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A la derecha política argentina le cuesta
disimular. Suele disfrazarse de democrática y republicana pero a la
primera de cambio se contorsiona, mostrando su verdadero rostro. La
reacción de este sector por la designación de Axel Kicillof como
ministro de Economía es la muestra de una ideología reaccionaria y
acorralada en términos históricos: ataca al que piensa diferente y tiene
en la descalificación ideológica, su esencia y su instrumento para
presionar sobre la opinión pública.
Otros, en cambio, callan, se hacen los chanchos rengos ante estas
gravísimas manifestaciones muy cercanas al fascismo y claramente
antidemocráticas. Un verdadero iniciático de esta cruzada medievalista
fue Carlos Pagni, el editorialista estrella de La Nación, quien
tempranamente perdió la compostura calificando al joven economista de
"marxista, hijo de un rabino". Claramente se aprecia el desprestigiado
arcaísmo de unir el macartismo con el antisemitismo para descalificar y
"anular al enemigo", como se decía en viejos textos y partes de guerra
de sectas y dictaduras.
De "comunista" lo calificó inmediatamente Marcelo Bonelli, editorialista
del Grupo Clarín. "Kicillof es comunista y admirador de la ex URSS",
sumó por Twitter el tandilense Claudio Ersinger, concejal del PRO, hoy
devenido en Frente Renovador. No quiso faltar a la cita Domingo Cavallo,
un gran fracasado del neoliberalismo más ortodoxo, quien se preguntó:
"¿Seguirá (Kicillof) con sus prejuicios ideológicos basados en sus
lecturas de Marx o habrá capitalizado la experiencia práctica de los
últimos años?"
Ante la falta de mejores argumentos, la derecha política y mediática
busca desprestigiar al nuevo ministro. Axel Kicillof es un académico,
estudioso de la doctrina económica, que se ha destacado en el análisis
del trabajo de John Maynard Keynes y Karl Marx, entre otros clásicos,
luego del inevitable estudio de los fundadores del liberalismo, Smith y
Ricardo. Es claro que Marx y Keynes perseguían proyectos sociales y
políticos diferentes, inclusive antagónicos. Sin embargo, ambos son
igualmente descalificados por esta derecha brutal. Keynes advertía que
"el Estado es el último límite para salvar al capitalismo de los
capitalistas", y proponía fórmulas de redistribución progresiva del
ingreso. Marx denunciaba la naturaleza esencialmente injusta e
históricamente transitoria del orden capitalista. En ambos casos –la
democratización relativa de la economía, la política y la cultura
propiciada por las vertientes keynesianas o la creación de un orden
social radicalmente igualitario, como las versiones del marxismo– son
objeto de una hostilidad permanente de los sectores dominantes y sus
voceros mediáticos. Mientras tanto, ambos teóricos son cada vez más
estudiados y leídos en todas las universidades del planeta.
Otra que se subió inmediatamente a este tren fantasma fue Elisa Carrió.
Con gesto desencajado y acusación desenfrenada replicada desde los sets
de televisión, la diputada comparó al ex secretario de Comercio
Interior, Guillermo Moreno, con Adolf Eichmann, uno de los principales
jerarcas del nazismo y responsable del asesinato de millones de seres
humanos. En este caso, su víctima principal fue el pueblo judío. El
histrionismo de la diputada la conduce a este tipo de
conceptualizaciones que banalizan al nazismo, ya que objetivamente
rebaja su carácter genocida, oscurantista e inhumano, teniendo en cuenta
que su comparación es lisa y llanamente imposible e irresponsable.
Hace unos meses, en esta misma columna, nos referimos a un hecho similar
protagonizado por el diario La Nación, que en su nota editorial comparó
el surgimiento del Tercer Reich con este momento político de la
Argentina y el rol del gobierno nacional.
Es bueno recordar que los principios que sostienen a la derecha son el
mantenimiento del orden y la conservación de la estructura social y
cultural instituida. Cuando avanza en procesos de reestructuración
regresiva –como ocurrió con el conservadurismo en nuestro continente en
el último cuarto del siglo XX–, se presenta como la abanderada del
cambio. Pero cuando emergen procesos verdaderos de transformación
democrática, su actitud favorable al cambio se trueca en una ácida
crítica a las políticas públicas fundadas en la justicia social. Estos
aparentes exabruptos no son ingenuos. Intentan generar un sentido común
que tiende a esmerilar a los gobiernos populares, al asimilarlos a
regímenes totalitarios.
La derecha, reaccionaria y enemiga del cambio, no es un sector social
abstracto, ni neutro, ni objetivo. Muy por el contrario, son
organizaciones que representan a las grandes corporaciones locales y
extranjeras y a los grupos dogmáticos en términos culturales. Son la
élite del poder económico y mediático.
En suma, no es sencillo para el conservadurismo acumular poder por sus
ideas o por convicción ideológica. Los avances sociales y culturales
logrados en estos diez años de gobiernos populares en nuestra América
han dejado profundas huellas en la sociedad acerca del valor de los
derechos ciudadanos y del protagonismo de los pueblos. Los conservadores
modernizados transitan entonces por un camino ambiguo que va desde la
ponderación de valores individualistas como motor social y de progreso,
llegando al macartismo y la descalificación desenfrenada.
Cobertura mediática, discursos inconsistentes y difamaciones
sistemáticas no pueden constituirse, sin embargo, en un proyecto creíble
de gobierno.
No obstante, sería un error subestimar sus posibilidades de dañar los
procesos en curso, lo cual exige de las mayorías populares la
profundización de los rumbos de transformación hacia sociedades fundadas
en la justicia, la igualdad, la democracia protagónica y participativa,
y la celebración de lo diverso.
Los gritos histéricos permiten deducir que vamos por buen camino, pero
es imprescindible sostener una actitud activa de estas construcciones
colectivas que nos invitan a soñar –a doscientos años vista– en una
Patria Grande que muestra a la Humanidad una opción civilizatoria
superadora de los crímenes sociales cometidos en nombre de la
competitividad, la ganancia y las purezas ideológicas conservadoras.
*Publicado en Tiempo Argentino
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