En
los últimos años, la actividad proselitista de los candidatos, cada
vez que se aproximan las elecciones, se reduce a manifestar ideas
sueltas sobre los temas más candentes, o sobre aquellos para los
cuales se sientan más preparados. Nada de exponer y presentar un
programa completo, delineando sus propuestas punto por punto,
poniéndole la firma a lo que piensa hacer y, menos todavía, a cómo
hacerlo. A lo sumo, se llega a mostrar un listado de necesidades a
satisfacer, una simple enumeración de buenas intenciones.
Se
trata más bien de una actitud especulativa, medrosa, cautivada por
la mediatización de frases cortas y las clásicas “chicanas”
para con los oponentes, forma nada sutil de manifestar incapacidades
ajenas para ocultar las que, tal vez, no posean ellos mismos. Pocos
son los que se animan a expresar con tajante decisión sus
pensamientos sobre las soluciones o, al menos, las formas de encarar
los acuciantes dramas padecidos por aquellos a quienes quieren
agradar y lograr el beneficio de sus votos.
Todo
parece reducirse a provocar empatía en el oyente o el televidente, a
través de entrevistas muy poco sinceras, conducidas generalmente por
periodistas de bajo nivel intelectual y profundos vínculos
monetarios con el Poder Real. A sabiendas de esa discapacidad
autoprovocada por parte de los candidatos, los comunicadores
aprovechan para cizañar sobre los políticos entrevistados para
lograr extraerles opiniones sobre sus rivales, lo cual resulta muy
entretenido como chisme, pero poco edificante para sacar conclusiones
sobre las capacidades propias de esos candidatos y vislumbrar cuales
serán las decisiones que podrán adoptar una vez en funciones.
La
otra gran “pasión” de los candidatos, es la de relatarnos la
realidad cotidiana, los sufrimientos de los empobrecidos, los dramas
de los angustiados, los padecimientos de las víctimas de la falta de
seguridad. Todo lo que uno ya conoce, repetido hasta el hartazgo por
cada uno de los visitantes de las pantallas hogareñas, tratando de
convencernos de sus conocimientos y preocupaciones sobre cada tema,
finalizando siempre con alguna frase que cause expectativa de lo que
podría hacer para solucionarlo.
Sería
simple. Solo con reunir a sus “tropas” de profesionales, siempre
convocadas antes de cada elección para hacerlos aparecer como
integrantes de un “gran equipo” a sus órdenes, pero muy poco
aprovechados para la tarea fundamental de elaborar el futuro en el
papel, ponerlo a la vista del electorado para que lo juzgue, lo
critique para corregirlo y rehacerlo, para que esa “cantinela” de
la participación se transforme en algo real y palpable para todos a
quienes les interese modificar la realidad con la acción política.
No
es fácil cambiar las conductas, más cuando todo parece reducirse a
intentar “ganar”, a como dé lugar. Después se verá. Incluso
con buenas intenciones, esa actitud no lleva a otra salida que a ese
juego de escondidas y maniobras evasivas, fruto de los apuros y las
pocas convicciones reales que los sustentan. Las doctrinas brillan
por sus ausencias, las ideologías se muestran muy poco, salvo con
alguna referencia a frases famosas de los líderes de otros tiempos,
siempre útiles para sostener a los militantes, pero de escasa
repercusión en el electorado desideologizado y embrutecido por los
medios, neto buscador de referencias a hechos cercanos a sus vidas.
Casi
siempre prima el “aparato” sobre la militancia, logrando
alineamientos con promesas vanas de cargos muy poco probables o con
prebendas miserables para que sirvan de dique a la penetración de
ideas renovadoras para la acción proselitista y la factible
posterior gestión real. Con tan poco, sin embargo, se puede llegar a
gobernar una ciudad, una provincia, o incluso la Nación.
Las
experiencias debieran servir para evaluar esas conductas, para sacar
conclusiones valiosas que eviten los fracasos, que siempre terminan
pagando los eternos perdedores de la sociedad. Para ellos, solo habrá
algún slogan llamativo, simplemente un gesto simpático, una caricia
al piberío ilusionado de ver y tocar a alguien “importante”.
Fotos, fotos y mas fotos, multitudes sonriendo hacia un futuro tan
improbable, como extraer del candidato respuestas concretas para
preguntas concretas. Esas que nos aseguraran que, de verdad,
pudiésemos confiar en su palabra, sentir el fin de los embustes y,
con ello, volver a soñar con que cada esperanza perdida pueda
renacer al finalizar el recuento de los votos.
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