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lunes, 1 de abril de 2019

LOS DIENTES DE LOS CANDIDATOS

Imgen de "Telemundo"
Por Roberto Marra
Sonreir para expresar alegría o felicidad. Sonreír para ocultar las penurias. Sonreír por sumisión. Sonreír para hacer que los demás sonrían. Sonreír para bajar las tensiones. Sonreír para ocultar el miedo. Como sea, esa manifestación expresiva basada en la capacidad fisiológica de los diecisiete músculos que rodean las bocas de las personas, forman parte casi insoslayable de las formas de relacionamientos humanos. Conociendo esta condición elemental de las personas, los especialistas en el “mercadeo” de la actividad política descubrieron que, esa tan básica actividad muscular, podría servirles para elevar en la consideración a los candidatos en los procesos pre-electorales.
Fue así que se generó la ya aparente ineludible “necesidad” de posar sonrientes para la confección de la cartelería que forma parte de la profusa difusión masiva del rostro del candidato o candidata en cuestión. Es así que los vemos ahora a todos y todas, sin excepción, mostrando sus dientes blanqueados a fuerza de Photoshop, solos o acompañados, pero siempre exteriorizando felicidades incoherentes con la realidad que enfrentarán en poco tiempo, si resultaran ganadores.
La contradicción con la situación efectiva se evidencia a cada paso, incluso al lado de esos inmensos y costosos carteles, que parecen observar sonrientes a los miserables que se cobijan cerca de ellos en las noches de intemperies forzadas por los perversos que también sonríen, maliciosamente, en los despachos de la fábrica de infelicidades e injusticias del Poder.
Están por todos lados, nos miran desde todos los ángulos, profusas y omnipresentes, sin proponernos nada más que felicidades sin sostenes a la vista, alegrías sin relación con la vida padecida, “buenas ondas” placenteras que desafían el infortunio programado de las mayorías. Estáticas manifestaciones de impotencia propositiva o de cobardía semántica, las sonrisas reemplazan hasta a los slogans, casi perdidos en los enormes afiches de medianeras y tapiales.
Rodeados de sonrientes candidatos, los transeuntes parecen interpelados permanentemente para lograr sus adhesiones, abrumándolos con sus caras de felicidades de cartón, persiguiéndolos desde las alturas y los lados hasta alcanzar sus obnubiladas conciencias y trazarles el mapa de alegres futuros imposibles, tan irreales como el muestrario de dientes en que se han convertido las campañas publicitarias pre-electorales.
La mentira se ha subido al podio de la felicidad política, desparramando sus falsedades a fuerza de engañosos mensajes escritos solo con sonrisas, sin sustantivos ni adjetivos, con algún verbo perdido que denote preocupación por los votantes, casi guturales expresiones tratando de inducir al engañado a “pegarse un tiro en el pié”, introduciendo en las urnas sus propias condenas.
Rostros perfectos, sin arrugas ni dolores manifiestos. Pulcritud total, blancura dental y prosperidad garantizada con expresiones de plástico. Diseños “minimalistas” de escasas letras y exagerados tamaños de los rostros, aseguran la difusión de casi la nada misma, puesta a consideración de los ninguneados de toda la vida, en un monólogo miserable de postulantes sin ideas manifiestas.
Parece que decir poco “paga”, que hablar menos “reditúa”. Esconder intenciones, buenas o malas, parece ser la consigna de la mayoría abrumadora de los candidatos. Todo se ha reducido a mostrar buenas dentaduras, transformando las campañas políticas en una especie de exaltación odontológica, una simple (y paradójicamente oscura) muestra de incapacidades y cobardías.

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