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lunes, 25 de noviembre de 2013

APOSTAR POR EL ESTADO

Imagen bloglemu.blogspot.com
Por Roberto Adaro *


Las luchas y debates en pos de la soberanía atraviesan toda nuestra historia como nación. El control sobre el territorio –atributo fundamental para el ejercicio del poder por parte del pueblo–, sobre esa “realidad física producida socialmente”, resulta condición necesaria para la acción plena de la soberanía política. Los años recientes han revivido estos debates. Los conflictos en torno de la actividad minera, la explotación hidrocarburífera y el avance de la frontera agropecuaria son sólo algunas de sus expresiones. A partir de ellas, frecuentemente se cuestiona al Estado sobre sus acciones, a las que se considera parciales, equívocas y a mitad de camino hacia lo deseable. No obstante el deseo, la realidad suele imponer otras condiciones.
Sería iluso pretender que cualquier proceso político, social y democrático pudiera cambiar de la noche a la mañana, realidades tan profundas como aquellas vinculadas con el ambiente y nuestros recursos, arraigadas en nuestro acervo cultural y en algunos casos amañadas de una institucionalidad reflejo de otros tiempos. La política exige más que el mero ejercicio de la voluntad. Como bien enseña nuestra historia, los procesos de cambio y transformación necesitan como condición modificar la correlación de fuerzas que sostiene el esquema a cambiar. Acumular políticamente en el sentido a impulsar. Esto genera resistencia de los poderes fácticos beneficiados de la situación actual, pero también de un conjunto más amplio y heterogéneo de nuestra población, el cual a veces no se moviliza por un interés material directo, pero se ve influenciado por otro que sí. La referencia en este sentido bien puede ser el conflicto con las patronales agropecuarias en 2008.
Bien vale aquí una digresión al respecto: si la disputa por el control de un pequeño margen de la renta extraordinaria del sector agropecuario puso en jaque la gobernabilidad del país, ¿qué hubiera sucedido si discutíamos con mayor profundidad el modelo productivo del agro? ¿Quiénes hubieran acompañado al Estado en esa disputa?
El acuerdo entre YPF y Chevrón bien puede servir de ejemplo actual. En el contexto de un país aún en reconstrucción, con problemas en el sector externo para generar las divisas necesarias, sin acceso al crédito internacional para conseguirlas, con desafíos para aumentar la oferta energética, tomando en cuenta que al momento de la nacionalización de YPF se tomó una empresa descapitalizada, con producción declinante y nula inversión, resulta más que claro que necesitamos “socios capitalistas” (tal vez no los “ideales” soñados sino los reales posibles). Si agregamos a la ecuación el desarrollo potencial de una técnica relativamente nueva en la producción, necesitamos además un socio que sepa y tenga experiencia. Esto deja fuera a la gran mayoría de las petroleras latinoamericanas, y a buena parte del resto. La asociación contempla un “clúster” de sólo 20 km2 (expansible a 300 km2 en una segunda etapa, sobre los 30.000 km2 que tiene aproximadamente la formación Vaca Muerta). El acuerdo es en partes iguales entre ambas empresas, quedando el control operativo en manos de YPF. ¿Puede aún sostenerse que el acuerdo YPF-Chevron es una entrega de soberanía? ¿Cuán soberano puede ser un país periférico que no alcanza el autoabastecimiento energético?
Sin embargo, aún quedan pendientes algunos interrogantes vinculados con lo ambiental. Más allá del debate sobre el proceso de fractura hidráulica y sus implicancias –lo cual excede los límites de este artículo–, vale destacar que YPF debe esmerarse en mejorar la performance de la actividad petrolera en el norte de la Patagonia, donde aún existen reclamos por los impactos de explotaciones convencionales pasadas, y disputas por el territorio aún no zanjadas con las comunidades originarias. En el conflicto y las respuestas que provoca, se juega la profundización de las transformaciones en curso.
La apuesta debe ser con el Estado y no contra él. En materia ambiental, el Estado debe recuperar su rol como garante principal del bien común, sabiendo que existen transformaciones pendientes para desandar la trama neoliberal y tejer definitivamente una nueva sociedad, un nuevo país y una nueva región.
La pregunta latente resuena sobre lo hecho y lo irresuelto en la construcción de una política soberana sobre los recursos naturales de cuño popular, que exprese los cambios, las transformaciones y las tensiones de la Argentina reciente. Ampliar las fronteras de lo público, profundizar la reforma y centralidad del Estado, ahondar las transformaciones de nuestra matriz productiva en la búsqueda de mayor valor agregado, redoblar esfuerzos en función de desterrar una mentalidad colonial y colonizada que se resiste a darse por vencida en estas latitudes bien pueden formar parte de la agenda presente y futura.

* Miembro del Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad y del Centro de Investigaciones Geográficas de la Universidad Nacional del Centro.
Publicado en Página12

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