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lunes, 28 de noviembre de 2016

EL DICTADOR DE LA ESPERANZA

Por Roberto Marra

“Yo he visto malos que se han vuelto buenos, pero no he visto jamás un bruto volverse inteligente”. Esta frase de Perón define, con justeza, al ridículo personaje farandulesco pronto a asumir la presidencia del imperio. A sus andanadas de vociferantes insultos a los migrantes latinos, se agrega su bestial intento de empalidecer la relevancia histórica, política y humana del enorme Fidel, con expresiones propias del bruto que no reconoce la realidad aunque lo esté aplastando. Bruto y maligno, para completar el combo de peligro para la humanidad que significa tal protagonista.
No es el único. Coros de grotescos trasnochados “miamescos”, festejantes de la muerte física de una persona de tamaña trascendencia, también pujan por encontrar las más abyectas definiciones acerca de quien, paradójicamente, ha concentrado los desvelos de todas sus vidas. Aquí también, por nuestras tierras, los chupamedias imperiales hacen esfuerzos ampulosos por asegurar definiciones que no podrían sostener, por sus menos que mediocres capacidades intelectuales, más a la altura de la de los chimpancés (y con el perdón de ellos).
Cada palabra dicha por estos gusanos con posibilidad de emisión oral, remite a injurias y blasfemias contra quien condujo, con una capacidad tan grande como la de decenas de hombres concentrados en él, un proceso político y social que pudo demostrar que otra vida es posible, que existe una alternativa. Y que nada es imposible cuando la voluntad y la razón se ponen al servicio virtuoso de transformar la sociedad, desde la consciencia misma.
Convirtió en paradigma moral a una isla que solo parecía destinada a seguir los mismos pasos de oprobio que sus vecinas caribeñas. Trocó la miseria y el abandono en dignidad y protección. Hizo que los bienes inmateriales se transformaran en los más importantes, a través de los cuales se generó un paradigmático modelo de amparo de la salud y la educación, único en el Mundo.
Sin embargo, después de tanta demostración de sabiduría y humanismo, los inmundos habitantes de las cloacas verbales se permiten llamarlo “dictador”. Creen posible que tamaña falsedad ideológica pueda trascender como la valoración de uno de los mejores hombres que la humanidad haya parido. Intentan, disfrazados de alquimistas históricos, categorizar infructuosamente a este Grande con el mismo fangoso título que a bestias sanguinarias como Hitler, Franco o Videla.
Curiosa cualidad la del tiempo, que termina por valorar con justicia, cuando su paso logra superar las bajezas, las intrigas y las miserias de los minúsculos humanoides fabricantes de intrigas. Tal vez no sea nuestra generación quien pueda ver los logros que la proeza de este enorme ser humano pudo comenzar a levantar de la nada misma en su pequeña isla. Pero seguro sí, que sus ideas germinarán en millones, crecerán y se multiplicarán como los panes y peces de Jesús. Entonces, el calumniado “dictador” de la esperanza, habrá logrado vencer, definitivamente, a los enemigos de la vida.

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