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Por
Roberto Marra
Resulta
muy común escuchar sobre el “respeto” con el que se debe
expresar toda persona que pretenda evaluar la gestión de un
mandatario, sobre todo del más importante de ellos, el presidente.
Con esa especie de permanente devaneo entre lo real y lo supuesto,
entre las palabras y sus aplicaciones sobre la realidad, tratan de no
producir definiciones tajantes sobre las figuras de aquellos
funcionarios cuyas acciones resultan especialmente controversiales,
por ponerle un nombre modesto a las atrocidades que hayan cometido.
Detrás
de los números, hay personas. Atrás de los porcentajes asoman los
rostros de los olvidados, de los postergados, de los despedidos, de
los hambreados. A espaldas de semejantes cifras hay estómagos vacíos
de millones de pibes, otras tantas madres desesperadas en busca de
alimento, millones de trabajadores sin trabajo, decenas de miles de
profesionales obligados a no ejercer sus conocimientos, centenares de
científicos transformados en buscadores de oportunidades
extranjeras, escuelas vaciadas de su sentido formador de mejores
seres humanos, centenares de miles de obreros masticando el dolor de
las persianas bajas, enfermos sin remedios a la vista, viejos tirados
a la basura de la vida, convertida ésta en simple paso del tiempo
para encontrarse con que ni siquiera podrán pagarse sus ataúdes.
Cada
drama personal y social, cada visión de los horrores presentados
como “necesarios” por esa caterva de funcionarios imposibles de
catalogar como humanos, desvanece el “respeto” que nos solicitan
en el trato a quienes son los autores de tanto desfalco, de tanta
pobreza elaborada con el ahínco propio de las perversiones que
contienen las medidas que toman estos supuestos “administradores
republicanos”.
Imposible
respetar a los asesinos del presente, a los vulgares hacedores de
desgracias en nombre de bellos relatos de un futuro imaginado solo
como fábula idiotizante. Inútil pretender elaborar un sentido
positivo a semejante oscuridad premeditada, a esa repugnante actitud
egocéntrica y trasvestida, a todos y cada uno de sus actos
maléficos, contruídos con el solo objeto de elevar sus fortunas
personales y las de su reducido grupo de amigotes y familiares.
No
hay ni deberá haber jamás “respeto” a sus degradaciones
morales, a las falsificaciones de sus objetivos para engañar a los
embobados con las patrañas mediáticas, fruto de la connivencia con
ese oscuro “cuarto poder”, socio ensangrentado tanto como los
funcionarios a los que mantienen en el pedestal de la consideración
popular, mediante tergiversaciones denigrantes de las vidas de
centenares de perseguidos políticos.
No,
no puede haber “respeto” al abandono y la miseria programada. No
debe haber “respeto” a sus ideas amorales, a sus mentiras
hambreadoras, a sus goteos de riquezas siempre postergados. No es
admisible sentir “respeto” por semejantes criminales genocidas,
que no dudan nunca en matar en nombre de libertades que,
invariablemente, pretenden solo para ellos. No hay que “respetar”
a los fabricantes de cada muerte cotidiana, de cada hombre o mujer
despojados de sus más elementales derechos, de cada niño dejado al
costado del camino de la vida, mirando sin entender nada de lo que
dicen los energúmenos por quienes nos piden “respeto”.
Solo
cabe perseguirlos. Hasta el mismo infierno, si eso fuera posible,
hasta que paguen cada uno de sus daños, cada minuto de las vidas
cegadas en nombre de sus intereses, cada centavo de los desfalcos
realizados para solventar sus inmundas guaridas fiscales. Y convertir
a sus acostumbradas y obscenas venganzas, en Justicia, de la
auténtica, de la legítima, para hacer tronar el definitivo
escarmiento popular y sostener el único “respeto” posible ante
semejantes alimañas, ese que nunca tuvieron ellos sobre otros: el de
sus vidas.
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