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El
país perfecto no existe. Por mucho que uno idealice Japón o Suecia,
siempre habrá algo que les falte para ser el paraíso: mejor clima, mejor
comida, mejores minas, mejores futbolistas. Ahí está Inglaterra, por
ejemplo, tal vez más segura y previsible que nuestro gran ispa, pero a
cambio de seguridad y previsibilidad hay que bancarse la niebla, las
mujeres feas y la cara de orto de los ingleses, que nos recuerda
demasiado a cuando nos cascotearon el rancho durante la guerra de
Malvinas.
Cada vez que escribo hablando de Argentina (que para mí es el mejor
país del mundo, de la parte que conozco, que no es poca), y de los
argentinos, no pasa demasiado tiempo sin que aparezcan, como demandas,
los habituales mantras de la clase media más influenciable. Uno comienza
a rascar la olla de las ideas de la cabeza de un argentino y aparecen
los fantasmas familiares: la inseguridad, la inflación, la humedad.
¿Cómo este país va ser el mejor del mundo si te asaltan por televisión
cada cinco minutos? El mantra puede variar, pero siempre es el mismo
miedo a algo díscolo, que no se comporta como uno desearía.
Luego están las peligrosas generalidades que esos mismos argentinos
desconformes citan al voleo. "Cada país tiene el gobierno que se
merece". "Todos los políticos son corruptos". Son frases que apuntan a
cerrar la discusión sin darla siquiera: ¿todos los políticos son
corruptos, todos los chinos saben karate, todos los negros saben bailar?
¿Cada país tiene el gobierno que se merece? ¿Y qué ciudadanos se merece
cada gobierno?
Curiosamente, la gran mayoría de la gente que me recrimina que yo
hable bien de este país tiene todo lo que una persona desea tener en
cierta etapa de su vida: casa propia, auto, proyectos personales e hijos
con proyectos, trabajo, vacaciones y viajes al extranjero muy a menudo.
Pero no les basta. Y no está mal tener ambiciones personales; es más,
la fortaleza del capitalismo está atada a esa dinámica: más tengo, más
quiero. Por eso hay un shopping en cada esquina, para que la gente pueda
combatir la depresión sin esfuerzo.
Pero esas conquistas existen porque un gobierno fue capaz de
hacerlas posibles. Nunca te lo van a reconocer, pero ellos saben que es
así. Dirán que la coyuntura internacional, que la suerte, que el Merval y
otras cosas que apenas entienden, pero ellos saben que tienen lo que
tienen (después de no haber tenido ninguna de esas cosas) gracias al
kirchnerismo. O dirán que lo tienen por mérito propio. Pero eran
igualmente meritorios en 2001, y no tenían nada de eso.
Entonces me puse a pensar (es mi especialidad, no se sientan
minusválidos intelectuales frente a mi desbordante sabiduría), si estos
amigos o amigos ocasionales, o enemigos ideológicos aunque todos
animalitos de Dios, serían capaces de ceder alguna de sus muchas
comodidades a cambio de obtener la vigencia o la solución de ese mantra
que los martiriza. O sea: ¿qué soy capaz de entregar a cambio de esa
seguridad que ansío?
¿Cuál de esas conquistas soy capaz de resignar para que el pan valga lo mismo durante cinco años?
La respuesta es, obviamente: "ninguna". Pero nadie tiene todo lo que
desea. En ningún lado. Un argentino puede vivir más seguro en Francia
(y lo dudo), pero a cambio debe aceptar el clima menos benigno, la
incomunicación entre los seres humanos, el cine aburrido, las minas de
culo chato y los cantantes franceses que ¡oh la la! Y como si fuera
poco, será siempre un ciudadano de segunda. En Francia podrá encontrar
seguridad, pero jamás volverá a sentir el placer de los amigos que caen
de visita sin avisar y del abrazo de un primo. ¿Es poco el costo o es
inmenso? ¿Vale la pena pagarlo? ¿No hay, acaso, europeos que vienen acá
(o a Colombia, Ecuador, etc.), a vivir en inseguridad para volver a
sentir ese calor humano que han perdido?
También uno podría elegir vivir en el mundo de nuestros abuelos,
donde se dejaba la puerta abierta porque ni el perro entraba sin pedir
permiso. En ese mundo prehistórico nuestros abuelos eran felices, pero
no tenían televisión ni Internet, apenas se movían del barrio, se
vestían todos con la misma ropa que compraban en la tienda del turco de
la esquina y la mayor ambición era que los hijos y los nietos
continuaran la tradición familiar, sea el campo, sea la verdulería.
