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Como
todo hombre que comparte un cuerpo de ideas que podrían denominarse
"nacionalista", quien escribe estas líneas milita en ciertas líneas del
dogmatismo político y económico. Mira con desconfianza histórica, tantos
los contratos petroleros firmados por Juan Domingo Perón con la
California Standar Oil, como la batería de convenios que celebró Arturo
Frondizi –protagonista del mayor papelón de reversibilidad ideológica
que se haya visto en la historia contemporánea– con distintas empresas
petroleras que, para ser justos, logró el autoabastecimiento energético
en nuestro país.
Quien escribe esta nota sostiene que el acto más importante llevado adelante por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, luego de Asignación Universal por Hijo, fue la reestatización del 51% de YPF a principios de 2011. Además, considera que la empresas estadounidenses son la "avanzada del imperialismo yanqui"; sospecha absolutamente de las cualidades morales de los fundadores y de todos los cuadros dirigenciales de la empresa norteamericana de producción de hidrocarburos, y, a juzgar por la carga probatoria en su contra, no tiene dudas de que la empresa Chevron lleva adelante una actividad altamente contaminante si se le permite hacer lo que ella quiera sin control del Estado. Basta con leer El imperialismo la fase superior del capitalismo, de Vladimir Lenin, o la literatura de Adolfo Silenzi de Stagni o del propio Frondizi (Petróleo y Política) para tener bien claro lo que significan en materia de explotación monopólica los Rockefeller y sus vástagos.
Quien escribe esta nota sostiene que el acto más importante llevado adelante por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, luego de Asignación Universal por Hijo, fue la reestatización del 51% de YPF a principios de 2011. Además, considera que la empresas estadounidenses son la "avanzada del imperialismo yanqui"; sospecha absolutamente de las cualidades morales de los fundadores y de todos los cuadros dirigenciales de la empresa norteamericana de producción de hidrocarburos, y, a juzgar por la carga probatoria en su contra, no tiene dudas de que la empresa Chevron lleva adelante una actividad altamente contaminante si se le permite hacer lo que ella quiera sin control del Estado. Basta con leer El imperialismo la fase superior del capitalismo, de Vladimir Lenin, o la literatura de Adolfo Silenzi de Stagni o del propio Frondizi (Petróleo y Política) para tener bien claro lo que significan en materia de explotación monopólica los Rockefeller y sus vástagos.
Pero más allá de la dogmática y de los datos que arrojan la
realidad, también hay una pragmática para analizar. Una pragmática del
nosotros, que tiene al Estado como eje de representación y al gobierno
nacional como hacedor de una acción colectiva. Esa pragmática analiza el
devenir histórico, la encrucijada del presente, las necesidades del
futuro y en función de la representación de unos u otros sectores. Esa
acción puede responder a un "oportunismo de clase" –el modelo
agroexportador y los pacto Roca-Runciman– o a la "pragmática de un
nosotros", es decir de un gobierno que responda a los intereses de la
mayoría.
Cuando se nacionalizó el mayor paquete accionario de YPF, el año
pasado, escribí en este mismo diario que "no se trata de un regreso al
viejo modelo de YPF como una sociedad del Estado, pero sí como una
empresa en la que los argentinos, a través del Estado, somos dueños de
nuestra política energética sin perjuicio de que se puedan realizar
convenios con dignidad –entendida, no como una cuestión valorativa, sino
también de interés económico– ya sea con privados nacionales e
internacionales, e incluso con otras petroleras de la región como
Petrobras o PDVSA… Y es fundamental también porque al tener soberanía
sobre la política energética nacional, permite complementar e integrar
una red de producción, exploración y explotación de hidrocarburos por
parte de los estados nacionales de la Unasur sin participación
mayoritaria de empresas europeas o norteamericanas… Lo que no significa
caer en viejos dogmatismos que no permitan la asociación desde un lugar
soberano, con empresas petroleras anglosajonas, pero sí que mantenga
para nuestro país el control de sus recursos energéticos no
renovables".
Y esto es, justamente, lo que ocurrió esta semana con los acuerdos
firmados entre YPF y Chevron. Porque hay que desdramatizar un poco. Ni
el Estado ni YPF ceden su soberanía a un grupo extranjero. Tampoco se
vuelve al modelo privatizador de los '90, ni se enajena la empresa ni se
hipoteca el futuro de los argentinos. Es a lo sumo, un antipático a
cuerdo de explotación con una empresa norteamericana que tiene el
conocimiento y los recursos para hacer algo que al Estado argentino le
sería muy costoso y no tiene el equipamiento necesario para hacerlo.
Porque que quede claro, la ironía de pintar las siglas de YPF con la
bandera estadounidense es una zoncera. Ni una sola acción pasó a manos
de Chevron con este acuerdo. YPF continúa siendo la misma empresa que
antes, simplemente se trata de un contrato de explotación de una zona
específica donde se comprometen dos empresas diferentes a trabajar
juntas. Algo parecido a lo que hizo –según cuenta Leandro Fernández en
su nota para la agencia Paco Urondo– PDVSA hace unos pocos meses con
Chevron por un monto de 2000 millones de dólares.
