La
metáfora de “la luz al final del túnel” ha sido de las más
utilizadas por cuanto político o politiquero exista. Siempre con esa
carga de supuesto suspenso que pareciera no faltar nunca en los actos
de gobiernos que recién dan sus primeros pasos, esa frase se presta
para dejar a oscuras un recorrido de futuro inmediato que, o no se
conoce con certeza, o no se quiere mostrar para evitar pérdidas de
credibilidad popular o ganancias para los opositores al proceso del
cual se trate.
Por
allí anduvieron los “astutos” masajistas de cerebros ciudadanos,
en busca de cambios que solo eran la pantalla para ocultar sus
desfalcos. Por ese camino oscuro y de atmósfera pesada desviaron el
tren que venía conduciendo a la Nación hacia un destino de dignidad
recuperada con enorme esfuerzo, después de décadas del comienzo de
esta “democracia” siempre amañada y tergiversada, hacia la
desvergüenza y el robo descarado de las ilusiones de sus adormilados
pasajeros.
Envueltos
en el humo de la mentira y la derrota, el Pueblo fue siendo
desplazado hacia los últimos vagones de ese monstruo devorador de
esperanzas en que se convirtió a la República, conducidos por
energúmenos sin moral, pagando peajes hacia una luz que nunca se
pudo atisbar siquiera, consumiendo vidas cegadas en nombre de
honestidades apócrifas y promesas descaradas, mordiendo odios hacia
quienes les habían devuelto la posibilidad de alcanzar los simples
sueños de felicidades que parecían imposibles.
La
oscuridad se fue haciendo más densa a medida que se penetraba más
en ese túnel hediondo, donde se comenzaba a reconocer los viejos
“olores” de otros recorridos similares, donde la muerte se
enseñoreara con genocidios perpretados sin máscara alguna, donde la
Patria se entregaba en pedazos a los mismos que ahora conducían la
locomotora de este despiado tren de la revancha clasista.
La
promesa de la luz, como todas, era solo la zanahoria para los
“emburrados” pasajeros del horror neoliberal. El relato
falsificado de la realidad de los cómplices y socios mediáticos,
acompañaron la bestialidad maniquea de los integrantes más ineptos
de ese equipo que se arrogara capacidades de dioses del Olimpo y
terminara mordiendo el polvo de una derrota propinada por los mismos
que quisieron arrojar del tren de la fantasía financiera, con el que
solo acumularon fraudes y miserias.
Ahora,
cuando ya estamos viendo el luminoso final de este túnel de las
desgracias programadas, cuando se deshacen los muros al paso de la
locomotora popular que comienza a alimentarse de los sueños
postergados, cuando la vida recobra el sentido desviado por esas
alimañas reproductoras de todas las maldades diabólicas imaginadas,
ahora preparan el nuevo tropiezo con la piedra de la duda permanente,
con la cobarde acción sembradora de semillas de disputas que puedan
oscurecer, nuevamente, el camino que se pretende diferente, renovado,
necesario, en busca del final de ese mugroso corredor de obscenas
inequidades.
No
se tratará ya solo de salir del pasillo de la muerte cotidiana, de
ver un poco de la luz de la dignidad, sino de derrumbar las paredes
de ese pasadizo asesino de la justicia, entregador de soberanía y
reproductor de las peores lacras de un sistema que consumió un
futuro que ya parecía que se tocaba con las manos. Llega el tiempo
de cerrar el portón de los amorales sueños oligárquicos, de
colocarle un candado al oprobio, de destruir los desvíos hacia el
abismo miserable y encender la luz del trabajo y el desarrollo
productivo. Esa será la culminación del primer paso de la lucha por
la justicia postergada, el auténtico final del deleznable túnel al
que nunca debimos permitirnos ingresar.
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