Linda vida para ellos, no para nosotros. Nosotros queremos todo, y
fashion, y ahora, y gratis, y por duplicado. Y sin pagar impuestos.
La vida no es un multiple choice. Pero supongamos que lo es,
supongamos que hay una planilla donde cada argentino puede marcar con
cruces todo lo que desea, pero de diez casilleros sólo debe rellenar
ocho. Es razonable. No se puede pedir belleza, juventud, trabajo, casa,
auto, amantes, proyectos, educación universitaria, salud, y nacer y
vivir en un país prodigioso, que incluya inflación cero y por fin
seguridad. Tener todo es imposible, a menos --quizá, sólo quizá- que
uno sea un magnate. Y aun así lo dudo, porque Bill Gates está podrido en
guita pero es feo como la mona.
Entonces, ¿qué casilleros dejaría sin marcar ese argentino al que
tomamos como modelo? Claro que desear más y una mejor vida es lógico, y
es un derecho. Y si eso implica cambiar gobiernos, también es un
derecho. Ahora: ¿aceptaría ese argentino un gobierno intachable a cambio
de perder fuentes de trabajo o de no poder viajar a Europa cuando se le
da la gana? ¿Aceptaría el regreso de De la Rúa para dejar de verle la
cara a Boudou? ¿Cuál es el límite? ¿En qué momento algo que se conquista
deja de ser un derecho para volverse una bajada de lienzos?
A la vista de los resultados de las elecciones, es evidente que el
sistema de multiple choice está en marcha, y que los argentinos intentan
completar la mayor cantidad de casillas posibles en busca, digamos, de
la felicidad (para no quedarnos cortos). De esa manera se elige a
candidatos que pueden dar los que sienten que el kirchnerismo no les da:
¿seguridad, previsibilidad, transparencia, más trabajo, más viajes,
dólar barato en los kioscos del barrio?
¿La tan ansiada seguridad se la va a dar un pinchecómico como Del
Sel? Seguramente hay gente que piensa que sí, por eso lo votan. ¿Tienen
Massa, Macri, Binner las llaves para darle a la gente la posibilidad de
llenar, ya no digo todos los casilleros, pero al menos uno más que el
kirchnerismo, y sin vaciar los otros? Seguramente sí, por eso los
eligen. ¿Pueden los radicales hacer ahora lo que no pudieron hacer hace
apenas una década? Hay mucha gente que piensa que sí. Y no queda otra
que esperar y ver. Pero la pregunta sigue vigente: ¿qué pasará cuando la
opción sea pan al mismo precio durante años a cambio de que el FMI te
dicte la política económica?
El sistema de multiple choice también corre para los políticos.
Porque ellos, animalitos de Dios también, tienen sus sueños de grandeza y
de trascendencia. La gente les está pidiendo cosas que no saben cómo
dar, pero por las dudas firman cheques en blanco; el futuro proveerá. El
trabajo que les queda en estos dos años es intentar completar también
esos casilleros.
Macri debe demostrar que no se pierde si sale de Barrio Norte. Massa
que lo suyo es nuevo a pesar de Duhalde, Solá, Barrionuevo y otros
resucitados. Los radicales deben demostrar que cuando proponen cambios
no es el mismo cambio que propusieron antes y a los que nunca lograron
ni arrimarse. Binner que tiene la energía para transformar el país en
ese oasis que es la provincia de Santa Fe. No les envidio la tarea.
Una última para los votantes, es decir para los queridos argentinos
de bien que corren detrás de sueños adolescentes, como hippies detrás de
las margaritas: una posibilidad de tener todo es volverse poderoso,
como los poderosos de este país, los que están detrás de algunos
candidatos. Ellos son los que más chances tienen de acercarse a ese
mundo donde uno puede marcar las diez cruces.
Vivir en el country y tener guardaespaldas, además de una camionada
de abogados, se parece a la seguridad que muchos demandan. El precio del
pan los tiene sin cuidado. Y dólares tienen en el exterior como para
empapelar la 9 de Julio. Es decir que son los argentinos perfectos. Los
argentinos más felices. Y si son feos se operan, o se buscan una tetona
de turno, y ya nadie se fija en sus caras de garcas.
Otra posibilidad es volverse como ellos, aunque es algo difícil. O
votarlos a ellos, o a los que ellos proponen. Porque quizá existe la
posibilidad de que compartan con uno su caviar, su yate, o que te dejen
entrar a la fiestita, una vez terminada, a llevarte los restos. Y
entonces sí, por ahí tenés el cartón lleno.
*Publicado en Rosario12
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