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Por
Roberto Marra
Cada
día, en cada país del Mundo donde mayores conflictos existen
derivados de la falta de respeto a sus pueblos por parte de los
gobiernos, los funcionarios no dejan de pronunciar la mágica palabra
que intentan manejar como pantalla que oculte sus auténticos modos
de ejercer los cargos que detentan. La “democracia” es el término
que les sirve de “caballito de batalla” ante los medios y ante la
sociedad que administran, para tratar de mostrarse defensores de
derechos que conculcan a cada minuto.
Se
exaltan y pronuncian encendidos discursos para acabar con cuanta
experiencia soberana se intente llevar a cabo por otros pueblos.
Hablan de dictaduras y fraudes electorales cuando triunfan líderes
populares que, invariablemente, serán aislados y sometidos a las
acostumbradas maniobras de pinzas del imperio, en pos de ahogar sus
economías, de generar sufrimientos que enerven a sus habitantes y
los impulse a lanzarse contra sus gobiernos.
Los
dictadores impuestos por el Poder local y sostenidos por los creídos
dueños del Planeta, son los primeros en defender ese supuesto
sistema perfecto, al que aludirán en cada uno de sus discursos,
donde les explicarán a los sometidos sus despóticas medidas como
parte de la construcción de una “auténtica democracia”, donde
no sean engañados por “populistas”, esos supuestos tiranos que
solo buscan, dicen, la permanencia eterna en sus cargos.
Para
convertir semejante irrealidad en verdad absoluta, los medios de
comunicación ofician de formadores de conciencias obtusas,
previamente amedrentadas con la violencia más atroz y el
empobrecimiento moral que terminan generando con el palabrerío falaz
del que se sirven. Ocultar, mentir, traspolar, denigrar, atemorizar,
son labores cotidianas de esos fabricantes de realidades paralelas,
herramienta fundamental para mantener en el poder a los
autodenominados defensores de “la democracia”.
Por
ese sendero transitan también quienes resultan ser los
representantes de los organismos internacionales más reconocidos,
donde se conforman bloques de países obsecuentes con sus patrones
planetarios, para derribar o, al menos, hostigar a los gobiernos que
no les son afines a sus intereses. La Organización de los Estados
Americanos es la más representativa, dentro del Continente, de esas
características destituyentes de gobiernos populares que no acepten
someterse a cada una de las estrategias imperiales.
La
“moda” actual de “autoproclamación” de gobernantes que nadie
eligió, forma parte de todo este método demoledor de soberanías e
independencias. Lo hacen siempre en nombre de la salvaguarda de los
“supremos valores de la democracia”, los cuales son los que ellos
digan y nunca los que los pueblos consideren. Lo mismo sucede con
esos gobiernos que no encuentran otro camino para sostenerse en el
poder que el de la violencia extrema, cuando los pueblos se levantan
ante la pérdida de sus derechos.
Monstruosas
fuerzas represivas se multiplican en cada país para aplastar las
rebeliones populares, surgidas al calor de los horrores políticos
que soportan. Con armas pagadas por sus propias víctimas, las
amenazan, torturan, hieren y matan sin piedad para resguardar el
pérfido sistema que dicen defender, en nombre de necesidades que
solo les importan a los poderosos.
Hasta
algunos auténticos gobiernos de origen popular caen en la
obsecuencia letal hacia los fabricantes de todas las mentiras,
temerosos de perder alguna ventaja financiera o negocios con los
mandamases mundiales. Se suman así, a los dictámenes de
“antidemocráticos” sobre gobiernos que nacieron desde las mismas
bases que ellos, interviniendo en los asuntos internos de manera
solapada, con “consejos” que no tienen derecho a realizar.
La
perversión imperial no tiene límites ni parangón. La sumisión a
sus designios, no tiene perdón. El camino fácil de aceptar las
directivas de quien en cualquier momento será el gendarme que
abatirá a quienes ahora acepten ser parte de sus estrategias, solo
tiene como destino el fin de cualquier experiencia libertaria. Y la
supuesta defensa de la democracia, será la falacia que derribará
las luchas por la soberanía de nuestros países hermanos, solo por
parecerse al amo que, más tarde o más temprano, arrasará también
con la nuestra.
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