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Uno de los mayores desafíos de toda democracia es determinar el
alcance y el sentido de lo que entendemos por libertad de expresión. La
libertad de expresión fue comprendida desde comienzos del siglo XIX como
una forma de contención frente al absolutismo. Así nació el Estado de
Derecho. El liberalismo nació con autores como Locke defendiendo este
derecho como un derecho humano inherente, anterior al Estado. El Estado
sólo era legítimo en tanto respetaba estos derechos naturales inherentes
del individuo que los tenía por el solo hecho de ser tal. Por eso se lo
pensó como frontera a la censura o la persecución. A grandes trazos
ésta fue la doctrina que rigió durante dos siglos. El individuo se hacía
valer frente al Estado con su libertad de ser escuchado. De poder alzar
la voz. Hacerse ver y poder defender su identidad.
Cuando ese derecho
esencial desaparece o es mancillado, cuando no se puede hablar,
desaparecen siempre las personas, sus tradiciones, voces, reclamos, sus
culturas. Su palabra. Por eso es planteado como primer derecho. Porque
una persona que no se puede expresar, que carece de esa libertad básica,
a menudo es una persona perseguida cuya identidad no se respeta. La
libertad de expresión es fundamental en una democracia. El problema es
cuando esa libertad no es para todos. Cuando la libertad se convierte en
un concepto vacío. Cuando no hay igualdad en la libertad de expresión.
Cuando no hay igualdad en la palabra ni en los derechos. Cuando no son
todos libres, sino sólo algunos. Cuando la libertad de expresión se
convierte en una cáscara para defender intereses, pero no derechos. Este
fue el núcleo político de la discusión por la ley de medios. La
diferencia entre defender intereses y defender derechos. Entre defender
la rentabilidad del mercado y las empresas que venden y administran
información o la dignidad de cada persona. Su derecho a ser escuchada.
La concentración del mercado –que empezó poco a poco a determinar el
sentido y el alcance de los derechos, administrando el espacio que se
le daba a cada voz– fue moldeando, como advierte Zaffaroni, la cultura
(por ejemplo, el tipo de entretenimiento que consumimos, asociado, por
ejemplo, a la violencia de género, entretenimientos que ciertos sectores
defienden como su “libertad de expresión” en tanto otros grupos, por
ejemplo, las mujeres, como violación de su propia libertad de ser
escuchadas). Así se fue generando, con el correr del tiempo, nuevos
desafíos para la libertad de expresión. Las mujeres, los indígenas, los
jóvenes, veían que esa libertad no era de ellos. Que no eran siempre
libres para expresarse. En un mercado que se presentaba como libre,
había personas que no lo eran. Así nace el segundo liberalismo. El
llamado liberalismo igualitario. Por eso esta ley es en rigor una ley
plenamente liberal. El Estado deja de ser una amenaza, o la primera
amenaza, como recuerda Fiss, ahora empieza a ser visto como una
garantía. Como una nueva oportunidad para la igualdad de derechos (que
el mercado no promueve, sino que socava). Las dictaduras dejaron en la
región una estructura de medios que hacía escuchar unas voces, en
detrimento de otras, que fueron (y muchas veces son) silenciadas. En ese
sentido la dictadura fue un claro ejemplo de cómo cuando la prensa
concentrada decide no informar sobre un tema, decide no decir, no saber,
la sociedad misma repite que no sabe, “yo no sabía”. La constitución de
una esfera pública sólida –sin desaparecidos– con debates consistentes
es así esencial para una democracia. Para generar una esfera pública
solida –jerarquizar la democracia es promover la participación
ciudadana– se debe promover, sin embargo, un mayor acceso a esa esfera
pública, hoy para muchos vedada. Inaccesible. La ley de medios promueve
mayor acceso al debate público. Promueve más democracia. Más pluralismo.
Es el anverso del “no te metás”.
Lo importante de este fallo es, en suma, que la libertad de
expresión deja de ser un concepto vacío, pasa a ser un derecho. Un
derecho conquistado por la democracia. Por la sociedad, que participó
como pocas veces en la constitución de una ley. La forma en que esta ley
nació es la mejor garantía de sus aspiraciones plurales. Esta ley viene
a hacer ver, a hacer escuchar otras voces que el mercado no escucha,
porque no son rentables. Porque su mensaje no vende (en dictadura la voz
de las Madres tampoco vendía, eran viejas y locas, y sin embargo sólo
ellas decían la verdad). Pone el interés público (la libertad, el
derecho a ser escuchado) por sobre el interés privado (rentabilidad).
Por eso Zaffaroni habla en su voto de una “Erwägung” o ponderación de
principios y valores. Porque no se trata de que ambas partes no tengan
en su favor argumentos, sino de que, en caso de un conflicto o colisión
de derechos, se debe privilegiar aquel que pesa más. Zaffaroni aplica en
su voto los argumentos de la tradición alemana: la teoría principalista
de los derechos. El interés público pesa más que el interés privado. La
constitución de una esfera pública más plural y de una cultura más
abierta y más tolerante pesa más en una democracia que la rentabilidad
concentrada de un grupo empresario, cualquiera sea. El derecho a la
palabra es un derecho inseparable de otro derecho conquistado y
legislado como tal: el derecho a la memoria.
Los griegos hablaban de la isegoría y la isonomía, no sólo la
libertad, sino sobre todo la igualdad de palabra. Lyotard dice en su
texto Los derechos del otro (cuando propone redenominar los derechos
humanos como derechos del otro) que el primer derecho en una comunidad
libre es ese derecho que, en los pasos de la memoria, la Argentina acaba
de conquistar. El derecho a la palabra es el derecho que toda persona
libre tiene por el sólo hecho de formar parte de una comunidad. Sartre
decía que la palabra tiene una ley intrínseca. No puedo defender mi
palabra sin defender al mismo tiempo la del otro. Eso es lo que viene a
hacer esta ley. Los únicos que no tienen palabra son los esclavos, dijo
Aristóteles en la Política. A través de la palabra el hombre constituye
una imagen de la justicia. En la Argentina ya no quedan esclavos porque
desde ahora todos constituyen, con su palabra, esa imagen. Esa esfera.
Ese ideal. El de una comunidad política basada en la justicia. Y en la
palabra.
Publicado en Página12
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