Imgen de "Telemundo" |
Por
Roberto Marra
Sonreir
para expresar alegría o felicidad. Sonreír para ocultar las
penurias. Sonreír por sumisión. Sonreír para hacer que los demás
sonrían. Sonreír para bajar las tensiones. Sonreír para ocultar el
miedo. Como sea, esa manifestación expresiva basada en la capacidad
fisiológica de los diecisiete músculos que rodean las bocas de las
personas, forman parte casi insoslayable de las formas de
relacionamientos humanos. Conociendo esta condición elemental de las
personas, los especialistas en el “mercadeo” de la actividad
política descubrieron que, esa tan básica actividad muscular,
podría servirles para elevar en la consideración a los candidatos
en los procesos pre-electorales.
La
contradicción con la situación efectiva se evidencia a cada paso,
incluso al lado de esos inmensos y costosos carteles, que parecen
observar sonrientes a los miserables que se cobijan cerca de ellos en
las noches de intemperies forzadas por los perversos que también
sonríen, maliciosamente, en los despachos de la fábrica de
infelicidades e injusticias del Poder.
Están
por todos lados, nos miran desde todos los ángulos, profusas y
omnipresentes, sin proponernos nada más que felicidades sin sostenes
a la vista, alegrías sin relación con la vida padecida, “buenas
ondas” placenteras que desafían el infortunio programado de las
mayorías. Estáticas manifestaciones de impotencia propositiva o de
cobardía semántica, las sonrisas reemplazan hasta a los slogans,
casi perdidos en los enormes afiches de medianeras y tapiales.
Rodeados
de sonrientes candidatos, los transeuntes parecen interpelados
permanentemente para lograr sus adhesiones, abrumándolos con sus
caras de felicidades de cartón, persiguiéndolos desde las alturas y
los lados hasta alcanzar sus obnubiladas conciencias y trazarles el
mapa de alegres futuros imposibles, tan irreales como el muestrario
de dientes en que se han convertido las campañas publicitarias
pre-electorales.
La
mentira se ha subido al podio de la felicidad política,
desparramando sus falsedades a fuerza de engañosos mensajes escritos
solo con sonrisas, sin sustantivos ni adjetivos, con algún verbo
perdido que denote preocupación por los votantes, casi guturales
expresiones tratando de inducir al engañado a “pegarse un tiro en
el pié”, introduciendo en las urnas sus propias condenas.
Rostros
perfectos, sin arrugas ni dolores manifiestos. Pulcritud total,
blancura dental y prosperidad garantizada con expresiones de
plástico. Diseños “minimalistas” de escasas letras y exagerados
tamaños de los rostros, aseguran la difusión de casi la nada misma,
puesta a consideración de los ninguneados de toda la vida, en un
monólogo miserable de postulantes sin ideas manifiestas.
Parece
que decir poco “paga”, que hablar menos “reditúa”. Esconder
intenciones, buenas o malas, parece ser la consigna de la mayoría
abrumadora de los candidatos. Todo se ha reducido a mostrar buenas
dentaduras, transformando las campañas políticas en una especie de
exaltación odontológica, una simple (y paradójicamente oscura)
muestra de incapacidades y cobardías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario