
también les va a decir a la gente quién les tiene que tocar el culo y
quién no? ¿Está mal desear de vez en cuando alguna caricia? ¿Está mal
que te toquen el culo si después te hacen un descuento en el Shopping,
viste?
Pero la confirmación de que este país está en la lona es que los
ricos son infelices. En cualquier país serio, a los ricos se los cuida,
porque son los modelos que la gente imita en su afán de progreso. Acá no
se les reconoce el esfuerzo que tuvieron que hacer para amasar fortunas
con el sudor de otros y la sangre de otros y la rotura de ortos de
otros. ¿Para qué ir a trabajar cada mañana sino es para parecerse al
rico que anda de yate en yate, de rubia en rubia? El rico debe ser
mimado para que los pobres vayan a trabajar cada mañana pensando que en
mil años van a ser iguales. Pero acá no, acá al rico no los dejan en
paz, le vigilan las cuentas, los obligan a desarmar sus empresas y al
fin lo que vamos a lograr es que se depriman y se sientan proletarios, y
ahí te quiero ver.
Y hasta yo soy infeliz. Porque tengo que inventar la pólvora cada
semana para tratar de analizar este país que a la mañana es
antikirchnerista, a la tarde es kirchnerista y a la noche budista o vaya
a saber qué. El gran desafío es que en un futuro no muy lejano se
vuelva a la normalidad de cualquier país, donde al menos algunos son
felices y el resto acompaña como puede: mendigando o changueando.
Normalmente los felices son los que más tienen, y es lógico. Para eso
trabajaron, cagaron gente, estrujaron almas y sometieron voluntades. Una
vez que ellos sean felices, nosotros nos vamos a volver a acomodar a
esa normalidad. Y el resto que se joda: eso es un país, carajo.
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