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miércoles, 24 de abril de 2019

PROGRAMAS, SE BUSCAN

Imagen de "azcleanelections.gov"
Por Roberto Marra
En los últimos años, la actividad proselitista de los candidatos, cada vez que se aproximan las elecciones, se reduce a manifestar ideas sueltas sobre los temas más candentes, o sobre aquellos para los cuales se sientan más preparados. Nada de exponer y presentar un programa completo, delineando sus propuestas punto por punto, poniéndole la firma a lo que piensa hacer y, menos todavía, a cómo hacerlo. A lo sumo, se llega a mostrar un listado de necesidades a satisfacer, una simple enumeración de buenas intenciones.
Se trata más bien de una actitud especulativa, medrosa, cautivada por la mediatización de frases cortas y las clásicas “chicanas” para con los oponentes, forma nada sutil de manifestar incapacidades ajenas para ocultar las que, tal vez, no posean ellos mismos. Pocos son los que se animan a expresar con tajante decisión sus pensamientos sobre las soluciones o, al menos, las formas de encarar los acuciantes dramas padecidos por aquellos a quienes quieren agradar y lograr el beneficio de sus votos.
Todo parece reducirse a provocar empatía en el oyente o el televidente, a través de entrevistas muy poco sinceras, conducidas generalmente por periodistas de bajo nivel intelectual y profundos vínculos monetarios con el Poder Real. A sabiendas de esa discapacidad autoprovocada por parte de los candidatos, los comunicadores aprovechan para cizañar sobre los políticos entrevistados para lograr extraerles opiniones sobre sus rivales, lo cual resulta muy entretenido como chisme, pero poco edificante para sacar conclusiones sobre las capacidades propias de esos candidatos y vislumbrar cuales serán las decisiones que podrán adoptar una vez en funciones.
La otra gran “pasión” de los candidatos, es la de relatarnos la realidad cotidiana, los sufrimientos de los empobrecidos, los dramas de los angustiados, los padecimientos de las víctimas de la falta de seguridad. Todo lo que uno ya conoce, repetido hasta el hartazgo por cada uno de los visitantes de las pantallas hogareñas, tratando de convencernos de sus conocimientos y preocupaciones sobre cada tema, finalizando siempre con alguna frase que cause expectativa de lo que podría hacer para solucionarlo.
Sería simple. Solo con reunir a sus “tropas” de profesionales, siempre convocadas antes de cada elección para hacerlos aparecer como integrantes de un “gran equipo” a sus órdenes, pero muy poco aprovechados para la tarea fundamental de elaborar el futuro en el papel, ponerlo a la vista del electorado para que lo juzgue, lo critique para corregirlo y rehacerlo, para que esa “cantinela” de la participación se transforme en algo real y palpable para todos a quienes les interese modificar la realidad con la acción política.
No es fácil cambiar las conductas, más cuando todo parece reducirse a intentar “ganar”, a como dé lugar. Después se verá. Incluso con buenas intenciones, esa actitud no lleva a otra salida que a ese juego de escondidas y maniobras evasivas, fruto de los apuros y las pocas convicciones reales que los sustentan. Las doctrinas brillan por sus ausencias, las ideologías se muestran muy poco, salvo con alguna referencia a frases famosas de los líderes de otros tiempos, siempre útiles para sostener a los militantes, pero de escasa repercusión en el electorado desideologizado y embrutecido por los medios, neto buscador de referencias a hechos cercanos a sus vidas.
Casi siempre prima el “aparato” sobre la militancia, logrando alineamientos con promesas vanas de cargos muy poco probables o con prebendas miserables para que sirvan de dique a la penetración de ideas renovadoras para la acción proselitista y la factible posterior gestión real. Con tan poco, sin embargo, se puede llegar a gobernar una ciudad, una provincia, o incluso la Nación.
Las experiencias debieran servir para evaluar esas conductas, para sacar conclusiones valiosas que eviten los fracasos, que siempre terminan pagando los eternos perdedores de la sociedad. Para ellos, solo habrá algún slogan llamativo, simplemente un gesto simpático, una caricia al piberío ilusionado de ver y tocar a alguien “importante”. Fotos, fotos y mas fotos, multitudes sonriendo hacia un futuro tan improbable, como extraer del candidato respuestas concretas para preguntas concretas. Esas que nos aseguraran que, de verdad, pudiésemos confiar en su palabra, sentir el fin de los embustes y, con ello, volver a soñar con que cada esperanza perdida pueda renacer al finalizar el recuento de los votos.

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