Por
Roberto Marra
Es
en vano cualquier intento de hacer comprender la realidad a quienes
no desean hacerlo. Resulta inútil pretender que esas personas
entiendan las razones de la situación padecida por la sociedad en
donde viven. No se trata de capacidad para la comprensión, sino
negación absoluta y terminante a aceptar la verdad evidente, las
pruebas de los desmanes que ellos mismos sufren, los desvíos
obscenos e inmorales de las más básicas reglas de equidad y
justicia que se desarrollan ante sus ojos y su oídos.
Se
sienten triunfadores al ver tras las rejas a sus odiados del momento,
saborean sus etéreos éxitos con congéneres de similares
incapacidades reflexivas y sonríen capciosos ante quienes saben
adherentes a las mismas ideas que los enjaulados por la justicia
amañada. Son como un ejército de cobardes neuronales, incapaces de
elaborar pensamientos propios, seguidores obsecuentes de los
poderosos de turno, creyentes dogmáticos de los gurúes televisivos
que les ofrecen la “comida” ideológica masticada.
Así
van por la vida, cuidando pertenencias obtenidas en épocas
“populistas”, alardeando de fortunas mal habidas, arrasando con
plusvalías y merecimientos ciertos de quienes realizan esfuerzos
ciclópeos para sobrevivir. Intentan copiar a sus “amados”
millonarios, imitando las odiosas costumbres de esos desalmados,
despotricando contra los empobrecidos, que lo son por la aplicación
de planes genocidas que, tarde o temprano, les caerá también a
estos imbéciles negadores de la realidad.
Retrasan
la historia, asesinan el tiempo que les quitan a los que nada tienen,
mortifican la esperanza de los desolados transeúntes de vidas
inutilizadas. Son como perversas arañas, que atrapan en sus redes de
ignorancias a otros desprevenidos, que se subyugan con sus vanidades
de humo, muriendo para alimentar esa brutalidad inhumana que los
conduce hacia un abismo de inconsciencia.
Terminarán
como todos, convertidos en carne de cañón de sus defendidos,
tirados al costado del camino hacia la nada que se pavimenta siempre
desde el Poder. Ya en sus últimos suspiros, aún así continuarán
con sus sinrazones a flor de piel, agarrándose de las botas tantas
veces lamidas de sus amos doctrinarios, negando su propia inminente
muerte en manos de sus paradigmáticos patrones.
Y
exhalarán sus odios engendrados por las armas mediáticas de
destrucción masiva de neuronas, gritarán sus últimos desprecios al
viento de la historia de patrañas y acabarán, sin remedio, mezclado
en el mismo polvo de sus abominados “populistas”, después de
arar toda sus vidas en el oscuro mar de las mentiras.
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