Pero hay más. ¿Cuánto hay en esta decisión soberana del Estado de
asociarse a Chevrón para frenar los embates de Repsol, la empresa que ha
vaciado a YPF desvergonzadamente y ahora intenta seguir haciéndolo
desde los estrados internacionales? ¿Qué relación hay entre esta alianza
y la decisión del FMI de apoyar a la Argentina frente al reclamo de los
fondos buitre en el juicio que se lleva adelante en los Estados Unidos?
¿Tiene sentido sentarse sobre una de las reservas de hidrocarburos más
importantes de la tierra en función de cuidar el medio ambiente? Una vez
más las miradas desarrollistas y ecoambientales vuelven a trabarse en
una discusión mucho más interesada de lo que parece.
Las importaciones de combustible oscilan entre los 11 mil y los 15
mil millones de dólares anuales. Alcanzar el autoabastecimiento como en
épocas de Frondizi gracias a sus "vergonzosos" contratos petroleros le
haría ahorrar a los argentinos una cifra similar que engrosaría no sólo
las reservas del Banco Central, en descenso paulatino, sino también las
posibilidades de inversión en políticas activas por parte del Estado
argentino. Fuera de toda cháchara ideologizada y dogmática –incluso la
de quien escribe esta nota–, la única independencia económica real es la
que surge de un Estado nacional fuerte y rico y de una economía
nacional vigorosa y cada vez menos dependiente de las importaciones.
Lograr reducir las cifras de importación de energía es una
prioridad básica para avanzar con el modelo de desarrollo económico
industrial que el país y la mayoría de los argentinos necesitan. La
debilidad innata del Estado argentino dificulta muchas veces la posición
desde la que se sienta a negociar con las empresas trasnacionales, es
verdad, pero no menos cierto es que hoy por hoy no hay compañías
argentinas dispuestas a invertir 1200 millones de dólares en Vaca
Muerta, por ejemplo. Entonces, ¿qué hay que hacer? ¿Esperar que cuando
Mauricio Macri sea presidente vuelva a privatizar YPF ante el aplauso de
todo el periodismo plutocrático? ¿O tratar de alcanzar el
autoabastecimiento de la forma menos costosa posible? ¿Hay que dejar el
yacimiento intacto para cuando vengan los marcianos o hay que realizar
una inteligente política de explotación con la mayor cantidad posible de
empresas para impedir que se forme un monopolio energético?
Perón tenía una buena respuesta a las críticas que le hicieron los
nacionalistas por los contratos petroleros. En su libro escrito en el
exilio, Los Vendepatrias, escribió en 1957: "Los sistemas empleados en
la Argentina distan mucho de los nuevos métodos de exploración,
prospección, cateo y explotación racional de los yacimientos modernos.
Es menester reconocer que no estamos en condiciones de explotar
convenientemente los pozos de grandes profundidades que se terminan de
descubrir en Salta... Si la capacidad organizativa y técnica de los
Yacimientos Petrolíferos Fiscales son insuficientes, la capacidad
financiera es tan limitada para encarar la producción en gran escala que
podemos afirmar, a priori, su absoluta impotencia. Descartando la
posibilidad de la provisión de materiales y maquinaria (sólo
hipotéticamente, porque sabemos que no es así), ni el Estado argentino
está en condiciones de un esfuerzo financiero semejante. Y pretender
que los inversores extranjeros inviertan su dinero en compañías
argentinas de petróleo es simplemente angelical… Si ha de resolverse el
problema energético argentino por el único camino posible –el del
petróleo– es necesario contratar su extracción por compañías capacitadas
por su organización, por su técnica, por sus posibilidades financieras,
por la disponibilidad de maquinaria, etcétera. De lo contrario, será
necesario detener el ritmo de crecimiento del país. Los tiranos de mi
país, ignorantes e inexpertos, creen que resolverán la financiación con
YPF mediante empréstitos. ¿Es que ignoran lo que esto representa?... Con
este empréstito disminuido y nominal llegarán sólo a YPF los
materiales: ellos deberán encarar todo el trabajo y sus altos costos. Yo
me pregunto: ¿No es más conveniente traer las compañías especializadas,
darles trabajo, dividir las ganancias por mitades y dedicar esas
ganancias al pueblo argentino?"
Algunas cosas tenía clara, Perón, sin dudas. Ni freno económico ni
toma de créditos que obligan a futuro: simplemente alianzas productivas.
Aunque parezca mentira, tanto Perón como Cristina Fernández de Kirchner
eligieron a la misma empresa estadounidense para realizar sus
contratos, y también la encrucijada era similar. Los enemigos, los
mismos. Los mismos que tres años después firmaron contratos aún más
audaces que los del propio Perón con el "nacionalista" Frondizi a la
cabeza. No sea cosa que los que hoy se oponen, mañana vayan por la
privatización de YPF.
*Publicado en Tiempo Argentino
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