“Yo he visto malos que se han vuelto buenos, pero no he
visto jamás un bruto volverse inteligente”. Esta frase de Perón define, con justeza,
al ridículo personaje farandulesco pronto a asumir la presidencia del imperio.
A sus andanadas de vociferantes insultos a los migrantes latinos, se agrega su
bestial intento de empalidecer la relevancia histórica, política y humana del
enorme Fidel, con expresiones propias del bruto que no reconoce la realidad
aunque lo esté aplastando. Bruto y maligno, para completar el combo de peligro
para la humanidad que significa tal protagonista.
No es el único. Coros de grotescos trasnochados “miamescos”,
festejantes de la muerte física de una persona de tamaña trascendencia, también
pujan por encontrar las más abyectas definiciones acerca de quien,
paradójicamente, ha concentrado los desvelos de todas sus vidas. Aquí también,
por nuestras tierras, los chupamedias imperiales hacen esfuerzos ampulosos por
asegurar definiciones que no podrían sostener, por sus menos que mediocres
capacidades intelectuales, más a la altura de la de los chimpancés (y con el
perdón de ellos).
Cada palabra dicha por estos gusanos con posibilidad de emisión
oral, remite a injurias y blasfemias contra quien condujo, con una capacidad tan
grande como la de decenas de hombres concentrados en él, un proceso político y
social que pudo demostrar que otra vida es posible, que existe una alternativa.
Y que nada es imposible cuando la voluntad y la razón se ponen al servicio virtuoso
de transformar la sociedad, desde la consciencia misma.
Convirtió en paradigma moral a una isla que solo parecía
destinada a seguir los mismos pasos de oprobio que sus vecinas caribeñas. Trocó
la miseria y el abandono en dignidad y protección. Hizo que los bienes
inmateriales se transformaran en los más importantes, a través de los cuales se
generó un paradigmático modelo de amparo de la salud y la educación, único en
el Mundo.
Sin embargo, después de tanta demostración de sabiduría y
humanismo, los inmundos habitantes de las cloacas verbales se permiten llamarlo
“dictador”. Creen posible que tamaña falsedad ideológica pueda trascender como
la valoración de uno de los mejores hombres que la humanidad haya parido. Intentan,
disfrazados de alquimistas históricos, categorizar infructuosamente a este
Grande con el mismo fangoso título que a bestias sanguinarias como Hitler,
Franco o Videla.
Curiosa cualidad la del tiempo, que termina por valorar con
justicia, cuando su paso logra superar las bajezas, las intrigas y las miserias
de los minúsculos humanoides fabricantes de intrigas. Tal vez no sea nuestra
generación quien pueda ver los logros que la proeza de este enorme ser humano
pudo comenzar a levantar de la nada misma en su pequeña isla. Pero seguro sí,
que sus ideas germinarán en millones, crecerán y se multiplicarán como los
panes y peces de Jesús. Entonces, el calumniado “dictador” de la esperanza,
habrá logrado vencer, definitivamente, a los enemigos de la vida.
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